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El café de Páez

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En 1836, durante la primera presidencia de Páez, en Venezuela se estaban exportando 127.000 sacos de café. Ya para 1840 eran 200.000  y en 1848 la cifra se elevó hasta 300.000. El crecimiento continuó hasta llegar a 1.370.000 sacos en 1915, tan solo un año después de que Zumaque I, el primer pozo petrolero venezolano, se completase. Estábamos aprendiendo a caminar y nos ataron las piernas.

A partir de entonces Venezuela se vería afectada por lo que los economistas llaman el «mal holandés». Esto sucede cuando los ingresos de un país aumentan abruptamente en un sector, mientras que el resto de los sectores no acompañan el crecimiento. Por lo general estos otros se ven atrofiados, ya sea por descuido estatal o por una revalorización de la moneda que afecte negativamente al resto de las exportaciones.

La novedad petrolera no solo llevaría al descuido del sector agrario y ganadero, sino a grandes brotes populistas a lo largo del siglo pasado, desembocando en el actual gobierno como el más obvio ejemplo. La necesidad de producir en diversas áreas se vio atrofiada por el facilismo de la riqueza natural, y Venezuela caería en la lamentable categoría de país rentista, sin siquiera merecer el título de país agrario. Las consecuencias son evidentes: algunos países latinoamericanos han logrado dar el salto a la industrialización, mientras que el petróleo sigue siendo la única posibilidad de exportación venezolana.

Nos encontramos en la desdichada posición de añorar la producción cafetalera de la época paecista. La organización colectiva era en esos tiempos absolutamente necesaria para el funcionamiento de la economía, las plantaciones agrícolas requerían de un esfuerzo ciudadano y una organización ejecutiva que era sumamente saludable para las instituciones políticas y económicas del país.

Articular efectivamente una industria a partir de la siembra o la producción manual presenta exigencias de las cuales la clase política moderna venezolana se ha visto exenta. Gracias al infinito flujo de petróleo se han librado de la monumental tarea que es orquestar una producción nacional bien articulada, con sus respectivas bajas en la producción, crisis sindicales, protestas laborales y demás. Se requiere de un optimismo desenfrenado para seguir considerando al petróleo una bendición a estas alturas.

Solo a través del crudo se ha podido perpetuar en el poder el gobierno más incompetente, ignorante e irracional de la actualidad americana. La escalada de los precios posterior a la invasión de Irak en 2003 le permitió a Chávez un gasto público absolutamente insensato, obteniendo la consiguiente aprobación popular pero sin lograr soluciones a largo plazo en las áreas de la educación, vivienda, alimentación, industria, etc. La corrupción, los regalos a gobiernos extranjeros y la pésima inversión social acabaron con el potencial de esa excelente época financiera. El ego inflamado de Chávez se vio avalado por la infinita cartera petrolera y su populismo genérico acabó con una fertilidad económica que pudo haber sido históricamente provechosa.

Mientras el mundo desarrollado profundiza de la mano de la industria y la tecnología en la economía del conocimiento, Latinoamérica ha quedado predominantemente en la dependencia de las materias primas. En este rezagado contexto, Venezuela no puede siquiera presumir de un sector agrario funcional, como podrían hacerlo Argentina o Ecuador. No se puede hablar tampoco acerca de una diversificación de las exportaciones de recursos naturales, como es el caso de Chile o Colombia. Por si fuera poco, sería falso afirmar que hay un uso interno efectivo del único producto que mantiene al país a flote, evidenciado en la miseria generalizada de la población venezolana. Venezuela se ha convertido en el peor ejemplo internacional de lo que puede ir mal en un país.

Una vez que acabe la tragedia chavista habrá que sentar unas bases agrarias firmes que reivindiquen a la producción nacional. Aspiraremos entonces a lo que ya es considerado retraso en la actualidad: la exportación agrícola. Con el paso de los años, y si todo sale bien, quizás la riqueza natural sirva de apoyo en la industrialización de un país atrofiado por el peso de su pasado colonial, el facilismo del petróleo y los consiguientes males culturales que afectan a la población. La autocrítica tendrá que convertirse en el estandarte nacional, ya que la lista de errores y fallas es inestimable. Ojalá logremos ser entonces un ejemplo de resiliencia y reestructuración.

La difícil tarea de la reinvención económica se confundirá con la monumental exigencia social de conciliar a un país víctima del profundo resentimiento entre clases que ha dejado el nefasto personaje de Sabaneta. Será un reto histórico, pero descansemos con la certidumbre de que otros más difíciles se han superado, como se vio el siglo pasado en la Alemania de la posguerra. Quizás con el paso de las décadas se hablará del milagro económico venezolano. Quizás por primera vez en la historia convertiremos al petróleo en nuestro aliado.

 

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