Luego de un largo tiempo la UCV vuelve dentro de poco a las urnas de votación para elegir a sus autoridades. Un largo tiempo, digo, y no entro en las razones y circunstancias que motivaron tamaña demora, pues son de sobra conocidas, todas envueltas en la arbitrariedad política y bajo una agenda en la que relevancia de la educación no trasciende más allá de la épica discursiva.
Buena noticia, pues, y esperemos que se vaya repitiendo en las demás universidades públicas. Necesitamos nuevas caras para abrirle la puerta a otras miradas, otros objetivos y otras formas de desempeño que sepan interpretar los signos de los tiempos.
Menuda tarea la que le espera a quienes resulten nombrados, se oye decir en los pasillos ucevistas. Y ciertamente la situación de nuestra institución deja mucho que desear en todos los sentidos, cualquiera lo sabe. Pero empezamos mal si creemos es una responsabilidad solo de ellos y no entendemos que es un trabajo que nos toca a todos, al margen del espacio institucional en el que nos desenvolvemos.
“Cambio epocal”
Se nos han roto, según es moda decir, los paradigmas mediante los que entendíamos el mundo. Los límites más o menos trazados y claros que antes nos permitían una cierta ubicación, ahora se nos mueven o se nos hacen borrosos, complicándonos la existencia, tanto individual, como colectivamente. Los mapas mentales de que se disponía no alcanzan para orientarnos y ni siquiera tenemos, creo, el consuelo de las ideologías, a través de las cuales explicábamos (más o menos) la historia y el futuro. En fin, ahora todo se torna inestable en nuestro derredor y pareciera no haber lugar ni tiempo para sedimentar explicaciones, normas o criterios que nos sirvan de guía. Los hechos se nos vienen encima.
En el transcurso de los últimos años ha cobrado forma lo que sin exageración se ha evaluado como una explosión del conocimiento científico y tecnológico, dando pie a transformaciones que van reconfigurando profundamente la existencia humana, haciendo de esta una experiencia cada vez más distinta de lo que era hasta hace no hace mucho. Adicionalmente, dichas transformaciones acontecen aceleradamente y nos sorprendan “fuera de base”. No en balde se afirma que vivimos en la era de la perplejidad, refiriéndose al desconcierto ante una metamorfosis que alude a todos los escenarios de la vida social, modificando, incluso, aspectos que parecían esenciales de los seres humanos, como sus capacidades físicas y mentales, su longevidad e incluso su posición como especie dominante, cuestionada, se dice, por máquinas cada vez más inteligentes y ubicuas.
Dibujan, así pues, un “cambio epocal” y tienen el efecto de plantearnos temas nuevos, de crearnos problemas nuevos, de definir situaciones nuevas, de generar, en fin, dilemas nuevos. Hoy en día sabemos más de muchísimo más tópicos y, por tanto, se va ensanchando el campo de la decisión humana. Los avances en el conocimiento nos ponen, tanto en el plano individual como colectivo, en el trance de tener que juzgar sobre cosas sobre las cuales jamás cupo escogencia alguna. Nos traen disyuntivas inéditas frente a las cuales pareceríamos estar desguarnecidos de valores, normas y criterios que nos sirvan para conducirnos frente a ellas.
Las universidades
Las universidades se encuentran dentro del contexto esbozado en las líneas precedentes. Les toca emprender, así pues, la crucial e impostergable tarea de modificar sus estructuras, sus normas de organización, el contenido de las carreras, los modos de enseñar e investigar, de conectarse con otras organizaciones tanto nacionales como internacionales, en entre cuantos aspectos, todo lo cual precisa la generación de un nuevo modelo de conocimientos fundamentado en la integración las ciencias naturales, las ciencias sociales y las ciencias humanas, entre ellas y dentro de ellas.
Esto significa que la labor pendiente para nuestras universidades no es solo reconstruirse, que desde luego lo es, sino construirse de tal forma que pueda plantarse frente a condiciones muy distintas.
El ChatGPT
En estos días han proliferado las noticias que hablan de la inteligencia artificial, a propósito del ChatGPT, un dispositivo tecnológico ideado para realizar tareas con el lenguaje, capaz de procesar y generar textos que parecieran elaborados por seres humanos
Su aparición ha generado un amplio debate que ventila las ventajas y las desventajas, así como los peligros y las amenazas. Hay, en consecuencia, quienes se sitúan a favor de promover su uso y los que consideran que debe manejarse con extremo cuidado y hasta prohibirse. Entre estos últimos se ubica el propio Elon Musk, quien lo ha calificado como “un peligro para la civilización”.
El ChatGPT ha sacudido el mundo educativo en todos sus niveles y en todo el mundo. La palabra plagio (pecado mortal en el medio académico), tal vez sea la que resuma de la manera más gráfica y simple las discusiones que ha suscitado en torno a los procesos de enseñanza e investigación. Con respecto a las universidades, es un factor que se suma a los ya referidos al principio del artículo, situando sobre el tapete su redefinición institucional.
Ciertamente, el ChatGPT pesa más bien poco calibrado desde la evolución que se observa en el área de la Inteligencia Artificial y no digamos de la llamada Inteligencia Artificial Generalizada. Pero lo traigo a colación porque su reciente figuración en la opinión pública me sirve de pretexto para ilustrar la necesidad de que veamos las próximas elecciones como la oportunidad de enrumbar a la UCV según otras perspectivas, haciéndose valer como la Casa que vence las Sombras, ante los desafíos que pone este siglo XXI.
Posdata
Por si acaso, juro que soy el único autor del presente artículo, elaborado sin la participación de alguna inteligencia que no sea la mía.
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