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May 13, 2025


El bombardeo más devastador de la historia

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“Nos han caído dos bombas justo encima. Nosotros queríamos arrojarlas afuera envolviéndolas con una estera de paja, pero, no veas, soltaban aceite por todas partes…” (…) “Me duelen los ojos”, debido al humo los tenía inyectados en sangre, “Te los lavarán cuando lleguemos a la escuela”, “¿Y a mamá, qué le ha pasado?”, “Está en la escuela”, “¿Por qué no vamos allí, entonces?”, “Aunque queramos, no podemos pasar todavía. Todo está ardiendo”, Setsuko se echó a llorar diciendo que quería ir a la escuela; su llanto no era el de una niña mimada y ni siquiera se debía al dolor, más bien parecía el lamento de una persona adulta» (Akiyuki Nosaka, 1967, La tumba de las luciérnagas). 

La película más triste que he visto es La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata,1988) basada en el cuento homónimo que hemos citado anteriormente. Sus protagonistas son dos hermanos: Seita de 14 años y Setsuko de 4, que viven en Kobe cuando esta es bombardeada con napalm por los B-29 estadounidenses. La animación tiene el cuidado de mostrar cómo caen las bombas y no se encienden de inmediato sino a los pocos segundos, lo que permitía penetrar dentro de las casas de madera y lograr la mayor destrucción posible. De esta forma los hermanos logran escapar, pero al volver observan cómo buena parte de la ciudad se ha aplanado (18 kilómetros desaparecieron del 13 al 14 de marzo) y solo hay un edificio en pie por ser de hormigón. La madre se quema y solo sobrevive una noche con terribles dolores. El 5 de junio Kobe volverá a ser bombardeada sumando 11 kilómetros más que desaparecen. Mueren más de 20.000, pero la mitad de su población queda sin hogar como los hermanos del cuento. Aunque ningún bombardeo, incluso los atómicos, superaron las 100.000 víctimas de Tokio la noche del 9 al 10 de marzo de 1945.

La tumba de las luciérnagas

 

Según Robert McNamara, quien trabajó junto con el mayor general Curtis LeMay para maximizar la eficiencia de la campaña de bombardeo sobre Japón, desde marzo hasta agosto de 1945; se destruyeron las 67 ciudades industriales japonesas. La consecuencia humana fue el asesinato entre 50 y 90% de sus habitantes: medio millón de personas aproximadamente con más de 1 millón de heridos, y casi 9 millones se quedaron sin hogar. Al evaluar esta realidad en el documental (ganador del Oscar) sobre su vida: The Fog of War (Errol Morris, 2003), McNamara afirma que fue claramente un crimen de guerra, por lo que establece en sus “11 lecciones” que debe existir en todo conflicto una proporcionalidad (“proportionality should be a guideline in war”) para que el “castigo se ajuste al crimen” (lo cual no ocurrió en esta campaña). Al referirse a la visión del mayor general LeMay sobre tales acciones, señala que él estaba de acuerdo en las mismas, porque estas evitaron la muerte de estadounidenses en la posible invasión de las islas japonesas. Con este fin redujo la ventaja que tenía el B-29 de lanzar bombas a más de 7.000 metros de altura hasta llevarlo a 1.500 metros para lograr una mayor precisión y cambió al napalm para incendiar las ciudades de madera. Del lado de los pilotos yanquis, solo fallecieron en estos meses 2.500, y 500 fueron capturados. 

 

El bombardeo de Tokio la noche del 9 al 10 de marzo fue llamada: “Operation Meetinghouse” (279 B-29) y siguió la doctrina y experiencia desarrollada por el Mando de Bombardeo de la Royal Air Force sobre las ciudades industriales alemanas. El realizar un “bombardeo de zona” concentra el lanzamiento de bombas en distritos civiles para lograr la máxima destrucción posible y de esa forma el mayor golpe a la moral de la población. El incendio concentrado de los hogares genera altas temperaturas y vientos huracanados que terminarían de arrasar la industria (el principal objetivo) con mayor eficiencia que el bombardeo de precisión. Además de eliminar a los obreros tanto por muerte como por evacuación al perder sus casas. Y finalmente estaba la búsqueda del derrotismo por el hartazgo de la guerra ante sus terribles daños. Sin duda era generar el infierno en la tierra, que describe perfectamente la película La tumba de las luciérnagas. Las muertes en el caso de Dresde (Alemania) no pasaron los 20.000 y las temperaturas solo llegaron a los 400 grados. En Tokio se habla de más de mil grados con lo cual la gente se cocinaba en los refugios y angostas calles, donde los servicios de bomberos no estaban capacitados para enfrentar la realidad del gel combustible de las bombas “M69”. 

En una sola noche murieron en Tokio más personas que en Hiroshima y Nagasaki según algunas cifras que hablan de más de 120.000 fallecidos, 40.000 heridos y 1 millón quedaron sin techo. 40 kilómetros cuadrados de la ciudad desaparecieron y los servicios públicos fueron totalmente dañados. ¿Cuántos niños padecieron la inanición al quedar huérfanos y ante un Estado incapaz de atenderlos? Para escribir este artículo he vuelto a ver el filme de los Estudios Ghibli, y ha sido imposible no llorar. Es un relato en parte autobiográfico, y lo más triste es que su autor nos dice que él no fue generoso con su hermanita, como sí lo es el adolescente Seita de su cuento. Algunos testigos de los bombardeos han llegado a decir que esta experiencia es la que inspiró el artículo 9 de su Constitución: 

«El pueblo japonés, que aspira sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de resolver las disputas internacionales.

Para lograr el objetivo del párrafo anterior, nunca se mantendrán las fuerzas terrestres, marítimas y aéreas, así como otras posibilidades bélicas. No se reconocerá el derecho de beligerancia del Estado».

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