La marginalización urbana es un fenómeno mundial. Ya sea en la India, Brasil, Nigeria, China o Estados Unidos, el fenómeno se observa en formas comparables, aunque sus orígenes locales difieran históricamente. Los diferentes contextos sociales crean diferentes formas de desigualdad, lo que hace difícil dar explicaciones generales sobre la aparición de la marginalidad.
Sin embargo, en la mayoría de los casos hay elementos comunes. El estigma, los bajos ingresos, la calidad insuficiente de los servicios básicos, infraestructuras decadentes y el reducido acceso a la educación: todo esto, en contraste a un núcleo urbano de alta producción, hace que, por desgracia, la palabra ˝marginalización˝ describa acertadamente estos asentamientos heterogéneos.
En Caracas, mi ciudad de origen, a los conjuntos de viviendas informales se les llama ˝barrios˝. En ellos habita la mayor parte de la población, en estructuras irregulares, insondables, lo cual dificulta un censo efectivo, así que el número exacto de habitantes no se sabe con exactitud.
Históricamente, los barrios surgieron principalmente debido a una economía mal articulada. La unidimensionalidad de la producción venezolana y la concentración de la industria en unos pocos centros urbanos a lo largo del siglo pasado llevaron a que una parte importante de la población rural se viera obligada a emigrar a la capital o a centros urbanos regionales.
En la actualidad alrededor de dos tercios de la población vive en los barrios y sus ˝ranchos˝, como se le llama a cada vivienda individual. La socióloga venezolana Teresa Ontiveros describe a estos asentamientos como ˝áreas autourbanizadas con servicios deficientes, altos índices de criminalidad, mala educación, falta de sistemas de alcantarillado, etc., todo lo cual los pone en un estado de necesidad permanente˝.
Debido a la incompetencia del Estado venezolano –o a su apatía, dependiendo del gobierno– se ha hecho imposible controlar el crecimiento de las barriadas. Sin embargo, ha habido intentos, de los cuales uno de los mas célebres es la ˝batalla contra el rancho˝ de Pérez Jiménez, el dictador que estuvo en el poder en los cincuenta.
Se construyeron edificios de gran altura (˝superbloques˝) en varios lugares de la ciudad. A través de ellos, el Estado intentó hacer de los barrios una situación de vivienda a corto plazo. Sin embargo, debido al gran número de migrantes, esta iniciativa no bastó, y después de Pérez Jiménez no hubo mayor interés político en mejorar la situación en estas viviendas. Ni siquiera durante el auge petrolero de los setenta, mientras el creciente mercado de la vivienda privada se orientaba principalmente hacia la clase media, se tomaron medidas efectivas.
Los ingresos de los habitantes del barrio, a menudo procedentes de la economía informal, no bastaban para alquilar apartamentos convencionales. Se quedaron entonces en un estado de desamparo, mientras que los asentamientos seguían creciendo: a finales de los años sesenta, 70% de la población venezolana se encontraba en las ciudades, lo que por supuesto llevó a un gigantesco aumento de la población en los barrios caraqueños. Entre 1978 y 1985, solo 37% de los apartamentos en Caracas había sido construido oficialmente, el resto eran ranchos informales.
Como resultado surgió una deficiencia estructural urbana. Un mercado laboral inadecuado y la falta de iniciativas estatales dificultaban el acceso a la vida organizada de la ciudad. La sociedad de servicios del decenio de 1980 no mejoró la situación; las condiciones de vida asimétricas se mantuvieron simplemente por otros mecanismos. Los habitantes de las barriadas difícilmente podían obtener una educación superior debido a la presión financiera, ya que muchos se veían forzados a trabajar desde su juventud. La mayor parte del trabajo era mal pagado, sin oportunidades de ascenso, así que un salto a la clase media se hacía imposible. Se desarrolló un círculo vicioso, y la tendencia continúa: actualmente los barrios crecen a un promedio de 2% anual.
La precaria articulación de la economía nacional, la falta de proyectos urbanísticos y la inversión asimétrica de los recursos estatales han contribuido al complejo problema de la marginalización urbana en Caracas. La desigualdad económica es absurdamente pronunciada, y en ningún lado se cristaliza tanto como en el contraste del barrio y la ˝urbanización˝, esta última un formato de vivienda popular entre la clase media-alta.
Paralelamente se han desarrollado tendencias clasistas en la población que deshumanizan al otro. Con frecuencia se le define tajantemente por su lugar de origen, y estas categorías superficiales corroen la calidad de las interacciones de los caraqueños. Ha surgido todo un vocabulario del clasismo, cada palabra en sí un símbolo de las barreras urbanísticas que se han producido en Caracas. El problema es inmenso, y sus consecuencias van más allá de lo inmediatamente visible.
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