OPINIÓN

El bien y el mal

por Emiro Rotundo Paúl Emiro Rotundo Paúl

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Podemos decir que el bien es la ausencia del mal, pero no podemos decir lo contrario, que el mal es la inexistencia del bien, porque el mal existe por el bien, es decir, el mal es la alteración del bien, la enfermedad del bien. Idealmente, el bien pudiera existir sin el mal en un mundo perfecto, en la ciudad de Dios, de San Agustín, pero veremos que eso no es posible. El mal existe en el hombre, que es el único ser que puede ejercerlo conscientemente. No hay mal en la naturaleza de las cosas distintas al hombre. ¿Qué es el mal en definitiva? El mal es todo aquello que conscientemente causa daño al hombre y a la naturaleza que lo sustenta, ¿y quién que no sea el hombre mismo puede hacer algo así?

Hecha esa introducción de manera tan breve como lo exige el escrito, queremos destacar una característica fundamental del mal que es consecuencia de lo afirmado anteriormente. Como dijimos, el bien es lo que existe y el mal es lo que lo perturba, por eso, el bien es mucho más abundante que el mal, pero este es mucho más poderoso que el bien. Una pequeñísima cantidad de mal hace mucho daño y produce una gran alteración del bien. Se puede decir de otra manera: se requiere mucha cantidad de bien para que las cosas marchen adecuadamente y muy poca cantidad de mal para que anden defectuosamente. Por esa misma característica del mal su acción tiene efectos erga omnes, es decir, que afecta a todos por igual.

Reforcemos las ideas anteriores con dos ejemplos sencillos. El primero es un símil, una parábola. Si un botellón de agua transparente vertimos una pequeña cantidad de colorante concentrado, como la tinta china, por ejemplo,el resultado será que toda el agua se teñirá de oscuro y dejará de ser incolora. El segundo es de la vida real. Si en una comunidad de vecinos, en la que todos sus integrantes respetan y acatan las normas y nadie excede con su vehículo la velocidad permitida, unos dos o tres zagaletones comienzan a sobrepasar ese límite creando zozobra y peligro entre los vecinos, inmediatamente estos impondrán medidas restrictivas como barreras, policías acostados, vigilantes, patrullas policiales, etc., que afectarán a toda la comunidad y se suscitarán quejas y disputas entre los infractores, sus padres y el resto de los vecinos que alterarán la paz y la concordia. El clima de normalidad desaparecerá o se restringirá y las medidas taxativas se quedarán para siempre.

En la vida real ocurren hechos similares al expuesto en cantidades y proporciones mucho mayores lo que dificulta la observación de los hechos, pero lo que está claro es que para que exista paz y tranquilidad en la sociedad las cosas tienen que funcionar bien. Eso, por supuesto, no sucede y por eso existen las leyes, las penas, los cuerpos de policía, las cárceles y todo lo demás, incluidas la horca y la silla eléctrica. Los asesinos, ladrones, terroristas y malhechores en general, son mucho menos numerosos que el resto de las personas que integran la sociedad, pero sus acciones generan efectos restrictivos y odiosos que afectan a todos. Como dice el refrán, pagan justos por pecadores.

En el mundo natural suceden también casos similares. La naturaleza es benigna y permite construir casas, calles, parques y ciudades en valles y montañas en las que el hombre vive con su familia  y sus bienes por largos años, pero basta que se produzca un sismo, un tornado, un huracán o una inundación de gran magnitud para que en un instante todo lo construido con esfuerzo y dedicación desaparezca o quede muy dañado. Pero se trata de un mal no intencionado y en puridad de conceptos ni siquiera deberíamos llamarlo mal, pero sus efectos son dañinos, y ocurren con las características ya señaladas.

El problema es netamente humano. El mal está siempre presente en el mundo del hombre impidiendo el logro de una sociedad perfecta, porque no tanto la naturaleza sino el hombre mismo, se encargará de impedirlo. Supuestamente el ser humano nace sin mal y la vida lo conduce a él. Un hombre es bueno hasta una pequeña pero poderosa cantidad de mal hace nido en su pecho y lo induce a la criminalidad. Podrá regenerarse o reivindicarse, pero el daño causado a los demás y a sí mismo no podrá ser enmendado. Como decía Shakespeare, el mal sigue viviendo después del malhechor.

En definitiva, el hombre siembra el mal en la tierra. Por eso no debemos decir que fue creado a imagen y semejanza de Dios, porque esa idea nos lleva a pensar que Dios es imperfecto y su obra incompleta. Dios hizo al hombre con capacidad de pensar y eso le permite meditar sobre el bien el mal. También le dio conciencia y libre albedrío para que, conociendo los efectos del mal, asuma una posición a favor o en contra del mismo. Hasta allí llega la responsabilidad divina. Lo demás está en manos del hombre. No podemos echar la culpa a Dios por lo que hagamos o no hagamos los seres humanos. Hasta se pudiera pensar que el mal existe para probar al hombre, para que este pueda aborrecerlo. Si lo hiciese ganaría la gloria, sea lo que ella sea, y si no puede la perdería, sea cual sea la consecuencia.