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May 2, 2025


El buen hijo

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«but what am I? / an infant crying in the night» (ALFRED TENNYSON)

Después de ver una serie impactante en televisión que trataba sobre los difíciles años de la adolescencia, escuché lo que decían dos tertulianos en un conocido programa de televisión que también habían visto la misma historia. 

La miniserie de cuatro capítulos a la que me refiero fue rodada en Inglaterra y se basa en hechos reales (Adolescence. Dir. Philip Barnatini, 2025). Un adolescente de 13 años es arrestado por la policía en su domicilio bajo la acusación de asesinato. El chico es sospechoso con pruebas del apuñalamiento de una compañera de instituto. 

Jamie Miller es captado por cámaras de seguridad cuando hiere mortalmente a Katie Leonard con un cuchillo. En la serie se narra el día de la detención del adolescente y los días posteriores, la investigación policial, los interrogatorios realizados a los amigos de Jamie y Katie, el ambiente del centro educativo, las opiniones de los profesores y los alumnos, las preguntas a los posibles testigos de los hechos, así como el entorno familiar más cercano del acusado, es decir, la hermana y los padres de Jamie. 

Esta pequeña obra cinematográfica da mucho que pensar. El padre del chico, Eddie Miller, no sale del asombro que le supone la nueva situación. El hombre trabaja de fontanero para mantener a su familia, pero descubre que no sabe casi nada de sus hijos. Su hijo de 13 años no supo o no quiso hablar con él. No buscó a su padre para desahogarse ni para contarle lo que estaba pasando. 

Esto me lleva a recordar el comentario de Juan del Val en El Hormiguero (EH.- martes, 1.abril.2025) al que me refería en las primeras líneas de la columna en el cual el escritor reconocía que ningún padre sabe lo que su hijo hace en su habitación cuando está solo. El madrileño aseguraba que esto tenía que ser así. Y yo estoy de acuerdo. La única forma de crecer es quedándose uno a solas, haciéndose a sí mismo. Otra cosa diferente es consentir que tu hijo sea mala persona y se dedique a hacer daño a la gente. Un padre solo puede ser padre. Un padre no es el amigo de su hijo. Pensemos en No hay padres perfectos de Bruno Bettelheim. 

Los amigos de un hijo son sus amigos. Contaba Juan del Val, y Rubén Amón coincidió con él, que nada más acabar de ver Adolescence quisieron hablar con sus hijos para saber qué pensaban de ellos como padres. Querían tener la constancia de que habían hecho bien su trabajo de quererlos y educarlos. Y la verdad es que la respuesta de sus hijos no pudo resultar más reconfortante. En ambos casos, los hijos reconocieron que eran padres excelentes. 

Hay ocasiones distintas como aquella historia que se cuenta en el Taco de Jesús del día 19 de marzo del año 2020 de un padre que nunca tenía tiempo para estar con su hijo, y que cuando quiso estar a su lado, el hijo desamparado ya no contaba con su padre y el hombre, ya viejo, se encontraba de golpe con una soledad que no deseaba.  

En el caso del padre de Jamie, este no podía imaginar la volátil incertidumbre de las redes sociales actuales como @X, @Instagram y @TikTok. Las generaciones más jóvenes del siglo XXI se comunican de forma distinta. Proyectan perfiles e imágenes ideales de sí mismos, hacen comentarios instantáneos a través de plataformas abiertas en línea. No se paran a pensar en las consecuencias. Viven en un mundo electrónico veloz de cables y flashes. De vez en cuando sus opiniones les dejan expuestos y convierten en objetos vulnerables a quienes comparten un vídeo o una fotografía. 

Algunos tenemos la impresión de que nos estamos convirtiendo en espectadores de pantallas de televisión o de cualquier otra clase de pantalla. La vida vivida en una pantalla. La vida de los otros. El dolor que nos causaba antes una mala contestación, un mal gesto, un desprecio era algo privado. Hoy, esos momentos incómodos se viralizan y son transmitidos en directo -también en diferido- por quien quiera con un simple toque del dedo, apretando el botón de «me gusta», por ejemplo. 

Internet y el acceso a la pornografía están a disposición de cualquiera que sea dueño de un smartphone conectado a la red. Puede decirse que, hoy por hoy, el usuario al otro lado del dispositivo electrónico accede a un mundo adulto al que no pertenece un chaval de 13 años y en el que se cuelan todos -cada vez más pequeños- sin filtro y sin permiso, lo que nos lleva a una situación ridícula de niños que fingen modos de hombre y niñas que pretenden ser mujeres adelantando su etapa de juventud posadolescente, dejando así de lado los juegos y la inocencia porque la velocidad de lo que ven –que no de lo que viven– los altera y los confunde. 

Un mal hijo puede ser la consecuencia de una mala educación o de la ausencia de educación. Dejar a los hijos a su aire, sin cariño, sin atención y sin disciplina raramente conforman a un buen hijo. A veces un mal padre sirve al hijo para que entienda qué modelo no quiere seguir, o quizás, enseñe al vástago qué patrón aborrece y qué patrón le satisface. El sufrimiento y la negación de libertad hacen ver cosas a un hijo que, de otro modo, una vida regalada y llena de caprichos no permitirían. El buen hijo nace y, a veces, se hace.

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