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El caerse a embuste triunfalista y la lucha intestina de la oposición

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Pixabay

No se me quita de la cabeza la idea de que las peleas y descalificaciones entre miembros de la dirigencia opositora —cuando debería privar un espíritu unitario de cara a las eventuales elecciones de 2024—, obedecen a la convicción compartida de que el régimen de Maduro está acabado. Maduro no tiene razón de ser —lo dicen las encuestas— y quien logre posicionarse hoy a la cabeza de la oposición será pronto presidente. A pesar de que, hasta ahora, tal supuesto no se ha cumplido, es sólo cuestión de tiempo. Ante tamaña certidumbre, las ansias de ser la persona escogida, quien habrá de bañarse de gloria por conducir —exitosamente— la transición hacia una democracia, parecen haberse salido de madre.

No tengo por qué dudar de la sinceridad de las convicciones democráticas y libertarias de muchos que incurren en tales prácticas. Asimismo, es fácil coincidir con la premisa de que el régimen de Maduro no tiene razón de ser. En fin, es insólito que, en escasos siete años (2014-2020) y sin que mediara una guerra ni otras adversidades sobrevenidas (terremotos, huracanes), la economía venezolana, bajo su mandato, se haya reducido en unas tres cuartas partes. Cuando uno le cuenta eso a quienes, fuera del país, no están familiarizados con la tragedia venezolana, la reacción más común es la de no creer lo que se les dice: es una exageración que le resta veracidad a lo que se intenta explicar. Lamentablemente, es ésta la dimensión real de nuestra tragedia, condenando a la inmensa mayoría de los venezolanos a condiciones de hambre y miseria impensadas previamente en la era petrolera de nuestra historia.

Pero, a pesar de constituir el régimen de Maduro un contrasentido, encontrado con las responsabilidades que uno espera de todo gobierno, no por ello se desprende que, por alguna sobre determinación histórica o del deber ser democrático, su salida está dada. Media, claro está, la acción política necesaria para sacarlo. Y, ésta —hemos debido aprender dolorosamente— no es “soplar y hacer botellas”. Si hay algo por el cual el liderazgo opositor ha debido haber reflexionado bastante y con profundidad, es acerca de las causas de la inesperada resiliencia exhibida por tan nefasto, incompetente y destructivo poder.

En primer lugar, inescapable, está el apoyo de la cúpula actual de la fuerza armada. Es menester identificar a quienes, con Padrino López a la cabeza, han convertido en traidores a la patria a estamentos de la FAN, es decir, en instrumento de quienes la destruyeron y subordinaron a intereses foráneos. ¿Cómo se conforma la estructura de complicidades sobre la cual descansa? Además de la corrupción, deben denunciarse los constructos ideológicos fascistas que terminan justificando su actuación como ejército de ocupación, sometiendo al pueblo. ¿Aspectos nunca superados del militarismo decimonónico? ¿Cómo neutralizarlos? Hay que contraponer a ello una visión de la FAN en democracia: sometida al poder civil, más reducida, altamente profesionalizada y con remuneración y dotaciones que eviten las tentaciones extorsionistas que hoy la corroen. Luego, hay que pensar en cómo conciliar el necesario castigo a quienes hayan protagonizado la violación de los derechos humanos de los venezolanos y/o saqueado a la nación, con la imperiosa necesidad de negociar una disminución de los costos que, para ellos, implique su abandono del poder, hasta donde sea políticamente aceptable. Entraría en juego un régimen de justicia transicional y de manejo de las sanciones impuestas a muchos, que faciliten este proceso. ¿Se ha avanzado con los criterios que permitirán avanzar en este propósito, se han identificado potenciales interlocutores que podrían interceder para que ello ocurra?

Luego está la obligada respuesta a la gravísima situación económica por la que atraviesa el país. Se ha puesto en evidencia que la supuesta “normalización” que algunos creyeron se asomaba el año pasado, no condujo a recuperación alguna. Los empleados públicos —maestros, profesores, médicos, enfermeras, policías, administrativos, prestadores de servicio y demás—están tomando las calles en protesta, con frecuencia y participación crecientes, porque el nivel de empobrecimiento a que los condena sus miserables sueldos es invivible. Hay que apoyar estas luchas en demanda de mejores remuneraciones, denunciando la criminal destrucción de los medios de vida del venezolano. Pero hay que contraponer, necesariamente, un proyecto de país alternativo, capaz de ofrecer opciones de solución creíbles, con las que la gente pueda identificarse. Esto significa, en primer lugar, desistir de soluciones mágicas: ni va a ocurrir un aumento del precio del petróleo que venga milagrosamente al rescate, tampoco la dolarización completa nos sacará del abismo y menos aún levantarles las sanciones a Pdvsa. El país, igual, no tiene dólares ni capacidad de generarlos en el corto plazo.

No hay solución que no pase por un programa de ajuste macroeconómico que devuelva la estabilidad de precios y de tipo de cambio al país. Ello difícilmente ocurrirá sin un fuerte financiamiento internacional. Y, como hemos planteado tantas veces, poder contar con este financiamiento lleva a instrumentar las reformas necesarias para que la economía se reactive y pueda reembolsar esos créditos en el tiempo. Entre otras cosas, implica restablecer las garantías a la propiedad y procesales de nuestro ordenamiento constitucional y la observación de los derechos civiles, económicos y humanos en general, base para generar la confianza y las seguridades que respaldan la inversión productiva. Será necesario enfrentar, además, los poderosos intereses que se han apoderado del Estado para expoliar al país.

Sin aumentos sostenidos y ambiciosos en la productividad laboral no habrá mejoras sostenibles en los ingresos de los venezolanos. Ello es factible porque el país cuenta con una brecha enorme de recursos no utilizados o subutilizados, a causa de la gestión chavo-madurista. El ajuste, por tanto, tiene que ser de naturaleza expansiva, liberando a la economía de la asfixia de sueldos y de otros gastos del Estado, así como del crédito bancario, instrumentadas por Maduro en su intento por contener el alza del dólar. Pero esta conexión debe enlazarse con iniciativas y proyectos concretos de la gente, involucrando, donde sea posible, propuestas de solución a nivel local, regional o sectorial, en torno a las cuales pueda verse retratada. Ello deberá poner al descubierto la naturaleza de las trabas que dificultan la superación de las terribles estrecheces que sufre hoy la población, y enfatizar la imperiosidad de cambios.

Lo dicho arriba también es condición para resolver la insufrible carencia de servicios —agua, luz, gas, seguridad, gasolina, etc.— como la imprescindible e importantísima labor de recuperar, fortalecer y desarrollar una educación y una atención de salud universales y de calidad. Se han asomado muchos proyectos concretos en estos campos que, de nuevo, requieren financiamiento internacional y que presuponen el establecimiento de un marco institucional que la haga factible. Contar con la diáspora venezolana será un importante activo en este empeño, como en lo anteriormente señalado. No obstante, dada la naturaleza del actual régimen, la conexión con el necesario cambio político es insoslayable.

En fin, son muchos los elementos que deberían tomarse en cuenta para la construcción de una alternativa de cambio real, creíble y que inspire confianza. Porque no se trata sólo de dirimir el candidato de una pregonada unidad del voto opositor. Es menester aprovechar las primarias, como las movilizaciones y planteamientos que se hagan al calor de los problemas que atormentan a la población, para forjar esa alternativa, de manera que se convierta en un proyecto para el cambio capaz de inspirar a esas mayorías —80% de la población— que claman por la salida de Maduro. En una entrevista reciente por Radio Fe y Alegría, el conocido luchador democrático Chúo Torrealba expresó su frustración con los llamados a votar siempre “en contra de…”: era tiempo de convencer a la gente a votar “a favor de”. Obliga a forjar una propuesta convincente, que pueda hacer realidad los cambios.

No sólo hay que escoger el candidato, es necesario forjar el apoyo masivo que garantice su triunfo y que esté dispuesto a defenderlo ante el empeño fascista de trampear las elecciones. Todavía más decisivo, es menester que el proyecto con que se identifique la gente logre consolidar el proceso de transición democrática y de transformaciones, y neutralizar los intentos que puedan producirse para sabotearlo. Evitemos estar frente al triste espectáculo de unos borrachos peleándose por una botella vacía.

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