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El cariño de un maestro

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 A lo largo de mi vida he tenido, como todos, muchos maestros y profesores. Recuerdo con cariño a tantos, cada uno con lo distinto que fueron ellos mismos y con lo que me transmitieron.

Guillermo Sucre solo me dio clases un semestre. Se trató del Taller de ensayo en la Escuela de Letras de la UCV. Mis recuerdos podrán parecer poca cosa, pero ciertas vivencias no se olvidan.

En el Taller debíamos escribir ensayos cortos, imprimir varios para repartirlos entre los compañeros y leerlos en voz alta cuando nos tocase. Cuando leí las primeras veces, la gente solía reírse porque yo colocaba muchas palabras entre dos comillas. Con ellas deseaba intensificar el significado de ciertas palabras. Me di cuenta de que su uso era exagerado. El profesor Sucre, sin embargo, frenó siempre las risas y me animaba a seguir leyendo, de modo que la entonación de lo leído en voz alta me ayudase a captar qué era lo que yo misma intentaba transmitir con las dos comillas.

Su cariño no se olvida. Su respeto hacia mi dificultad del momento tampoco. Nunca me sugirió  sinónimos que pudiesen venir a significar mejor alguna de las palabras que yo intentaba encontrar. Con su paciencia, mientras me ayudaba a leer con pausa, de modo que captase lo que estaba sucediendo, comprendí que debía haber otras palabras o construcciones verbales que pudiesen acercarse cada vez más a lo que suplían esos signos.

El veía lo que había detrás de las comillas. No se reía, sino que insistía en que siguiese adelante. Veía eso invisible, no dicho aún, no discernido todavía, por mí misma, que venía naciendo, y que podría prescindir de ellas.

Con los años he podido ver que él me ayudó a ir comprendiendo lo que realmente sucedía en esas clases. Aunque parezca poco, para mí fue mucho. Su cariño, además, no se olvida.

El hecho de que hubiese muerto, además, el día que murió, me confirmó algo que dice en el capítulo “El hielo y la pira” en La máscara y la transparencia: “la realidad original, la fuente y el fin de todas las metáforas”.

Se infiere que estas palabras son de Octavio Paz. No sé, sin embargo, en qué libro concreto están. Tampoco sé cómo concebía propiamente el profesor Sucre la realidad y su íntima relación con la palabra. No sabría decir. Solo sé que su muerte, ese día, me confirmó que la realidad original es la fuente (de) y el fin «“a la primera letra”, hacia “la piedra: cimiente”, para preparar, como la tierra, su resurgimiento, su nueva plenitud».

A Guillermo Sucre lo recordaré siempre con mucho cariño.

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