“No cuenten nunca nada a nadie.
En el momento en que uno cuenta cualquier cosa,
empieza a echar de menos a todo el mundo”
Holden Caulfield, El guardian entre el centeno.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese asunto de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás mierdas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero son quisquillosos y no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco”.
Las anteriores líneas son el punto partida de un libro catalogado entre los más polémicos en las últimas décadas, convertido en un indiscutible clásico de la literatura moderna: El guardián entre el centeno (The Catcher In The Rye), de J. D. Salinger (Jerome David Salinger, New York 1919-Cornish 2010), publicado en 1951, revolucionó a los lectores y agitó banderas que jamás habían sido expuestas en páginas algunas. Desde el momento en que salió a la luz llamó la atención de los amantes de la lectura, quienes como olas le dedicaron congraciados comentarios o cáusticas críticas, posicionándolo en la vanguardia de las letras de ese entonces. Como nunca antes, su autor desnudó con proverbial atrevimiento la mente de una juventud que se plantó ante la vida y que buscaba afanosamente respuestas. La sexualidad, la religión y los principios son vapuleados en estas estridentes hojas y el uso del lenguaje soez impregnan los párrafos.
Holden Caulfield es un inadaptado muchacho de 16 años cínico y arrogante, que pertenece a una acomodada familia de New York y que acaba de ser expulsado del internado donde lo habían recluido sus padres. Sin importar ya las consecuencias, decide escapar a Manhattan donde, mientras reflexiona sobre su existir, se dedica a recorrer las calles y a examinar las fuerzas que roen al resto de personajes, la noche y los excesos sin la seguridad que le protegen en el hogar y las escuelas.
La historia se desarrolla en presente y los hechos se exponen de manera cronológica de principio a fin. En una cruda y cautivante vivencia, el narrador intradiegético nos guía por su extrema e impactante personalidad en su rol de protagonista: Holden Caulfield, quien recoge la angustiante visión de un joven desprovisto de toda condición preestablecida y correctamente aceptada, centrándonos en el universo interior de un desadaptado que sin filtros mira a la existencia y procesa con templanza las respuestas que recibe del exterior.
El eje temático gira en torno a cuatro puntos que corroen al personaje principal y lo mueven orgánicamente a la búsqueda de su sentido, estos son: 1- Las preocupaciones inherentes al adolescente que, en la ruda transición a la madurez, ejercen poderosas fuerzas que lo obligan a librar un tenaz combate interior que se manifiesta en una personalidad compleja. 2- La rotunda crítica hacia la hipocresía de las personas y de las sociedad (quizá sea este el tema de mayor envergadura dentro de la historia) promueven un repudio a las reglas convencionales que privan como expresión de lo correcto. 3- El desprecio al mundo del adulto que se encuentra marcado por la ruindad de lo fatuo y lo grotesco de la dependencia del dinero; el materialismo impone condiciones al ser humano, enmarcándolo indignamente en parámetros abyectos. 4- Finalmente la infancia como único período en que las gentes se manejan con nobleza y honestidad. Es precisamente es esta la motivación fundamental y un rasgo indeleble en el angustiante Holden Caulfield: la niñez provista de ilusión, pureza y deseos contrasta con lo corrosivo, mezquino y banal de los mayores.
En Holden se generan inquietudes que lo mueven a buscar resoluciones; una de ellas es sobre la contradicción existente entre el amor y el sexo. El hervor hormonal de la adolescencia le lleva a pensar que la práctica sexual necesariamente está ligada a un sentimiento por la otra persona. Esta turbación le va a generar cuestionamientos, ya que en la búsqueda del amor intenso descubre que el ejercicio de la sexualidad se alcanza, de una forma más sencilla, con dinero. El joven comprende que el deseo puramente carnal tiene matices que lo hacen un instrumento evasivo ante la soledad. En él las preocupaciones están enraizadas con la especulación de sus fantasías, mismas que le funcionan como un acompasado mecanismo de defensa ante la dolorosa realidad.
En otro pasaje de la obra descubrimos el carácter displicente de este joven que vaga por el New York de la posguerra mientras enjuga sus miedos y frustraciones: «Una de las cosas malas que tengo es que nunca me ha importado perder nada. Cuando era niño, mi madre se enfadaba mucho conmigo. Hay tipos que se pasan días enteros buscando todo lo que pierden. A mí nada me importa lo bastante como para pasarme una hora buscándolo». A lo largo de los años a este trabajo se le ha considerado en cierto sentido, una especie de código iniciático para la juventud. En sus páginas está guardada una verdadera identificación con el espíritu de los adolescentes que buscan su rumbo.
La mayor parte de las experiencias de Holden Caulfield durante esos tres días libres en la resplandeciente Manhattan son un camino sin salida, las controvertidas ideas y la incertidumbre son espacios fértiles en la mente del adolescente. Se dedica a adentrarse en una espiral de alcohol, tibias aproximaciones con mujeres, encuentros con conocidos y conectar con extraños, todo en el marco cíclico del espejismo que le brinda la urbe en la que vaga.
La vigencia de El guardián entre el centeno, se renueva en cada generación; sorprende con satisfacción que a pesar de los drásticos cambios que se evidencian desde la juventud de los años cincuenta a la actual, la novela se adecúa a cada presente y continúa señalando con maestría esa ruta tortuosa por la que invariablemente todos debemos transitar en la ruta a la adultez. El descarnado retrato que nos lega J. D. Salinger nos obliga a confrontarnos con el existir en un mundo plagado de hipocresía, frialdad y materialismo, en donde la esperanza es una frágil ilusión para la pubertad. Introducirnos en este arrojado texto nos ofrece una travesía que permite mirar hacia atrás y releernos desde el cambio, desde el íntimo pasado, aquel del que somos meramente historias de sobrevivientes, en una vida que desde los riscos coqueteaba con el precipicio.