OPINIÓN

El caso Rubiales y la apisonadora zurda

por Luis Ventoso Luis Ventoso

Luis Rubiales / Foto: EFE

En todo Occidente se libran fieras batallas ideológicas entre la izquierda y la derecha, a veces emponzoñadas por un exceso de simplismo populista. Pero son disputas con un aspecto positivo, y es que muestran unos países libres, donde se admite la confrontación. En China, Rusia o Venezuela solo se permite un caudillaje único, no cabe debate. En España se da sin embargo una singular paradoja. Aunque zurdos y diestros están empatados electoralmente (de hecho los segundos han derrotado a los primeros en las últimas elecciones), en la práctica existe un enorme dominio social de la izquierda, que mangonea las televisiones, la cultura, el artisteo y la universidad. Aquí empieza a suceder que son «progresistas» incluso muchos de quienes creen que no lo son, un curioso fenómeno que se ha incrementado por obra de un gobierno que dedica parte mollar de sus esfuerzos a la propaganda orwelliana.

El imperio de lo que se hace llamar «progresismo» ha arrollado en el caso Rubiales. La presunción de inocencia desapareció y se impuso la más cerrada autocensura. No hubo medio, ni figura pública de relieve, que saliese en defensa del presidente de la Federación, o al menos de su presunción de inocencia. Una insólita unanimidad. Los seleccionadores españoles, que le aplaudieron en primera fila, ya estaban reculando presto al día siguiente y abrazando el correcto veredicto de culpabilidad. Guardando todas las distancias, la rueda de prensa de este viernes del técnico De la Fuente recordaba la de un reo de la era soviética confesando sus crímenes desviacionistas. ¡Qué manera de humillarse por unos aplausos!

Es cierto que Rubiales, un personaje turbio, venía siendo acusado de chanchullos varios y notorios. Es verdad también que su gesto obsceno al lado de la reina y sus efusiones besuconas con la futbolista no estuvieron a la altura cívica del destacado cargo que ocupaba. Su chabacanería rampante en una final de un Mundial lo hace merecedor de irse a casa. Pero aún así resulta notable el nulo esfuerzo que ha habido por investigar o simplemente recapitular con detalle todo lo sucedido. Tampoco se ha querido disociar que una cosa es ser un hortera pasado de rosca y otra muy distinta ser un delincuente sexual.

Sánchez tocó la trompeta y señaló a Rubiales, al que antes había apoyado. Una estupenda cortina de humo en pleno chalaneo con Junts y ERC. Una maniobra de distracción, como en su día hizo con el rey Juan Carlos cuando necesitó desviar la atención tras su precipitado «hemos derrotado al virus». De inmediato la izquierda mediática cargó a galope contra Rubiales y duró cinco telediarios.

La autocensura se impuso. Todos optamos por pasar de puntillas sobre varios hechos relevantes. Se ha preferido ignorar que la supuesta agredida sexual, de 33 años, tardó tres días en expresar una queja, o que en el polémico lance aupó divertida al presidente de la Federación. O que horas después hacía bromas con los memes sobre el beso, riéndose junto a sus compañeras… Hasta que les llegó el toque de firmes de la izquierda: esto es gravísimo, esto es «el MeToo español», esto es una oportunidad de oro para defender a las mujeres. Y se cuadraron ¿Quién resiste ante semejante ola? Se ha llegado al extremo de que la FIFA prohibió a Rubiales acercarse a Jenni Hermoso y se asumió como lo más normal. ¿En qué mundo civilizado cabe que un organismo futbolístico, embadurnado además históricamente por la peor corrupción, restrinja sin juicio alguno la libertad de movimientos de un ciudadano de un país?

También se ha corrido un opaco velo sobre el hecho de que Rubiales, cuyo padre fue alcalde por el PSOE, era el hombre del socialismo en el fútbol, el contrapeso del sanchismo frente al conservador Tebas.

Rubiales es un personaje muy cuestionable. Pero la sociedad española podría darle una pensada a esta pregunta: ¿Hemos hecho un esfuerzo serio por conocer toda la verdad del caso, o hemos preferido reaccionar como el perro de Pávlov ante los mantras de una ideología cada vez más pegajosa? Probablemente la balanza se inclina hacia lo segundo.

Otra pregunta políticamente incorrecta, imagino que también prohibida: ¿Qué habría pasado en esta España tan soliviantada si el presidente de la Federación de Fútbol hubiese sido una mujer y hubiese hecho exactamente lo mismo que hizo Rubiales? En efecto: nada. Hasta se saludaría como una nota simpática en un momento de euforia.

Y me estoy acordando, no sé por qué, del bochornoso masaje de besos y abrazos que le aplicó Yolanda Díaz a un incómodo Lula da Silva en su toma de posesión en Brasil, con el rey Felipe a su lado. Por supuesto no hubo ni una queja. Tampoco se ve a los que se manifiestan contra Rubiales en nombre del feminismo muy «preocupados y preocupadas» por los récords de mujeres asesinadas de este verano bajo un gobierno que ha fracasado dramáticamente a la hora de defenderlas y que ha liberado a centenares de violadores. La izquierda dicta el discurso público en España. Es así.

Artículo publicado en el diario El Debate de España