OPINIÓN

El Bolero

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

Les contaré “algo humilde pero necesario”, como diría el grande Rafael Cadenas en uno de sus poemas, a propósito de la noticia reciente según la cual el célebre director de orquesta indio Zubin Mehta, de 83 años, dirigió el domingo 20 de octubre en Tel Aviv su último concierto como director artístico de la Filarmónica de Israel, antes de jubilarse al cabo de 50 años con esta orquesta. Aquel ha dirigido más de 3.000 conciertos con esta destacada agrupación, con giras por los 5 continentes, según su biografía oficial.

Sepan que uno de esos conciertos fue en Caracas y yo estuve allí. Porque en Venezuela hubo un movimiento cultural, con bajos y altos, como en todo. Hubo gerencia, recursos, espacios y respeto por todas las expresiones artístico-culturales.

Corría el año 1981 cuando disfruté del talento del maestro Zubin Mehta, entonces en el Poliedro de Caracas (con escenario especialmente acondicionado para la ocasión), dirigiendo la Sinfónica de Nueva York. En algún momento de una pausa, el afamado director, señalando con el dedo, dijo: “Yo quiero dirigir en ese teatro”. Se refería al teatro Teresa Carreño.

El teatro Teresa Carreño se inauguró el 19 de abril de 1983, y al mes siguiente, el 25 de mayo, era una mañana lluviosa, ingresé a trabajar allí por el salario mínimo mensual de entonces: 1.500 bolívares.

Con esa cantidad, créanme, pagaba la universidad, la residencia y me quedaba. De modo que puede usted, amigo lector, con un simple repaso o leve ejercicio comparativo, precisar en cuánto o cómo se ha deteriorado el poder adquisitivo del venezolano: hoy aquel ingreso no alcanza ni para pagar la cesta básica, mucho menos para cubrir los rubros que he mencionado.

Uno tiene que librarse del autoelogio, pues hablar de uno mismo siempre será chocante, y cuando se trata del propio currículo, debemos hacerlo o esbozarlo con mucha discreción, a sabiendas de que podemos incurrir en enojosas referencias, so pena de que nos puedan llover críticas poco amables.

Cuando esa barbarie roja que está aposentada en Miraflores y sus voceros agoreros se ufanan de haber aumentado el salario mínimo, no sé cuántas veces en tal o cual período, ello solo puede entenderse como que no han sabido administrar el erario, que sus políticas económicas han sido harto desacertadas, y que del patrimonio público solo han hecho la piñata que a palos han ido destrozando y cada cosa que cae va a sus bolsillos.

La experiencia personal contada ab initio ha sido como aporte al conocimiento de la historia reciente, no tan lejana, de esa etapa que la peste roja ha dado en llamar “la cuarta república”, y para que quede constancia en la memoria siempre frágil de la persona humana, que si bien entonces había confrontación política e intolerancia, estas circunstancias jamás se compararían con el desastre que instauró el delirante golpista y que la usurpación sucesora se empeña en continuar.

Ingresé al teatro en un año electoral, nadie me pidió carnet ni me requirió sobre simpatía o militancia política. Y para los aumentos subsiguientes de salario, no había que esperar el antojo del gobierno de turno, sino el resultado de las evaluaciones pertinentes.

Hoy no cabe duda, estamos en una clara y alarmante constatación de que vivimos en un desolado infierno bolivariano, y a pesar del drama, en estos tiempos difíciles y sombríos, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse

Lo que resulta francamente inaceptable es que se haga creer al pueblo, sus gentes, que son ellos en pleno, reunidos en asamblea, los que tienen la potestad de decidir en áreas tan especializadas como la economía, la salud, la infraestructura, el aumento del salario, y en general, en la distribución del presupuesto de la nación. También la cultura se ha visto gravemente afectada.

Tiempo después, en 1986, tuve otra vez la fortuna de disfrutar de la presencia en escena del maestro Zubin Mehta, ahora dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Israel, como él lo había vaticinado, en la otrora majestuosa sala Ríos Reyna del Complejo Cultural Teresa Carreño.

Fui con mi madre, quien admiraba tanto al director indio. Disfrutó como una niña del concierto y para su mayor felicidad, al terminar las obras del programa, luego de los prolongadísimos aplausos, la orquesta finalizó con el Bolero de Maurice Ravel, obra que le encantaba mucho a la autora de mis días. La sala se venía abajo, el concierto había concluido.

Cuando renuncié a la Fundación (teatro) Teresa Carreño en noviembre de 1989, año poselectoral, mi salario era de 12.140 bolívares, nada despreciable, pero mis intereses personales y profesionales me imponían tomar otros rumbos.

De modo que la mentira es connatural al chavismo, a esa forma grosera de hacer política. Mentirosos compulsivos son.

Los corruptos y pillos podrán lavarse las manos, pero nunca la conciencia porque hasta allá no llega el agua ni el jabón. El mentiroso se va haciendo una cáscara de cinismo y nada le entra. Pero hay que decirle claro: usted es un mentiroso.

Ante la mandonería es preciso usar como armas de convicción y defensa las que el régimen no tiene: asomos de cultura y de sensibilidad.

Quiero un mejor país, vale la pena esperanzarnos por hallar una mejor nación. Porque el ch… abismo nunca será un recuerdo provechoso del pasado, pero sí un letrero vigilante del porvenir.

Te siento cercana, quiero abrazarte como nunca antes, como ha debido ser siempre. No me fui de tu lado, no hice lo suficiente, pero algo hice para que volvieras y tenerte de nuevo. En ti mis hijos contigo, prometo tratarte mejor y ser mejor. Gracias por volver.

¡Venezuela!