Recién ordeno y cierro, por lo pronto, mi obra periodística y de ensayos acometida a lo largo de los últimos veinte años. Son 8 volúmenes y casi 5.000 las páginas en las que me muerdo la cola para entender y denunciar a la mutante revolución que se cuece entre el Foro de Sao Paulo y sus escribanos de Valencia, España.
Adiestrados estos, intelectualmente, por La Habana, se montan sobre los hombros una tarea cuya realización preocupa hace treinta años, cuando se predica, con liviandad, el fin del comunismo, vale decir, la llegada del posmarxismo que se apalanca sobre los proventos del capitalismo y manipulando las formas de la democracia, para vaciarlas de todo contenido. Eso sí, oculto tras los camisones de ocasión, útiles en el mercado de la opinión pública y para sus redes globales: bolivarianismo, luego socialismo del siglo XXI, al término progresismo; ese mismo que vocean el impresentable de Ernesto Samper Pisano y José Luis Rodríguez Zapatero.
Más directos y sinceros han sido, ayer Fidel Castro, quien, ante la pregunta de una periodista sobre el significado del socialismo del corriente siglo, la ataja en seco: ¡es comunismo!, nada más; hoy, Alberto Garzón, novel ministro de Pablo Iglesias dentro del morganático régimen que se instaura en España, quien afirma que: “el proyecto político de Castro está más vivo que nunca”.
Todo comienza, pues, con un pequeño volumen, el noveno, de apenas 128 páginas, editado por el diario El Nacional el año 2000, que escribo a finales de 1999 para dar cuenta de mi Revisión crítica de la Constitución bolivariana. Desde entonces y ahora, la llamo el pecado original. Su prólogo – ¿quién podría imaginarlo?, yo mismo me sorprendo – se lo solicito a un cordial y amigable profesor valenciano, a quien conozco a inicios de dicho año cuando atiendo una cita del director general de la Unesco, para dictar en España una charla, en Castellón de La Plana.
Él y varios de sus colegas, así, llegan a Caracas para enterarse, con fines académicos, del proceso constituyente nuestro. Es lo que esgrimen y me dicen al saludarme. Mas al cabo son ellos quienes, tras bambalinas, imaginan e impulsan a La Bicha de Hugo Chávez, como primera experiencia acordada entre Lula y Fidel en 1991, dándole paso franco al poscomunismo señalado. Y como se sabrá más tarde, les contrata Isaías Rodríguez, vicepresidente de la Constituyente, embajador en España, manifiesto protector de la ETA, lo que es un dato secundario para esta crónica.
Topamos, así, con el posmarxismo en tierras americanas, con sus constituyentes a cuestas y sus procesos para el desmontaje de nuestras democracias, amantadas estas por el patrimonio moral del Occidente judeocristiano.
Se cuecen los estatutos políticos del poscomunismo en los hornos de la universidad valenciana y su fundación, que a lo largo de los años se hará beneficiaria de asesorías generosas asignadas desde Caracas, Quito, y La Paz. Me refiero a la Fundación CEPS, al Centro de Estudios Políticos y Sociales cuyo cerebro más destacado y acucioso es el actual catedrático Roberto Viciano Pastor. En lo adelante no oculta más su filiación ni sus tareas, como el haber dirigido los “equipos de seguimiento y asesoramiento a las Asambleas Constituyentes de Venezuela (1999) y las más recientes de Ecuador y Bolivia”.
“La observación del autor es crítica –dice Viciano sobre mí y acerca de mi desencuentro con “su” Constitución y en el prólogo que me escribe en 2000 – desde una particular visión del derecho, de la función pública y del deber del Estado, y desde una priorización de los valores de la que, desde luego, no es espejo fiel la nueva Constitución”. Se refiere, obviamente, a la suya, a la que asesora desde Valencia y para Venezuela, a partir de una institución cuyo portal la muestra como consultora política, jurídica y económica, de las “fuerzas y gobiernos progresistas de América Latina”.
Lejos de lo anecdótico, lo vertebral es que tras un ejercicio y varias puestas en escena por quienes se empeñan en no quedarse huérfanos ante el agotamiento de la experiencia del socialismo real soviético, pasadas tres décadas de sinuosa penetración, experimentando más allá de los predios de la madre patria, los armadores españoles del Foro de Sao Paulo regresan a su nicho, al CEPS en el que amamantan a Pablo Iglesias y los constructores de Podemos. Se trata de los destructores que intentarán ser, ahora, de la milenaria cultura de la que se avergüenzan una parte de la Europa y la España posmodernas: No lo digo yo, lo afirma el papa Ratzinger, en pasada oportunidad, cuando desnuda al progresismo como relativismo cabal y amoral de la existencia.
Llega a Madrid, en suma, la muerte de Dios – lo repito por enésima vez – y el presupuesto para que la corrección política signifique el fin de los sólidos morales y cualquier acotamiento desde lo racional. Es lo que manda, al caso y como lo señalo en mi anterior columna, la Agenda “igualitaria” de la ONU 2030.
Lo más insólito es que todo se reduce al advenimiento de una procaz religión, nutriente de la desesperanza, asociada con el delito, envilecedora como ninguna, la de “los principios y valores de Fidel Castro, que debemos seguir defendiendo”, según lo indica Garzón. En esa estamos, en el plano de los “rauxas”, dirán los catalanes.
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