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El caso de Venezuela y la dinámica bipartidista de Estados Unidos

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El choque en Venezuela entre el gobierno legítimo de Juan Guaidó y el régimen usurpador de Nicolás Maduro lleva ya más de ocho meses, el fallido intento de ingresar la ayuda humanitaria fue hace siete y el director del Despacho de la Presidencia, Roberto Marrero, cumplió más de 180 días de detención ilegal, mientras que el primer vicepresidente de la legítima Asamblea Nacional fue liberado luego de más de 120 días de aislamiento inhumano. Entonces, tomando en consideración todas estas acciones arbitrarias por parte del régimen, uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué Estados Unidos no ha cumplido su promesa de tomar medidas contundentes más allá de las sanciones?

Para responder a esta pregunta resulta necesario tomar en consideración que los partidos políticos en Estados Unidos no son dos líneas rectas en las que todos los miembros de dicha organización tienen la misma visión sobre un tema, contrario a la opinión general del venezolano, la cual es que los republicanos apoyan la salida de Maduro y los demócratas no. Por ello, intentaré ampliar esa visión limitada que se tiene acerca de la dinámica bipartidista norteamericana.

Para comenzar, me referiré de manera breve al Partido Republicano, el cual históricamente se ha visto asociado al sector “proguerra” y cuyos exponentes son denominados comúnmente como los “hawks” (o sea, “halcón” en inglés). Si bien es cierto que el partido del elefante ha tendido a impulsar buena parte de las incursiones militares de Estados Unidos en el mundo, no lo hizo bajo la misma dirigencia que se halla actuando hoy en día. En este sentido, cabe aclarar que el Partido Republicano estuvo conformado durante muchos años, en su gran mayoría, por miembros de la corriente “neoconservadora” (popularmente llamados los “neo-con”), quienes creían profundamente en el papel de Estados Unidos como fomentador de los valores de la libertad y la democracia en el mundo, incluso (si fuere preciso) a través de acciones de tipo militar, teniendo como lema la frase “La paz a través de la fuerza”. Los “neo-con” ejercieron una enorme influencia tanto durante las décadas de los ochenta y noventa como a principios de este siglo bajo las presidencias de Ronald Reagan, George H. W. Bush y George W. Bush. Dentro de sus logros más visibles en esta órbita se destaca la intervención en Panamá y en Granada, así como la operación Tormenta del Desierto.

Uno de sus más destacados exponentes es Elliot Abrams, quien no hace mucho fue nombrado por Donald Trump para lidiar con la situación en Venezuela. A simple vista, luego de la designación de Abrams, todo parecía indicar que Estados Unidos se hallaba preparando otra intervención. Sin embargo, se hace preciso entender que, luego de las fallidas acciones en Irak, la interminable guerra en Afganistán y las desastrosas operaciones en Libia, Siria y Yemen, los republicanos comenzaron a variar su actitud prointervencionista a favor de otra postura resumida en la idea de America First y Make America Great Again, lo cual pone de relieve que la principal prioridad consiste en ocuparse de los problemas de Estados Unidos y no de asuntos ajenos, tal como fue el caso cuando la corriente “neo-con” apostaba porque Estados Unidos mantuviese un papel “policial” en asuntos de carácter mundial. Sin embargo, por más que los “neo-con” aún ocupen un sitio preferente dentro de los círculos cercanos a Donald Trump, o por más que Abrams figure en tan destacada posición, esta vieja corriente no posee la suficiente fuerza para enfrentarse a la nueva “raza” del republicanismo, que ejerce, además, un control enorme sobre el brazo legislativo del partido.

Por otro lado, si bien el Partido Demócrata es visto como un partido “pacifista”, no significa que no apoye la salida de Nicolás Maduro. Ahora bien, debemos entender que la catastrófica situación de Venezuela no es el único problema que enfrenta Estados Unidos y, por tanto, el Partido Demócrata ha concentrado sus fuerzas, sobre todo en estos tiempos de elecciones primarias, en temas de política interna como, por ejemplo, la salud pública, los costos de la educación, la polémica situación con el derecho de portar armas, entre otros. Pero eso no quiere decir que el caso de Venezuela sea inexistente para ellos. Por ejemplo, hace unos meses el representante por el distrito Nº 9 de la Florida, Darren Soto (demócrata), intentó, junto con otros homólogos parlamentarios, que la Cámara Baja del Congreso aprobara una ley que les otorgara un estatus de protección temporal (TPS, en inglés) a los venezolanos que se encuentren en Estados Unidos sin documentos legales. Dicho estatus les permitiría a los venezolanos permanecer en el país y poder trabajar. Inicialmente, la iniciativa fue aprobada en la Cámara Baja, la cual se halla controlada por los demócratas, pero, lastimosamente, una vez que el proyecto de ley llegó a la Cámara Alta por el senador demócrata Bob Menéndez, dicho instrumento se vio negado por los senadores republicanos, quienes seguían la línea partidista de “exhibir una mano más dura con la inmigración”.

También resulta importante tener en cuenta comentarios como los del precandidato y anterior vicepresidente Joe Biden, quien, en el más reciente debate de la primaria demócrata, se refirió a la relevancia de admitir la entrada de refugiados venezolanos a Estados Unidos, y, al mismo tiempo, otorgarles el estatus de protección (mencionado anteriormente) a los que se encontraran indocumentados. De modo, pues, que, a pesar de no impulsar una intervención abierta en Venezuela ni a libre voz, el Partido Demócrata intenta tomar una iniciativa que, a mi parecer, es sumamente importante en vista de la crisis de desplazados a causa de los desmanes en Venezuela.

Si bien el Partido Republicano, encabezado por el presidente Donald Trump, aparentara ser el que está mayormente comprometido en ayudar al pueblo de Venezuela a partir de un discurso según el cual “todas las opciones están en la mesa”, pareciera que la presión interna ejercida por el ala aislacionista y antiinmigratoria de su tolda ha detenido parte de las acciones del gobierno estadounidense.

En conclusión, creo que resulta notorio ver las posturas de los partidos norteamericanos, con respecto al asunto de Venezuela, con un lente que no se limite al blanco o al negro, es decir, basado en el hecho de intervenir o no intervenir. Por supuesto que una situación ideal sería que Estados Unidos llevara a cabo una operación militar al estilo de Panamá y sacara de manera inmediata a Maduro del poder; sin embargo, frente a unas elecciones que se avecinan en el año 2020, y con una oposición demócrata cada vez más sólida, no parece muy factible que Donald Trump se incline a favor de medidas que pudiesen dividir seriamente a su partido en esta coyuntura.

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