Nadie puede poner en duda el hecho de que Isaías Medina Angarita no solo fue un buen hombre sino también un buen presidente de la República. A diferencia de los militares cuarteleros, era educado y estaba bien formado. Quizá plenado por un excesivo sentimiento de buena fe hacia sus compatriotas. Además, y como ya lo habían hecho sus antecesores -Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras-, Medina supo rodearse de gente culta y competente, de intelectuales y técnicos bien preparados y capaces, que no pocos aciertos -objetivamente visibles- le dejaron a una Venezuela petrolera, en crecimiento y hacia su modernización. Se puede decir que, hasta Medina, el país había sobrevivido a duras penas, presa del más profundo desgarramiento material y espiritual, víctima del paludismo corporal y espiritual, de la mayor miseria, sometido por sus caudillos (los “amitos”) y sus infinitas ansias de poder absoluto. A fin de cuentas, eran ellos los herederos de las glorias de la Independencia, por lo que no les bastaba con ser parte del festín, con autoproclamarse como los “taitas”, los “coroneles” de una determinada región de la nación. Era menester hacerse del festín completo y ejercer el poder totalitaria y despóticamente, no solo de las provincias, de las regiones en las que ya mandaban, sino de todo el país, desde la anhelada ciudad Capital. Y, entre zarpazo y zarpazo, en nombre de “la revolución”, era propicio ejercer la heteronomía absoluta, pues considerando a los venezolanos como un pardaje de “infantes” o, al decir de Vico, como sus “fámulos”, ellos, los “auténticos herederos” de la gesta independentista, los “padres libertadores de la patria”, estaban llamados a conducir a su prole por el camino trazado por ellos, el único camino posible: el de la obediencia ciega, la lealtad y el sacrificio. Después de todo, la era de “los héroes” es la era de las infamias. Este es, por cierto, el origen histórico de aquella deleznable consigna devenida fe positiva, naturaleza enajenada: “Con hambre y sin empleo..”.
Respecto de ese pasado aterrador, Medina representó un esfuerzo de autosuperación de la propia tendencia cesarista de la que fuera legítimo heredero, al punto de que hubo quienes, en su momento, lo identificaran de plano con Mussolini. No obstante ello, es decir, a pesar de llevar a cuestas el pesado fardo del despotismo sobre sus hombros, sería una insensatez no reconocer que con el gobierno de Medina tuvo sus inicios la libertad de prensa, la legalización de los partidos, la liberación de los presos políticos, la implementación del seguro social obligatorio, la fijación del salario, la cedulación, entre otras virtudes ciudadanas. Fue Medina quien legalizó los sindicatos en Venezuela y quien, por decreto presidencial, hizo posible la celebración del día internacional de los trabajadores. Con él, y por primera vez en la historia del país, una parte de la logia militar tradicional junto a los llamados “notables” y los dirigentes comunistas, comenzaron a coincidir en los mismos propósitos. Y se figuraron, juntos, un país hecho a su imagen y semejanza.
Pero los adecos de Gallegos y Betancourt, de Leoni, Prieto y Barrios, tenían otros planes y concebían otras figuraciones muy distintas -abiertamente democráticas y autónomas- a las ideadas por la alianza de los herederos del cesarismo democrático y el bolchevismo. Y es que, a fin de cuentas, a pesar de su mesura, Medina seguía siendo el representante de los intereses de un gomecismo que se negaba a desaparecer, y que tal vez nunca haya desaparecido del todo dentro del imaginario político nacional. Los bigotes del bagre stalinista los lleva puestos Maduro. En el fondo, a un gomecista tout court no le podría resultar del todo extraña la concepción leninista del Estado. Las figuras que conforman la experiencia de la conciencia histórica difícilmente desaparecen. Más bien, se reciclan, asumen nuevas formas, incluso las más barbáricas y corruptas. Medina nunca hubiese podido imaginar que el viejo caudillismo nacional, resentido por tantas derrotas consecutivas, terminaría por transmutar en la peor de las pestes que ha venido azotando a Venezuela inmisericordemente durante los últimos veintitrés años, al punto de conducirla al mayor de los precipicios. Como advirtieran los teóricos de la Escuela de Frankfurt en su momento, justo de la mayor ilustración puede surgir el morbo del totalitarismo barbárico y gansteril, dado que lo lleva en sus entrañas. La doctrina positivista no es, por cierto, inocente en estos asuntos.
No debe olvidarse que los primeros comunistas convencidos fueron los hijos, los sobrinos o los nietos de los señores latifundistas, precisamente de los “coroneles”, bien conservadores o bien liberales -da lo mismo-, quienes formados en las universidades, primero escolásticas, luego iluministas y más tarde positivistas, ahora, freudianamente, asumían como una consecuencia incuestionable que el marxismo sovietizado era el “salto cualitativo” de la teología a la metafísica y de la metafísica a la verdadera ciencia. Por ejemplo, las inexorables “leyes científicas” de la historia mostraban con “meridiana claridad” que el paraíso se encontraba a la vuelta de la esquina y que sólo se trataba de apresurar el paso para darle vuelta a “la tortilla”. Advertía Marx que cuando la historia llega a repetirse deja de ser objeto de la tragedia para devenir objeto de la comedia. Esa es la historia del cesarismo de las segundas veces, de las “segundas partes”. Tal pareciera ser el signo distintivo de la barbarie ritornata, el ricorso de la actual Izquierda bonapartista y corrupta. Parafraseando a Lenin, podría decirse que la “fase superior” del actual izquierdismo es el gansterismo, el cual, en los últimos tiempos, ha resurgido de los escombros de los escombros de lo que alguna vez fuera un movimiento sincera y genuinamente comprometido con la transformación política y social inspirada en la filosofía de Marx, cuya traducción al breviario, al manual y a la esquematización la degeneraron hasta convertirla en una doctrina hueca, de frases altisonantes que en nada contribuyen con el pensamiento. El producto de esa comedia está a la vista. Y no necesita anteojos. Si el medinismo surgió de los escombros del cesarismo, el gansterismo del presente surgió de los escombros del medinismo. Fue, acaso sin tener plena conciencia de ello, la semilla de la pobreza espiritual del presente.
@jrherreraucv