Un político que sea un puro político es algo difícilmente definible y, a mi parecer, un monstruo, del que el país no puede esperar más que desgracias. ¿Cómo podríamos imaginar un político verdaderamente grande… que carezca de un ideal? ¿Y cómo podría tenerse un ideal y desear ponerlo en práctica, si se desconocen las necesidades y aspiraciones del pueblo que se está llamado a gobernar y si no se sabe escoger los medios para alcanzar dicho ideal? Pues bien, estas exigencias implican que el político no debe ser tan sólo un mero gestor de hombres. Debe saber guiarlos hacia una meta, y esta meta debe elegirla y no venirle impuesta por los mutables acontecimientos del día.
Luigi Einaudi, en su obra El buen gobierno, definió de esta manera la tarea de un político. Einaudi considerado uno de los fundadores de la República italiana, fue el segundo presidente de Italia. Las palabras del estadista italiano me obligan a recordar a Max Weber, en su obra “La Ciencia como profesión. La política como profesión”, quien enuncia las tres cualidades decisivas de un político: pasión, sentido de la responsabilidad y previsión.
Para Weber, la pasión se refiere a la entrega a una causa frente a la cual debe asumirse toda responsabilidad, sino el político confundirá el poder como algo personal. El sentido de la responsabilidad es la guía determinante de las acciones propias, en caso contrario el político disfrutará del poder por ambición. A partir de lo anterior, la necesidad de la anticipación debe entenderse como la capacidad de permitir que la realidad actúe sobre el político con calma y reflexión, o el aislamiento y la vanidad serán los pecados mortales.
El pasado 13 de agosto, Argentina celebró elecciones primarias en la carrera por la presidencia nacional. El ultraliberal, autodeclarado “anarco-capitalista”, Javier Milei, resultó ganador. Mucho más atrás, llegó el peronista Sergio Massa y aún más lejana la derechista Patricia Bullrich. Los vencedores se medirán el 22 de octubre y de ser necesario todo será definido en una segunda vuelta el próximo 19 de noviembre.
Hasta hace poco era posible escuchar al ahora candidato presidencial Milei en programas de entrevistas argentinos como un espectáculo y en redes sociales como un provocador, más que como un político. Sus discursos parecían descabellados, pero al mismo era posible pensar que debía haber un sector de la población identificado con sus ideas. Hoy sabemos que más de 30% de los 35 millones de electoras y electores se identifica con un discurso que dejaría sin palabras a Luigi Einaudi o aturdido a Max Weber.
Buena parte de ese 30% de votos son el castigo de la ciudadanía a política partidista tradicional, la cual habría colapsado. Argentina, con una economía inflacionaria y restricciones para el cambio de divisas, seguramente registrará un decrecimiento económico, el cual ha sido inestable en los últimos años. Además, el impacto de la sequía en la actividad agrícola, podría superar a las pérdidas registradas en 2022.
En este escenario, se presentan las propuestas del candidato Javier Milei, las cuales busca minimizar (aunque el prefería eliminar) cualquier participación del Estado en la vida social y económica del país. Reducir el gasto público y el déficit fiscal, limitar la función del Estado a la seguridad interior y a la administración de la justicia son de dos sus principales propuestas, las cuales pueden parecer acertadas en medio de una crisis económica. Lo cierto, es que la política no es un video juego, donde pones y quitas actores sin consecuencia. Tal como indicó Einaudi, las metas de un gobierno no pueden ser impuestas por los acontecimientos del día. Me arriesgo a opinar, la administración pública argentina (como las latinoamericanas) ha sido politizada y utilizada como botín de los partidos políticos de turno, pero también es cierto que es de los pincipales empleadores del país. O acaso, Milei no utilizará también la administración pública para pagar favores políticos?
El estadista Einaudi hablaba de conocer los medios para alcanzar el ideal que el político debía poseer. Al respecto, Javier Milei, propone entre otras ideas: eliminar una de las principales responsabilidades del Banco Central de Argentina, el control de la política monetaria, para dolarizar la economía nacional y de esta manera frenar la inflación. Bajo la luz del pensamiento weberiano, tal medida resultaría poco responsable. Cierto, que en ceteris paribus o en condiciones iguales, la dolarización detendría la inflación pero dado el retroceso y los desafíos económicos muy probablemente el país no logré recuperarse generando impredecibles efectos, como una inflación dolarizada.
Otras posibles acciones que vendría con un potencial gobierno liderado por Milei, serían las referentes a la Memoría histórica por las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura. Al respecto, el propio candidato presidencial no se ha expresado, pero si su candidata a la vicepresidencia, Victoria Villaroel. La candidata, con una influencia familiar de las Fuerzas Armadas, ha expresado que las verdad histórica no cuenta con la versión de los militares condenados. Esta posibilidad afectaría seriamente el desarrollo de la justicia transicional que Argentina experimentó, sobre todo al respecto de la responsabilidad de los militares en los crimenes cometidos. Esta posibilidad estaría vinculada con la idea de Milei, de impulsar un rol más activo de los organismos de seguridad pública.
Esta claro que el candidato argentino Javier Milei tiene pasión, al parecer tiene un ideal y ambos elementos ha movido al electorado descontento y afectado por años de crisis. Es evidente que las metas y los medios para alcanzar ese ideal se acercan o rebasan al discurso de Donald Trump, Jair Bolsonaro o incluso al de Hugo Chávez, porque finalmente son todos populistas que tratan de hablar por quienes no habrían sido escuchados. En cualquier caso, las experiencias populistas son catastróficas y no porque no los hayan dejado gobernar, sino porque actuaron de manera irresponsable y ocuparon el poder de manera personalista y sin previsión, terminando en peores gobiernos que los anteriores.
Si mañana, 20 de agosto en Guatemala gana el candidato Bernardo Arévalo, analizaremos el posible futuro de este país en la próxima entrega.
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