Tres décadas y media no son poca cosa en la vida de un país, menos aún si las estadísticas lo fotografían descosido y trastornado, habitado por una población cuya mayoría se ha visto afectada severa y permanentemente, en todos los escenarios por donde transcurre su cotidianidad.
El Caracazo
Han pasado ya 35 años “del día que bajaron los cerros”, como se dijo en alguna crónica de por esos días, cocinada a la carrera, con la premura propia de un horno microondas. Ese día, 27 de febrero de 1989, se le vieron las costuras al país que veníamos siendo desde hacía rato, al paso que se opacaba nuestra vitrina democrática, motivo de envidia en varias naciones de América Latina.
A partir de entonces se puso en evidencia, así pues, la debilidad del Estado y la precariedad de las instituciones, el hundimiento del bipartidismo y el extravío en su rumbo de las diversas organizaciones políticas, al tiempo que el mensaje de la antipolítica cobró fuerza y sumó incontables adeptos de todo tipo.
Pero, sobre todo, se marcó el epílogo histórico de nuestra “ilusión de armonía”, idea analizada en un libro del IESA, publicado en 1984, aludiendo a la ruptura del contrato social, nacido bajo el manto del llamado el Pacto de Puntofijo, suscrito en 1958 y según el cual fundamentamos nuestra convivencia a lo largo de más de tres décadas. Por eso, se nos desgarró el país y aún no hemos terminado de recoger los vidrios rotos
Fue aquel, el día del Caracazo, en el que se generaron graves episodios de violencia, saqueos y represión, que azotaron principalmente a Caracas, aunque también se extendieron, en menor escala, hacia otras regiones del interior, haciéndonos tomar conciencia de que vivíamos en una sociedad perturbada y desorientada en muchos sentidos.
De aquellos vientos, estos lodos
El Caracazo abonó el terreno para que, poco después, en el año 1992, Hugo Chávez intentara derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez, evento que, por cierto, no fue mal visto por una considerable parte de la población y que, luego, en 1998, ganara con una clara mayoría de votos la Presidencia de la República, cabalgando sobre un mensaje que despertó una gran esperanza en los sectores populares, que se vieron incluidos e interpretados en un movimiento político muy distinto a los demás.
No obstante, su gestión quedó corta respecto a su amplio y variado menú de promesas. Si bien es cierto que en sus comienzos hubo algunas mejorías, implementadas a través de medidas impregnadas de clientelismo y posibles gracias a que los precios petroleros llegaron al cielo, poniendo al barril a la altura de los 100 dólares, el deterioro se hizo evidente cuando los precios bajaron y la brújula gubernamental empezó a marcar la ruta del denominado socialismo del siglo XXI que, en verdad, no se tradujo en ningún viraje, limitándose, casi, a una consigna política que fue ensanchando el área del autoritarismo y la arbitrariedad.
En suma, Chávez defraudó las expectativas que despertó, dejando un saldo que no daba mucho para presumir. Su mandato se caracterizó por haber sido una abstracción revolucionaria, que no conectaba con la percepción colectiva y se sustentaba en una permanente arenga que ignoraba los hechos, los desmentía, los disfrazaba o los driblaba.
En los últimos días de su vida se sacó de la manga el nombre de Nicolás Maduro Moros, seleccionándolo como su heredero. Su primer gobierno comenzó el 8 de marzo de 2013 de forma interina, siendo ratificado el 19 de abril de 2013 como presidente constitucional, tras la celebración de unas elecciones y fue electo para un nuevo período iniciado en 2018 y que terminará en 2025.
Dicho de manera muy sucinta, bajo su mandato la situación del país ha seguido siendo crítica, mírese por donde se mire. Tal vez el acontecimiento más significativo haya sido que durante su segundo gobierno, y al amparo de consignas que mantenían su carácter revolucionario, propició el denominado coloquialmente “Capitalismo de Bodegones”, conformado a partir de burbujas comerciales a las que sólo ha tenido acceso una minoría de venezolanos. Se ha pretendido, así pues, dejar la impresión de una “recuperación”, prefigurando en pequeña escala, dicho sea de paso, lo que se ha identificado como el “Capitalismo Autoritario”, un modelo que se extiende progresivamente a nivel mundial.
“Déficit de oposición”
Durante este período, los diversos sectores de oposición actuaban como si no hubieran logrado descifrar el acertijo político que, con sus variantes, se les presentó durante tantos años. La falta de comprensión de lo que significaba el chavismo para vastos sectores de la población, la mala puntería en el diseño de sus estrategias, sus divisiones internas, las apetencias personales, así como otros factores, incidieron en su descalabro. Siendo la democracia un evento de pesos y contrapesos al país le hizo mucho daño tener un “déficit de oposición”. Y, ojo, con lo anterior no quiero señalar que se trataba de una tarea fácil, puesto que al frente estaba un gobierno que nunca detuvo su tarea de acosar y someter a quienes lo adversaban, las más de las veces alegando razones y valiéndose de medidas más que cuestionables.
Hoy, casi tres decenios después del Caracazo (¿no sería más certero sustituir la Z por una J?), aún experimentamos la sensación de vivir en un país en el que no cabemos todos. Un país dividido en dos partes, “ellos” y “nosotros”, con relatos distintos sobre su presente, su futuro y hasta su pasado, cada una tirando para su lado, sin verse, ni oírse, ni entenderse, dentro de un marco en el que, por si fuera poco, emergen peligrosos rasgos de anomia. Un país, así pues, incapaz de reconocerse en sus diferencias e incapaz, por lo tanto, para bregar los consensos que exige cualquier sociedad con el propósito de fijarse objetivos comunes y aglutinar fuerzas para conseguirlos en un entorno pacífico.
No hay “Fair Play”
Sin embargo, pareciera que el panorama se está transformando. En los últimos meses las elecciones presidenciales previstas para este año han sido percibidas como la oportunidad para que Venezuela pueda desplazarse hacia otros rumbos.
En efecto, las elecciones primarias que llevó a cabo la oposición, ganadas por María Corina Machado, y las características de su liderazgo, incluida su capacidad simbólica y emocional, permiten imaginar otro panorama.
Sin embargo, al momento de escribir estas líneas, el CNE ya anunció el cronograma correspondiente, con el visto bueno de todos los rectores, poniendo en duda su imparcialidad, por decir lo menos, al punto de colocar (¿amuleto político religioso?) como fechas de iniciación y finalización del proceso los días en los que nació y falleció Hugo Chávez.
No es de extrañar que la primera impresión que deja su decisión es, entonces, la de haber confeccionado un traje diseñado a la medida, corbata incluida, según de las exigencias oficialistas, cuidando, eso sí, las apariencias legales.
En este sentido, y en aras de la brevedad, dado que el asunto ha sido reiteradamente analizado estos últimos días, me limito a indicar que reduce notablemente los lapsos requeridos para cada una de las actividades y plantea cuatro meses para la organización y desarrollo de un evento que precisa al menos de medio año para que los resultados del evento puedan adjetivarse como transparentes y confiables. A propósito de lo anterior cabe mencionar que este año habrá elecciones en varias naciones latinoamericanas y en todas ellas el cronograma establece 6 meses para el desarrollo del proceso -tiempo que de hecho es ya un criterio internacional-, con la excepción de Nicaragua y El Salvador.
Tal celeridad representa una ventaja para Nicolás Maduro, si es oficialmente seleccionado como candidato en la “consulta interna” (perdón por las comillas) que la próxima semana realizará el PSUV. Sin embargo, parece haber arrancado ya su campaña electoral, mediante el anuncio del “Plan Colchón Noble”, el cual significa el reparto de 1 millón de colchones para que “el pueblo tenga un sueño reparador”. No hay mejor manera que ésta para saber cuál será la naturaleza, el tono y el mensaje de su campaña.
La oposición en la encrucijada
Creo que las primarias marcaron un hito en la historia de la oposición venezolana durante el presente siglo. La decisión del CNE la ha puesto ante una gran responsabilidad de cara al país. En medio de los escollos que debe enfrentar, sobresale, de lejos, la inhabilitación de María Corina Machado. No es éste un problema fácil de solucionar, ni mucho menos. Lo ideal sería, obviamente, superar esa barrera. Pero dada la obcecación mostrada por el gobierno para conservar el poder, es obligatorio pensar también en otras alternativas.
En este sentido, espero que no aparezca la ocurrencia de la abstención. Espero igualmente, que prive la necesidad de la unidad frente al “ombliguismo” personal. Espero, en fin, que se construya una decisión que no implique la pérdida del capital político que se ha logrado acumular, equivalente al triple del que dispone hoy en día Nicolás Maduro
El 28 de julio nos jugamos el país, no es una desmesura advertirlo. Nos jugamos la posibilidad de iniciar la solución de la crisis política, causa principal de los aprietos y penurias que se padecen en todos los ámbitos de nuestra existencia. Nos jugamos, en suma, la posibilidad de regresar a la política como modo para alcanzar la convivencia, valiéndonos del diálogo, la negociación, el respeto por las diferencias, y, así mismo, de zafarnos de la pugna entre “ellos y nosotros”, premisa que desafortunadamente ha prevalecido entre nosotros a lo largo de este siglo.
Habrá, pues, que entenderse y gobernar para todos, en particular para los que, casi por costumbre, han sido excluidos y tomados en cuenta sólo por la utilidad que representan en circunstancias de naturaleza electoral.
Además, los vientos que soplan en la actualidad nos lo exigen. Necesitamos repensar la democracia y el modo de gobernar, a fin de enfrentar la complejidad y los desafíos que se insinúan en este planeta globalizado y perfilado por transformaciones drásticas en todos sus rincones.