Es verdad. El consumo energético del Bitcoin es grande. De acuerdo con investigaciones de la Universidad de Cambridge, es superior al consumo anual individual de varios países, entre ellos Ucrania, Pakistán, Noruega, Argentina, Chile y los Emiratos Árabes Unidos.
Eso ha hecho que se encuentra en la mira de muchos. Organizaciones ecologistas, políticos, shitcoiners y no-coiners critican constantemente a la moneda digital creada por Satoshi Nakamoto a causa de su minería. Sin embargo, es hora de que dejen de considerar a este criptoactivo como un «villano ecológico» y comiencen a ver los beneficios que esta actividad trae.
Para empezar, Bitcoin surgió como una alternativa confiable a las monedas fiduciarias tradicionales. Ofrece un sistema financiero descentralizado, resistente a la censura y accesible a cualquier persona con una conexión a Internet. Y, además, los gobiernos, instituciones financieras u organismo multilaterales no tienen ningún control sobre su uso o valor.
Es más, en un mundo en el que los gobiernos devalúan o degradan continuamente sus monedas para mantenerse al día con sus deudas, uno de los beneficios más significativos de Bitcoin es su capacidad para proteger los ahorros de las personas en un mundo propenso a la inflación y la devaluación de la moneda.
Además, el Bitcoin, a diferencia de las otras criptomonedas, tiene un número finito de monedas en circulación, y esta escasez inherente es lo que le da a la moneda su valor. Como resultado, Bitcoin se convierte en una excelente reserva de valor, especialmente cuando las monedas fiduciarias están perdiendo valor.
De hecho, en lo que va de año, Bitcoin ha recuperado su aliento. Por ejemplo, en abril su precio repuntó: logró romper la marca de 30.000 dólares por primera vez desde junio de 2022. Ese nivel había sido un punto de resistencia para la criptomoneda con mayor capitalización.
De manera, que Bitcoin ha estado en alza desde principios de año, empujando el mercado de las criptomonedas en general. Desde entonces, ha registrado una ganancia de 81% y todo apunta a que el potencial alcista para la criptomoneda sea superior en 2023.
Quizá previendo esto, en junio del año pasado, un importante grupo de 14 senadores estadounidenses, encabezados por la senadora bitcoiner, Cynthia Lummis, entregó un documento a la Agencia de Protección Ambiental, a favor de la minería del llamado oro digital.
Manifestaron comprender el impacto ecológico de la minería de Bitcoin. Sin embargo, dejaron claro que “una parte sustancial” de la energía que utilizan los mineros “se basa en fuentes renovables”.
En la misiva aceptan los posibles problemas ambientales que rodean a los activos digitales, pero creen que no se puede pasar por alto el “papel fundamental que desempeñará la innovación responsable” en el futuro económico a largo plazo de Estados Unidos.
Los legisladores defendieron el Bitcoin por una razón muy sencilla: creen que los activos digitales y sus actividades mineras relacionadas son esenciales para la economía de su país, tal y como ha quedado demostrado en otras naciones que han adoptado el Bitcoin y han logrado atraer capital y talento con la intención de desarrollar sus economías.
Entonces, ¿hay suficientes razones para pensar que el Bitcoin no es el gran villano ecológico como muchos lo presentan? Yo diría que sobran las razones.