Aunque no oficialmente, la campaña política con miras a las elecciones primarias de la oposición venezolana, pautadas para el próximo 22 de octubre, ya ha comenzado en medio de un ambiente viciado por el conflicto interpartidista y la confusión ciudadana.

Ambos factores de la ecuación atentan contra la aspiración existencial del país mayoritario que no es otra que el cambio político en Venezuela.

Por un lado, algunos analistas han señalado reiteradamente que la mejor fórmula para llevar adelante un proceso de primarias es aplicando eso que se llama fair play (juego limpio). Entre otras buenas maneras, esto consistiría en una campaña en la que los candidatos, lejos de atacar a sus contrincantes, descalificándolos y satanizándolos, se concentren en propuestas que conecten con las necesidades más acuciantes del venezolano; algo así como devolver a los habitantes —con una acertada narrativa—, la confianza, esperanza y fe perdidas durante los últimos años. En otras palabras, hacer entender a las fuerzas políticas contrarias al régimen que es a este último al que hay que señalar y combatir.

Según la misma opinión, una campaña limpia al estilo de las primarias de 2012 debería contar con un acuerdo programático mínimo a cuya ejecución estaría comprometido el vencedor de la contienda. De esta forma, el carácter de candidato unitario y el apoyo de la militancia de todas las fuerzas políticas democráticas que hayan participado estarían garantizados, según, una condición sine qua non para derrotar a Nicolás Maduro en las presidenciales de 2024.

Todo esto está muy bonito, pero es aquí donde entramos en el terreno de la suspicacia política y confusión ciudadana.

Las circunstancias de aquel lejano 2012, cuando participaron candidatos como los mismos María Corina Machado y Henrique Capriles, al igual que Diego Arria, Pablo Pérez y Pablo Medina, han cambiado diametralmente. En aquella oportunidad se dieron momentos tan “románticos” como la decisión que tomó Leopoldo López de renunciar a su candidatura para apoyar al abanderado de Primero Justicia, hoy día enemigos acérrimos. Esta vez y en este presente perfecto, el nombre del juego se llama “desconfianza”.

Mucho ha llovido desde aquel entonces, siendo que la cohesión y camaradería relativas que existió en lo que se conoció como la Mesa de la Unidad Democrática, dista mucho de los extraños entretelones que se han visto y supuesto, fuera y en el seno de su actual heredera: la Plataforma Unitaria, instancia organizadora, a través de su Comisión Nacional de Primarias, del evento de octubre próximo.

La desconfianza que impregna todo el paisaje político venezolano, y, en particular, el de las primarias, se manifiesta de dos maneras fundamentales. En un primer plano, la gente, el pueblo común y corriente, duda de las capacidades y buena voluntad de muchos de los candidatos que han anunciado su participación. Hasta incluso se maneja la hipótesis de un proceso que pudiera resultar infiltrado por las garras del régimen.

Hace varios días, por ejemplo, el partido Primero Justicia oficializó el apoyo de su dirigencia y militancia a la candidatura de Henrique Capriles. Allí en La Trinidad estaban todos, hasta los precandidatos de esa tolda política, Juan Pablo Guanipa y Carlos Ocariz, ofreciendo, con discurso incluido, su fuerte espaldarazo.

Nadie supo si fue por descuido (un verdadero detalle) o si se trató de una acción intencional, pero, lo cierto es que en ese momento de su proclamación el apadrinado del partido aurinegro vestía una camisa roja que a muchos puso a pensar. Algunos lo llaman traición del subconsciente. En un momento de su discurso, Capriles, tal vez en un esfuerzo de enmienda, arengó a los presentes diciendo que “la política significa el bienestar de la gente y no un color”.

Este nuevo intento de Henrique está salpicado, primero, por un pasado que lo cuestiona al no haber sabido cobrar su triunfo en las elecciones presidenciales de 2013; y, segundo, por una serie de conductas más recientes interpretadas como franca manifestación de su intención de servir de apaciguador, lo que ha hecho que muchos lo cataloguen como instrumento (tonto útil) de un régimen sin escrúpulos

Capriles fue aquel que desestimó la celebración del referendo revocatorio a mitad de mandato de Nicolás Maduro (2016). En 2020, a pesar de que el bloque opositor había acordado no participar en las elecciones parlamentarias de ese año, en pleno ejercicio de la presidencia interina de Juan Guaidó, Henrique Capriles se habría entendido de alguna forma con el gobierno de facto y fomentó la participación en un proceso que ya estaba descaradamente cantado. La presión de la opinión pública y de las fuerzas democráticas lo obligaron a retractarse.

Ahora, el candidato de la camisa roja se presenta una vez más como opción de la causa democrática venezolana, pero, eso sí, generando un gran cúmulo de dudas y suspicacias.

En lo que pareciera ser una sospechosa coartada, él y su partido se han enfrascado recientemente en un contrapunteo con el segundo de a bordo del chavismo, Diosdado Cabello, quien insiste en que personeros de Primero Justicia se habrían reunido con agentes del régimen para solicitarle a Miraflores que emita una inhabilitación política a María Corina Machado.

Claro que no es fácil creer en nada de lo que diga este señor, pero lo que sí es cierto es que justo dos días antes del lanzamiento oficial de la candidatura de Capriles, el vicepresidente de asuntos políticos de Primero Justicia, Tomás Guanipa, insistió a través de los medios que MCM “tiene una restricción ante el Consejo Nacional Electoral (CNE), por lo que no puede inscribirse ante el ente comicial en caso de que opte por la presidencia en los comicios de 2024”.

Una jugada que pretende ubicar la candidatura de Capriles —que sí está inhabilitado hasta el año 2032, según el mismo Diosdado— al mismo nivel de la opción de la candidata de Vente Venezuela, puntera en las encuestas, y cuyos voceros partidistas han señalado que la inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos que pesaba sobre ella venció en el año 2017.

Capriles insiste en que si Maduro quiere elecciones libres y transparentes no deben existir inhabilitaciones. Y es precisamente el lanzamiento de su candidatura la que inevitablemente conduce a todo el país democrático a un segundo nivel de confusión y desconfianza. El presidente de la Comisión Nacional de Primarias, Jesús María Casal, ha señalado que el proceso de las primarias está abierto para todos los que quieran participar: habilitados o inhabilitados. El problema es que estas condiciones favorables imprimen un elemento adicional de incertidumbre, toda vez que el votante no querrá desperdiciar su voto en alguien que no podrá participar en las presidenciales de 2024.

Por los momentos, el candidato de la camisa roja podrá quedar tranquilo recorriendo el país con su lema, no tan original, de “vente, vamos juntos”; y otro que nos recuerda el origen de toda esta pesadilla del país: “el petróleo es del pueblo”.

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