OPINIÓN

El beso de Judas

por Julio Moreno López Julio Moreno López

Hermoso Rubiales

La traición no es más que convertir en una realidad, a una mentira sostenida”. (Pedro Eliécer Gutiérrez).

Una de las capacidades que, a lo largo de la vida, casi todo ser humano va a ejercer sobre sus semejantes es, sin duda, la traición. Digo capacidad con intención, ya que indudablemente no es una virtud, ni tampoco un defecto. La traición tiene entidad en sí misma, posee la cualidad de objeto, de ente.

Nada más sencillo que ejecutar una traición, dado que la víctima de tal agravio, para ser traicionada, había de tener su confianza depositada en el traidor. Nada más sencillo que atacar al que no espera el ataque. La traición es un ataque por la espalda. Más aún si el que traiciona no tiene el condicionante moral que le impide tal acción, por ser influenciable o simplemente por tener el convencimiento de que en realidad, obra en conciencia.

Estos días hemos visto, en directo y en diferido, el desarrollo de una traición. Una traición condicionada, a mi modo de ver, por la influencia social que ejerce el mal entendido feminismo, el feminismo como idea política, como herramienta ideológica, para atraer a una masa desnortada que busca que le digan lo que tiene que pensar, cómo tiene que actuar y, en definitiva, cómo tiene que vivir. Esta ideologización del entorno social a la que nos vemos sometidos, esta polarización extrema de todos los ámbitos, está trayendo consecuencias que trascienden el eslogan y  pueden hacer verdadero daño a quien menos se lo espera, por tener una posición preponderante o creerse a salvo de tal situación.

El caso de Luis Rubiales y Jenni Hermoso es una demostración de cómo la doctrina puede anular el sentido común colectivo. Además, sienta un precedente peligrosísimo sobre el control social y legal de la acción y el pensamiento. Nunca una acción tan nimia tuvo unas consecuencias tan fulminantes y graves en la situación personal y legal de un alto cargo en España. Si lo analizamos, es algo tan absurdo como que el vuelo de una mariposa en Pekín pueda ocasionar consecuencias catastróficas en Nueva York. El problema es que el desarrollo de los acontecimientos viene a demostrar que en este país del absurdo, con un gobierno más preocupado de la imagen que del contenido, todos podemos vernos envueltos en un tremendo problema por algo insignificante. Y esto no ocurre porque sí, sino porque hemos permitido la irrupción en las instituciones de aquellos que no tienen nada que aportar, salvo propaganda para ciudadanos vacuos, presos de la ideología por su falta de formación, de medios y de interés.

Luis Rubiales es el clásico producto nacido del sanchismo, un individuo favorecido por sus amigos y contactos que ha escalado en la escala social a posiciones que le son ajenas. Por eso, desde el principio de su desarrollo al frente de la RFEF no ha provocado sino polémicas de todo tipo. Un personaje carente de educación, de estilo y de clase para afrontar la labor de representar y dirigir al deporte rey en España. Un tipo rodeado por una red clientelar que ha protegido su posición, hasta que su Bruto particular, encarnado en la jugadora más veterana de la selección española, se ha encargado de apuñalarlo por la espalda.

A pesar de todo lo anterior, Rubiales ha sido una cabeza de turco empleada para el escarnio y el linchamiento de las supuestas actitudes machistas, en pro de reforzar la posición de las mujeres, representadas en este caso por las jugadoras de fútbol.

Y aquí es donde entra en juego la fuerza de la doctrina, otorgando el papel de jueces a aquellas dirigentes, musas del feminismo mal entendido, que han desgobernado España en estos últimos años. Cuando un grupo social, sea cual fuere, esgrime una pancarta para ocultar lo que está detrás, se producen incongruencias como que las políticas supuestamente encaminadas a favorecer a la mujer la perjudiquen seriamente. Por empezar por algo demasiado manido, promulgando una ley contra la violencia machista que ha favorecido a los ejecutores; no obstante, hay otros efectos colaterales más graves y más desapercibidos, como que un individuo nacido con próstata que dice auto percibirse mujer, pueda cambiar su sexo en el registro y optar a plazas públicas, por ejemplo en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, con el baremo físico asignado a las verdaderas mujeres, nacidas con útero, ocupando así una plaza que por naturaleza y justicia no le corresponde y que, de por sí, arrebata a una verdadera mujer.

Esto, por supuesto, es extrapolable al deporte y a todas aquellas materias en la que la condición física es determinante, porque por mucho que nos empeñemos, un hombre y una mujer no son iguales, son completamente distintos.

Por tanto, si dejamos que la doctrina nos domine, llegaremos a situaciones incongruentes en las que una mirada o una expresión pueda ser considerada delito, cosa que ya se está proponiendo, sembrando la semilla de la policía del pensamiento que parecía una entelequia y cada vez cobra más fuerza.

Así que Jenni Hermoso, en este caso digno de ser estudiado en las facultades de Derecho y de Psicología, no ha sido sino una herramienta necesaria para demostrar hasta qué punto nos hemos equivocado y hemos pervertido el sentido de la ley y de la libertad, traicionando no solo a su superior, sino también sus principios, porque siendo conocedora de la injusticia que se ha tejido en torno a Rubiales, no solo no lo ha impedido sino que lo ha fomentado. No en vano, conocedora de su ignominia, ha hecho público que no volverá a la Selección, adelantándose a la casi segura expulsión de facto porque nadie quiere una traidora en su equipo. Al menos, yo no la querría en mi equipo.

Se prohíbe recompensar al delator y al traidor, por más que agrade la traición y aun cuando haya justos motivos para agradecer la delación”. (Juan Pablo Duarte).

España no paga traidores.

@elvillano1970