OPINIÓN

El callejón de los fenómenos

por Héctor Concari Héctor Concari

La Gran Depresión americana comenzó oficialmente con el “crash” de la bolsa de Nueva York,  el 24 de Octubre de 1929. La fábrica de sueños no escapó a sus  efectos colaterales. Las pantallas se llenaron de ilusiones que apartaran al público de las estrecheces cotidianas, o de gangsters que, a su manera, buscaban una mejor vida fuera de la ley, o de monstruos imaginarios. Las ferias tuvieron un espacio menor salvo por un film maldito y deslumbrante sobre los “freaks”, los fenómenos que – a falta de animales- animaban con sus deformidades los circos ambulantes. La había dirigido Tod Browning en 1932, y a diferencia de su Drácula del año anterior Freaks/ La parada de los monstruos hirió sensibilidades varias y fue un rotundo fracaso de taquilla. En 1947 el tema volvió, esta vez de la mano de un director talentoso llamado Edmund Goulding (entre otras muchas, había dirigido a Greta Garbo en Gran Hotel). Y tenía a Tyrone Power y Joan Blondell, dos estrellas de singular belleza que contrastaban con la tristeza del entorno (el de la Depresión) y la monstruosidad de los fenómenos de feria que azotaban la trama y su final.

Guillermo del Toro ha sido desde sus inicios un cultor del cine de terror y en especial de personajes que caminan con un pie en el mundo imaginario, pero que reciben del director un tratamiento realista cuyo mejor ejemplo es la muy premiada La forma del agua de 1917. En este caso, la visita al clásico de 1947 parecería ser un tema natural para Del toro, porque esta historia de un pequeño granuja ambicioso abriéndose paso en el desigual mundo de la Depresion del comienzo luce singularmente tentador. En buena medida porque, como aquellos tiempos despiadados, es la ambición la que domina la vida del protagonista que cabalga sobre las ilusiones de varias mujeres, usándolas y contaminándolas en su desenfrenado camino hacia el éxito. Todo esto, sin percatarse de que, en el mejor estilo de Ícaro, cuanto más se acerca al sol de la riqueza, y más alta es la apuesta, más peligro existe de regresar a la pobreza de la cual ha salido. La película tiene un logro mayor en un coro actoral de primera línea, realzados por una fotografía plomiza que sabe recrear la falta de perspectivas de los pobres  y contrasta con el mundo de los ricos poblado de tonos vivos. Este tránsito de la pobreza tramposa a una riqueza que no es más decorosa a la hora de tender zancadillas y acumular más y más poder, es la fábula de la Gran Depresion y, de paso, la del capitalismo salvaje de nuestros días. Porque no hay medias tintas en este mundo signado por el pesimismo. Hay un territorio sucio, triste, y desolado en el que habitan los fenómenos y sus maestros y un mundo de privilegios donde vive la flor y nata de la sociedad. Son mundos radicalmente distintos pero con vasos comunicantes irrigados por la maldad. Un mentalista ha tenido días de gloria, pero hoy es un pobre alcohólico, o un pobre aprendiz es capaz con perseverancia y sin piedad de subir los peldaños del éxito. Pero es importante entender que esos caminos son de ida y de vuelta. Para transitarlos y descifrarlos es necesaria la ambicion, en forma de un código de engaños que solo conocen los protagonistas y que funciona como una clave para el triunfo, clave que también lleva a la derrota.

Hasta ahí los aciertos, que son los más. Lamentablemente la película dura dos horas y media, debido a la voluntad del libreto (del mismo Del Toro) de explicar lo que no necesita explicación. No es importante que el protagonista sea un parricida, o que cada personaje necesite de una introducción biográfica. A veces – a menudo- menos es más y es aquí donde la película, sin caerse, es cierto, tropieza y se enreda en meandros que no vienen al caso, tal vez por la necesidad de despegarse del original, que de paso, vale la pena volver a ver (está en YouTube en una copia muy buena). Es en esta comparación en la cual las costuras de la nueva versión aparecen, la primera parte del circo y la segunda la de los salones de los ricos aparecen innecesariamente distanciadas, como dos películas en una y las elipsis de 1947 funcionan mucho mejor que las explicaciones actuales. En ambas, sin embargo, asoma esa figura tan propia de la Depresión pero que va a invadir todo el cine y la literatura amerciana. El perdedor, el “loser” tentado por el sistema pero permanentemente derrotado por él. Aquí en sus dos versiones, como el fenómeno, el “freak” , el “geek” condenado por su forma y su pobreza a ser materia de exhibición de feria, y el otro perdedor, que se ilusiona con poder saltar del otro lado del muro, sin darse cuenta que la partida estaba sentenciada de antemano.

El callejón de las almas perdidas. (Nightmare Alley). USA 2021. Director Guillermo del Toro. Con Bradley Cooper, Cate Blanchett, Toni Colette.