Estoy escribiendo este artículo a la luz de una vela, sin señal y muchos menos Internet. Algunos pensarán que lo mejor sería no hacerlo, pero una de las maneras que he conseguido para enfrentar este caos es, justamente, sumergirme dentro de la escritura, el estudio y la reflexión.
En artículos anteriores me he referido a la celebración de los 200 años del Museo del Prado, centrándome en algunos cuadros que son imposibles de obviar en una visita a ese maravilloso guardián del arte.
Hoy me referiré a Hieronymus Bosch, conocido como el Bosco, por castellanización de su nombre. En cualquier libro de arte, en las biografías de los grandes pintores, se puede leer que Jheronimus van Aken fue integrante de una familia de pintores. Su nacimiento se ubica hacia 1450, en la ciudad holandesa de ‘s-Hertogenbosch, capital nórdica del ducado de Brabante en los actuales Países Bajos. De la ciudad donde nació, el Bosco toma el nombre con el cual firmará algunas de sus obras. Muere en su ciudad natal en 1516.
Suele relacionársele con el llamado espiritualismo de la Devotio Moderna, disciplina procedente de la mística de ciertos autores de los siglos XIV y XV. Su arte es de una peculiaridad extraordinaria, afín con el humorismo de las famosas miniaturas y viñetas satíricas del siglo XV, como señalan sus críticos en los numerosos estudios que reseñan su vida, arte y obras. En vida gozó de un gran renombre y fue una inspiración para muchos pintores; el cuadro Juicio final fue realizado por encargo de Felipe el Hermoso y el hecho de la conservación de muchas de sus obras en España se debe a que Felipe II fue un gran admirador de sus obras.
El Bosco logra crear un mundo fantástico, donde aparecen lo absurdo y lo grotesco hermanados; posee un simbolismo muy peculiar y destaca en sus obras el magistral uso de los colores y las formas. Se ha llegado a decir que el Bosco es el antecesor del surrealismo pictórico.
La obra por la cual es más conocido es El jardín de las delicias. Se sitúa la fecha de su elaboración entre los años 1490 y 1500; es un óleo sobre tabla, con las siguientes medidas: 220 x 389 cm. Se exhibe en el Prado desde 1939. (Amigo lector, busque en Internet una imagen del tríptico para que pueda seguir fácilmente la explicación que sigue).
¿Qué significado tiene esta obra? No queda otro camino, para desentrañar su simbolismo, que analizar cada parte del tríptico. Piense que laterales se cierran sobre la parte central, ¿qué vemos allí? ¡El tercer día de la Creación! ¿Por qué el tercer día de la Creación? En el Génesis, 1: 19-11, se lee: “Quiero que las aguas que están debajo del cielo se junten en un solo lugar, y que aparezca lo seco”, y en las dos tablas solo hay formas vegetales y minerales, no hay animales ni personas. Está pintado con distintos tonos de gris, blanco y negro, es lo que se denomina grisalla. En la parte superior izquierda se observa a Dios triple coronado y en sus manos un libro con sus páginas abiertas. Esa triple corona simboliza la Trinidad Divina, el libro podría interpretarse como el Libro de los Libros, la Santa Biblia.
En lo alto de las dos tablas se pueden leer dos inscripciones, escritas en latín y con letra gótica dorada, que son tomadas de los Salmos (148, 5), y dicen: «Ipse dixit et facta sunt» (Él mismo lo dijo y todo fue hecho) en la izquierda; «Ipse mandavit et creata sunt» (Él mismo lo ordenó y todo fue creado) en la derecha. Todo ello está encerrado en una esfera que, para algunos, es la representación del globo terráqueo, lo cual origina muchas controversias por la concepción de la Tierra plana vigente para esos siglos. Sin embargo, vale recordar que la noción de esfericidad de la Tierra está presente desde la filosofía griega antigua, alrededor del siglo VI a. C.; sin embargo, persistió como elemento de especulación filosófica hasta el siglo III a. C., cuando la astronomía helenística instituyó la esfericidad de la Tierra como un hecho. El propio Aristóteles observó que «algunas estrellas se ven en Egipto y cerca de Chipre, mientras que en los lugares que están hacia las Osas, no se ven. (…). Por consiguiente, es por todo ello evidente que no solo es esférica la Tierra, sino también que su mole esférica no es de gran tamaño, porque no tendría lugar tan rápidamente este cambio con solo haber efectuado una desviación o desplazamientos tan breves» (De caelo, 298a2–10).
Al abrir las tablas laterales, se nos brinda un espectáculo de color que contrasta con la grisalla del tríptico cerrado. En el panel izquierdo, una imagen del Paraíso, donde podemos observar las delicias de flora y la fauna, y la representación del sexto día de la Creación con las figuras de Adán y Eva: “Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen. Él tendrá poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que se arrastran por el suelo” Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis, 1- 27).
Su parte central representa una galería de complacencias carnales, pintadas con fino humor. Justamente en este núcleo se revela el amplio conocimiento que el Bosco tenía de cabalística y alquimia.
Por último, tenemos la tabla de la derecha, donde se representa la condena en el infierno; en ella, el artista nos muestra un escenario apocalíptico y cruel, donde el ser humano es condenado por su pecado.
Quiero detallar algunos aspectos de cada tabla y también hablar sobre los mensajes ocultos en cada panel. Sobre todo, hablar del infierno que pinta el Bosco, porque en sus miniaturas van apareciendo los castigos a los siete pecados capitales; el Bosco trataba de remediar en algo la profunda crisis moral de esos años, que, en definitiva, llevaría a rupturas incluso dentro del propio cristianismo.
Hoy, con el espectáculo de terror, lujuria, corrupción, criminalidad y demás vicios presentes en la versión venezolana del siglo XXI de Sodoma, ese infierno se quedaría pequeño para albergar a tanto delincuente.
En el próximo artículo, escribiré la segunda parte con los detalles prometidos.
@yorisvillasana