Acaba de finalizar el esperado debate presidencial en Estados Unidos. A ese torneo verbal televisado y al que se le hace seguimiento global; que ha alcanzado los niveles del match boxístico como Mohamed Ali contra Joe Frazier en el Madison Square Garden el 8 de marzo de 1971. Récord de pantalla. En aquella oportunidad los grandes medios titularon el combate en el ensogado como la pelea del siglo. Se estaba dilucidando la corona mundial de boxeo de los pesos pesados. La hora de la verdad titularon otros medios. Algo distinto a este match retórico de ayer entre el expresidente Donald Trump y la actual vicepresidente Kamala Harris. En esta ocasión lo que se está definiendo es el destino ejecutivo de la primera potencia mundial. Sin embargo, todo el desarrollo del debate tuvo visos de la hora de la mentira. Nada nuevo en la política y especialmente en la norteamericana. De los tiempos del general William Westmoreland con el tema de las estadísticas y la información de la guerra de Vietnam, del Watergate con el presidente Nixon, de Mónica Lewinsky en la oficina oval con Clinton con los pantalones por debajo de la rodilla; y con Bush y las armas químicas en Irak. La verdad es un vapor de la fantasía por esos predios de Washington. Allí no hay nada nuevo con este asunto de la mentira como política.
Bajo ese entorno que tendrá su desenlace el próximo 5 de noviembre en unos días que se le hacen largos al liderazgo de la oposición venezolana, la actual coyuntura política en Venezuela pendula en la esperanza de recibir la bendición de Estados Unidos para forzar el cambio político frente a los resultados electorales del pasado 28 de julio. Con Harris o con Trump. No importa desde quién se reciba el apoyo. Basta que desde la Casa Blanca se emita un pronunciamiento haciendo un reconocimiento similar al que se le hizo a Juan Guaidó en los tiempos del gobierno interino. Un régimen que no fue de verdad.
Así funciona también en Venezuela. La revolución bolivariana nació peleada con la verdad. El 4F la tropa salió engañada para un ejercicio de tiro en El Pao estado Cojedes y terminó instalando el polígono en el palacio de Miraflores. Las interioridades de la investigación por la conspiración antes, durante y después han sido un torneo de falsedades donde los protagonistas civiles y militares de la época han competido por el engaño mejor elaborado, por la patraña más refinada, y por el embuste peor justificado. En el expediente del golpe, todos los libros exculpatorios publicados hasta ahora por sus principales actores – especialmente los uniformados – y las declaraciones posteriores hacen de ese periodo comprendido entre el breve discurso del famoso Por ahora en 1992 y el sobreseimiento al teniente coronel Hugo Chávez en 1994 un torneo olímpico de mojones. Nada distinto del desempeño rojo durante estos últimos 25 años.
Durante el cuarto de siglo de régimen las dudas y la incertidumbre han sido las características fundamentales en la opinión pública venezolana. La confianza en el mensaje oficial ha provocado una gran crisis de credibilidad en el régimen. Los embustes proyectados desde el dominical Aló, Presidente y maquillados convenientemente por la pulida maquinaria de inteligencia, contra inteligencia y de operaciones psicológicas de La Habana han zurcido en la sociedad venezolana un perfecto ambiente para la falacia y la mendacidad. La guerra oficial decretada desde la revolución a partir de 1999 con el sector que se le opone tiene de vanguardia el engaño, en una estrecha aplicación del librito de Sun Tzu. Las dos banderas de esa permanente ofensiva contra la verdad son la fecha de la muerte del entonces presidente de la república Hugo Chávez y el lugar de nacimiento del actual usurpador del poder desde el palacio de Miraflores Nicolás Maduro.
Ese camino del artificio verbal y de los inventos revestidos de fantasías también salpica a los sectores opositores que no se han mantenido al margen en el manejo y manipulación de la verdad. Los fanáticos rojos creen toda la mierda que se genera desde el aparato comunicacional revolucionario. Igual ocurre con las huestes azules. En esta aldea global de redes sociales y de teléfonos más inteligentes que sus propietarios, la verdad viaja con el número de seguidores de los analistas, de los influencers, de los periodistas y de los expertos con todos los sesgos y maquillajes que la ponen a mutar en medias verdades y al final en la mentira que va a circular en los canales monetizados en YouTube, en Tik Tok, en Instagram y a través de las cadenas de WhatsApp, que luego se va a convertir en el tema del día. Garganta Profunda está en la red sin necesidad de la clandestinidad y el encubrimiento. Los cinco lustros transcurridos tienen también sus trompos enrollados con la claridad y con la verdad en la oposición. Todavía hay saldos en las interioridades del 11A, de la plaza Altamira, del referendo revocatorio de 2004, con las dudas de las elecciones presidenciales de 2012 y 2013, y del desempeño del gobierno interino. El comportamiento de este lado con el tema de la verdad tiene grandes fisuras que generan la misma duda, igual nivel de incertidumbre y provocan una severa crisis de confianza entre el liderazgo y los seguidores. Ese tufito a Pinocho, a la mentira fresca y al perro cobero surge cada vez que se hace un anuncio chucuto, en los grandes paréntesis de silencio y ante la ausencia de una línea convincente en sintonía con un plan inexistente. Somos lo que vemos y lo que oímos, pero más importante que eso de los ojos y de los oídos, realmente somos más en la manera como procesamos esa información. En como la registramos, como la evaluamos y como le hacemos el análisis, la integración y las conclusiones para manejar nuestra opinión sin la necesidad del exégeta que pulula y la barniza convenientemente para aumentar la suspicacia, la incredulidad y la desconfianza, y que la hace viral. La disfraza en verdad. Y se le defiende hasta morir.
El debate presidencial entre Trump y Harris dio para sacar con pinzas muchas mentiras en los temas abordados por ambos. Algo de eso está ocurriendo desde el 28J en Venezuela. En ambos lados.
El cadáver de la verdad se sigue exponiendo en la coyuntura venezolana como quien arrastra un gato muerto por la cola.
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