Las consideraciones con respecto a Brasil inducen a que Jair Bolsonaro no actúa como presidente, si no como su propietario. El “gigante de América del Sur” es, pues, su latifundio de 8.515.770 m2 y 213.993.441 personas. Pudiera incluso sostenerse que el primer magistrado se siente Pedro I y IV de Portugal, pero enmendando la equivocaciones de este último.
El país no escapó de “la Asamblea Nacional Constituyente”, usanza arraigada en América Latina como metodología para conformarse como “un Estado destinado a asegurar el ejercicio de la libertad, la seguridad, el bienestar, el desarrollo, la igualdad y la justicia como valores de una sociedad fraterna, pluralista y sin perjuicios, fundada en la armonía social y comprometida en el orden interno e internacional, en la solución pacífica de las controversias y bajo la protección de Dios. La fórmula conllevó, como en toda Suramérica, a la promulgación de una Constitución dirigida a conformar la República. De ella, como es sabido, Pedro I fue emperador.
El proceso constituyente se lleva a cabo después de más de dos décadas de “la ola de dictaduras” reinante. Tancredo Neves, el primer presidente civil electo mediante la particular metodología del “voto indirecto”, la prometió, pero ante su muerte correspondió a Jose Sarney instalar “la Asamblea”. Es así como en septiembre de 1988 Brasil pasa a regirse por “la Ley de Leyes”. Juristas han calificado al texto como “constitución rectora”, por las normas programáticas que consagra, entre ellas, aquellas que definen objetivos primarios de la República. Se le critica haber postulado “un superestado burocrático” al reproducir “el capitalismo del Estado”, cuando “la globalización” era el escenario. Hoy, esta última, sin embargo, cuestionada.
Al “propietario” se censura representar a “la derecha global”, aparentemente más “troglodita” que “la menos “ambiciosa”, denominada “altersistema o altermundismo”. En The Media se hace referencia a “un asalto a la democracia a cámara lenta”, con fundamento en las expresiones del “great Jair”, entre otras, “entregaré la banda presidencial al que me gane en las urnas limpiamente”, entendida como un reclamo al voto manual, a pesar de habérsele elegido electrónicamente. En El pueblo contra la democracia, Yascha Mount hace referencia a los gobiernos que destruyen el democrático desde adentro. El “excapitán Jair”, como se afirma, aplica “el militarismo” para permanecer en el poder, como el chavismo en Venezuela. Debido a ello se habla de “una democracia verde oliva”.
La metodología consiste en “la toma del poder para sostenerse en el gobierno mediante un monstruo de mil cabezas”, aprovechándose de que se buscan fórmulas más eficientes para gobernar que “las democracias de papel”. Se han generado regímenes atípicos, como los de Argentina, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y el Perú. Hoy se lucha ante el terrible desastre que han generado.
Es de aclarar que el riesgo de la democracia en Brasil no es una especulación, ni mucho menos un invento de quienes adversan a “the great Jair”, incluyendo a los que apoyan a Lula de Silva, quien por cierto en una de las encuestas supera al actual primer magistrado con 49 puntos a 23 y en otra 58 a 31. Una de las pruebas más condundentes del temor fundado en el país más grande de América del Sur, es que “casi 1 millón de brasileños han firmado un manifiesto contra “la deriva autoritaria de Bolsonaro”. The Media acota que la carta fue leída en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sao Paulo y que rememora otra similar difundida en 1977 contra la dictadura reinante. «The great Jair«, pues, tiene, sin dudas, una vocación marcada al “gendarme necesario”.
“Míster Jair” actúa, en consecuencia, como Luis XIV “L’État c’est moi”. Pero como “Leviatán”, a pesar de militar religiosamente como “evangélico” y haber leído de Isaías: “Aquel día el Señor castigará con su espada feroz, grande y poderosa a Leviatán, serpiente huidiza, a Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al dragón que vive en el mar. Tampoco su bella esposa se lo ha explicado, ni a sus seguidores, en el rol que le ha asignado de difundir como excelsa pastora la doctrina evangélica, no para alegrar el alma, si no para captar votantes, dado el elevado porcentaje de brasileños que se ha sumado a la referida religión. Lo han hecho convencidos de que “la adoración al Dios verdadero es un auténtico instinto natural que responde al sentido de trascendencia que como seres humanos tenemos”. “El clever Jair” usa el cultivo del espíritu con fines proselitistas. Desconoce el excapitán, con seguridad, a Thomas Hobbes sobre el contrato social y la creación de un estado ideal.
No es un atrevimiento afirmar, además, que no haya ojeado a Hobbes con respecto a la creación de “un estado ideal”, a través de un pacto real o hipotético, entre gobernados y sus gobernantes que define los derechos y deberes de cada uno. Para Bolsonaro pareciera que el Estado es aquel del cual abusa como “propietario de Brasil”, convencido de que prosiguen los tiempos primitivos en los cuales los individuos nacían en un estado anárquico de la naturaleza. “El Gigante del Sur” ha ejercido a medias la razón natural, correspondiéndole a Jair instituirla como una sociedad con un gobierno de por medio. Pero como el que actualmente preside.
Se suma Brasil a la incertidumbre latinoamericana.
Dios quiera, por tanto, que los brasileños voten bien en sus ya cercanas elecciones.
@LuisBGuerra