Lo llamo Cartel de Sao Paulo, tal como lo han hecho algunos otros comentaristas, porque en lo esencial, el que en algún momento se autodenominó Foro de Sao Paulo, hace tiempo que perdió su disfraz. Se le cayó a pedazos.
Han transcurrido casi tres décadas, de aquel 1990, cuando Lula da Silva ―todavía faltaban 13 años para que accediera el poder, es decir, a las riquezas de la nación brasileña― creó aquella entidad que prometía contribuir a liberar a los pueblos de América Latina de la explotación y los sufrimientos. Quien indague en las hemerotecas podrá verlo por sí mismo: el foro se presentaba a sí mismo con un lenguaje mesiánico, hecho por frases que hablaban de la lucha de los oprimidos, el combate al imperialismo, la construcción de un futuro de felicidad. De aquella campaña de redención, dos promesas no deben pasar inadvertidas. Una, la que hablaba de paz como el fin primordial de la iniciativa. Otra, de carácter más táctico, según la cual esta asamblea de revolucionarios (afirmación que hoy adquiere una relevancia enorme) se comprometía a combatir la corrupción, “flagelo que carcome los derechos de los pueblos”.
Casi una década después de creado, Hugo Chávez alcanzó el poder en 1999. Muy pronto comenzó a robar las arcas de la nación venezolana para financiar campañas de desestabilización en varios países de América Latina, y para alimentar las campañas políticas y electorales de movimientos izquierdistas. Lula da Silva triunfó en las urnas en 2002; Néstor Kirchner en 2003; Tabaré Vásquez en 2004; Evo Morales, Michelle Bachelet, Daniel Ortega y Rafael Correa en 2006. El foro crecía y se expandía. Tal como lo ha recordado el periodista Emily Blasco en el diario ABC, en 2009, alcanzó su apogeo político: 14 gobiernos de la región estaban encabezados por sus miembros o simpatizantes.
Visto en retrospectiva, hay quien podría pensar que la verdadera naturaleza del foro se puso de manifiesto en 1996, cuando en mayo Raúl Reyes, asesino ―en cuyo expediente figuran 3 violaciones de menores, 12 reclutamientos forzados y 19 abortos obligados― e integrante de la alta dirección de las FARC, participó en el VI Encuentro realizado en El Salvador, donde leyó una carta enviada por uno de los mayores delincuentes que ha tenido el siglo XX, Manuel Marulanda, “Tirofijo”.
En mi perspectiva, lo de 1996 fue un aviso relevante: mostró que el Foro de Sao Paulo podía desprenderse sin pudor de sus supuestos ideológicos, y establecer vínculos orgánicos y políticos con organizaciones terroristas y narcotraficantes. Así estaban las cosas cuando Hugo Chávez comenzó a gobernar en febrero de 1999.
Chávez marca el inicio de una nueva etapa en el Foro de Sao Paulo: su conversión en un cartel delincuencial, el más articulado y peligroso que se haya producido en los cinco siglos del continente. Apenas tomó el control de la partida secreta y de la unidad de finanzas de Petróleos de Venezuela, comenzó la exportación masiva de maletas cargadas de dólares que viajaban en aviones de la petrolera, en vuelos privados y en valijas diplomáticas. De repente, los revolucionarios incorporaron a sus rutinas, lo que llamaré “la experiencia del dólar petrolero”.
Es importante anotar lo que olvidamos por obvio: cada uno de numerosísimos destinatarios de esas maletas atestadas de billetes, incluyendo al mismísimo Fidel Castro, sabían que el dinero que recibían era robado. Por lo tanto, todos esos destinatarios, muchos de los cuales acaban de participar en el encuentro que tuvo a Diosdado Cabello como anfitrión ―curiosa metamorfosis: el que fue líder de la derecha endógena, denunciado por Mario Silva en Venezolana de Televisión, se ha reconvertido en responsable del catering y el ramito de flores plásticas que fueron colocadas en las habitaciones de los invitados― son cómplices del saqueo.
Se equivocan los que sostienen que la constructora Odebrecht lidera el ranking como la corporación más corrupta en la historia de América Latina. No es así. Probablemente esté en la segunda posición. El primer lugar, de forma indiscutida y con una ventaja de miles de millones, lo ocupa el Foro/Cartel de Sao Paulo ―por cierto, la agrupación española Izquierda Unida es una de las organizaciones titulares del mismo―.
Basta con hacer un cálculo superficial, y estimar el costo de las operaciones de corrupción de los gobiernos de Fidel Castro, Raúl Castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Lula da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega y Rosario Murillo, para que sea evidente, groseramente evidente, que el Cartel de Sao Paulo no tiene antecedentes ni tendrá sucesores en la historia, porque sus cifras, cuando menos, multiplican por cien o más los montos que se han señalado en el caso Odebrecht.
Pero, además, el que hayan entregado la organización del encuentro de Caracas al teniente Diosdado Cabello, capo de las finanzas, y que la más importante declaración política emitida haya sido en defensa de los prófugos asesinos Jesús Santrich e Iván Márquez, expone, en toda su crudeza, que el Cartel de Sao Paulo ha dejado atrás cualquier disimulo. No solo es la más poderosa banda delincuencial que haya operado en América Latina, sino que, entre sus miembros, cada vez tienen más relevancia los torturadores, los represores, los enemigos de la libertad de expresión, las narcoguerrillas, los traficantes de oro y coltán, los operadores del negocio de las drogas, los blanqueadores de dinero, las bandas paramilitares y los acusados de delitos sexuales cometidos contra menores como Daniel Ortega e Iván Márquez, este último señalado por la ONG Rosa Blanca, como autor de 2 violaciones, 7 reclutamientos forzosos y 9 abortos.
Con todo esto quiero decir: hace dos décadas se rompió el disimulo. Hoy no es sino una banda de chulos, ladrones, corruptos y violentos, que organizan fiestas y desfiles en el único lugar del planeta donde pueden ser acogidos: en el reino de la delincuencia liderado por Nicolás Maduro.