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El camino del infierno

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Si relacionamos la revolución con un infierno rojo rojito, en algún momento debe haberse iniciado el camino para llegar a él. El primer paso debe haber partido de alguna motivación animada de muy buenas intenciones. Y ese arranque ha debido ser empujado por muchas personas ganadas por el interés de propiciar un cambio favorable para el país. Hablamos de buscar el bienestar común y garantizar el acceso a la riqueza para todos. Un ambiente de plena vigencia del Estado de Derecho, de libertades, de paz, de unidad en la familia y de la nación, del funcionamiento institucional y de un futuro integrado al desarrollo y a la prosperidad. Distinto a lo que se vive actualmente en Venezuela. Eso es un plan. Y un plan es una línea recta entre lo que imaginamos hacer y hasta donde pensamos llegar. En el camino de la ejecución se presentan los quiebres inesperados, los atajos inoportunos, las trochas imprevistas y las veredas de sopetón con compañeros de viaje que cambian los motivos y se incorporan otros que pueden convertirse en catalizadores del proyecto, otros elementos que cambian el concepto y hasta el destino de la ruta. Esos accidentes de viaje son los que cambian todo al final. Algo así debe dibujarse a mano alzada cuando se empieza desde el 10 de agosto de 1990 o antes, y el desenlace que hubo el 4F. O cuando prolongamos esa línea hasta el 6 de diciembre de 1998 y la extendemos a la fecha. Es un trayecto que ha cambiado mucho. Muchos de los peregrinos originales se quedaron en las primeras estaciones, otros a la mitad, otros simplemente se dejaron arrastrar cuando se empezaron a ver las costuras del socialismo y las buenas intenciones empezaron a empedrar un camino que ya se había convertido en lo que actualmente se conoce como el cruce de la selva de Darién a la venezolana. En esos grupos, por mucha refinación y depuración que se defina para participar siempre habrá un bagre que se cuele entre las guabinas. Un proyecto animado desde el origen de muy buenas intenciones a veces no termina bien. Hay muchas cosas que pueden influir en el final. El mejor ejemplo lo es la actual revolución bolivariana. Uno no puede asumir de buenas a primeras que una iniciativa política respaldada por las inteligencias más encumbradas del país se haya ensamblado desde el inicio con esto que se vive en Venezuela actualmente. No se asimila en ninguna mente racional que un académico como el doctor Tulio Chiossone haya respaldado en algún momento que el país se haya arrastrado hacia un dominio del tráfico y comercio de las drogas a nivel global. Eso no cuadra. Tampoco que el doctor Arnoldo Gabaldón, el más emblemático científico que anula el avance la malaria en el país en la primera mitad del siglo pasado, avale los altos niveles de corrupción donde se ubica actualmente Venezuela. Tampoco es lógico asociar al doctor Pastor Oropeza con las vinculaciones que se establecen del terrorismo internacional con Venezuela, ni relacionar a la señora María Teresa Castillo, mecenas de la cultura y musa del humanismo criollo y las bellas artes, con las graves violaciones de los derechos humanos por las que ha sido acusado el actual Estado venezolano ante la Corte Penal Internacional y otros organismos multilaterales. No hay ninguna racionalidad para asociar a esos venezolanos eminentes con el actual estado de cosas que se viven en el país. Cualquier discurso y narrativa en esa dirección de vincularlos va a contravía de las limpias trayectorias de las figuras mencionadas y de otros de los 25 suscriptores del primer comunicado difundido en el 10 de agosto de 1990 por el grupo de venezolanos conocidos como Los Notables. Francamente es complicado ligar al doctor José Román Duque Sánchez, al doctor Jacinto Convit, al doctor Ernesto Mayz Vallenilla, a la doctora Isbelia Sequera Tamayo, al doctor Martin Vegas y al doctor Pedro Palma, entre otros signatarios de ese documento político con este ambiente de desolación, de dolor, de diáspora permanente, de fractura, de división y de muerte, que se ha vivido en el país desde hace 24 años. No hay armonía con el modo de vida y de ejercicio familiar, profesional, intelectual, académico y político de algunos firmantes. No encaja una entrevista del doctor Miguel Ángel Burelli Rivas en La Hojilla, ni un intercambio del doctor José Melich Orsini en el programa Zurda Konducta, ni el doctor Hernán Méndez Castellanos marchando ataviado de una franela roja y una boina del mismo color, desde cualquier plaza de Caracas hasta Miraflores para protestar por la posible invasión del imperio representado por Estados Unidos. Eso no acopla en ningún tipo de planteamiento. Es imposible estructurar en la imaginación una gráfica donde el doctor Arturo Luis Berti, el intelectual Alfredo Boulton y el general Rafael Alfonzo Ravard uniformados de milicianos, con un morralito a la espalda y con un palo de escoba por fusil participen en los entrenamientos de eso que llaman en el régimen la fusión cívico militar, a la orden del general Padrino. Son cosas que no son de ley.

¿En qué momento esas buenas intenciones se torcieron? Se siente en una refutación que todo se curva con los resultados de aquel 4 de febrero de 1992. Pónganse ustedes la mano en el corazón, respiren hondo y busquen la mayor cantidad de equilibrio, mesura y sindéresis en la respuesta que van a zumbar con esta pregunta que va para el aire: ¿Ustedes ven al doctor Arturo Uslar Pietri, en aquella oportunidad, poniéndose a la orden del teniente coronel Hugo Chávez para una parada como la de entonces? Después de haber estado en una legación diplomática en el gobierno del general Gómez, de haber pasado por el Ministerio de Hacienda del general López Contreras, secretario de la Presidencia y ministro de Relaciones Interiores del general Medina Angarita, senador por el Distrito Federal y después candidato presidencial en 1963, fundador de un partido político, director del periódico El Nacional, conductor y productor de un prestigioso programa educativo de televisión como Valores Humanos, escritor premio Príncipe de Asturias de las Letras, premio Rómulo Gallegos y premio internacional Alfonzo Reyes, con una abultada hoja de publicaciones de novelas y cuentos; filósofo, poeta, periodista, diplomático, abogado, miembro de la Academia Venezolana de Ciencias Políticas y Sociales, de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y considerado uno de los intelectuales venezolanos más importantes del siglo XX. ¿En verdad ustedes ven al doctor Uslar montado en una mula con un fusil terciado siguiendo una marcha de aproximación que encabeza el comandante Chávez hacia Miraflores? Si la respuesta de ustedes es sí, el realismo mágico está despertando muchas emociones y está avivando expresiones distintas a la realidad. Esa pregunta es válida también para el caso del doctor Miguel Ángel Burelli Rivas otro del grupo de los tres excandidatos presidenciales suscriptores del manifiesto de los 25, de agosto de 1990.

Como si se estuviera manifestando solo para Venezuela, ese proverbio adaptado convenientemente que dice el camino del infierno revolucionario que viven los venezolanos en este momento fue empedrado y pavimentado en parte por las buenas intenciones para el cambio político que se pedía en algún momento como lo fueron los planteamientos del grupo de Los Notables. Esos buenos significados de los que se esperaban buenas obras fueron torcidos en alguna parte del camino por los eternos aventureros y picaros de la política criolla.

30 años del 4 de febrero de 1992

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