OPINIÓN

El barranquillero y los otros

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

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Comienzan ya a escribirse las líneas del episodio final de la extradición del barranquillero a Estados Unidos y con ello se abrirá un capítulo nuevo: el que comprometerá a los líderes del régimen chavista, a sus asociados, sus adláteres y familiares, en los más abyectos negociados, en los más ingeniosos y a la vez perversos proyectos de estafa y robo al ciudadano venezolano. Cuando el criminal colombiano se encuentre solitario y enfrentado con la feroz e impertérrita justicia norteamericana, tendrá ocasión de cavilar con detenimiento –si no es que ese camino ya ha sido transitado por él desde Cabo Verde– en el precio que tendrá que pagar por su silencio. Ese precio se mide en días, semanas y meses o años de encierro y de distanciamiento de los suyos. Hasta hace poco, y pensando posiblemente en el rédito que aún le trae el soporte de Miraflores, ha repetido que nunca traicionará a quienes le hicieron posible dejar atrás un pasado lleno de tropiezos para convertirse en el hipermillonario que llegó a ser gracias a su atroz contubernio con la revolución bolivariana. El fuero político que esta le otorgó para intentar sortear la mala hora de su detención de bien poco le va servir al hombre de marras.

Termino de leer el libro que lleva por titulo su nombre y aún tengo contenida la respiración por haber podido recorrer, a través de sus páginas, el tenor y el contenido de las inescrupulosas maniobras en las que este hombre “participó, de la mano de quienes se dieron a la tarea por muchos años de saquear a mansalva al país, que han empobrecido hasta la más total de las miserias. Una sola cita al libro de Gerardo Reyes dice bastante de lo que el gobierno chavista le encargó al sujeto: “Fue un operario internacional que resuelve todo. Cuando se necesita leche, le marcan al hombre, pero también cuando se necesita petróleo, gasolina o monetizar las reservas de oro, pues es él mismo quien se va con lingotes de oro en su avión a Turquía. No lo hace por amor a la revolución, lo hace para hacerse más rico. Él encuentra la salvación en el epicentro de la corrupción de Venezuela. Se hace un hombre multimillonario con apartamentos en París, mansión en Barranquilla y varios aviones”.

El descaro y el exhibicionismo de este hombre ha sido de antología. No lo detuvo el muy serio y globalizado cuestionamiento que por años se viene haciendo en todo el planeta de la manera de saquear a Venezuela protagonizada desde el gobierno revolucionario, quien no vaciló en utilizar a terceros cuya inescrupulosidad era su mejor aliado.

Nada le restará gravedad a la maraña de negocios y operaciones que fueron capaces de armar entre este individuo y sus cómplices del régimen de Caracas. Al robo descarado de recursos venezolanos se agregó el blanqueamiento de dinero en Bogotá, Panamá, Hong Kong y Medio Oriente, todo ello sistemáticamente observado por los radares rastreadores del “Imperio” y de otros países colaboradores. Es por ello que ni el barranquillero ni los otros del mismo pelambre van a dejar de pagar las atrocidades cometidas. Un exceso de confianza en el omnímodo poder que creían tener y un gran error de cálculo, al pensar que todo lo facilitaba la torpeza de los norteamericanos, los llevó a armar originales mecanismos para aprovecharse de la bonanza venezolana mientras ella existió. Pero se hicieron todavía más creativos en la medida en que el país comenzaba a asfixiarse en lo económico. Allí fue cuando la más absoluta ausencia de aprensión y de moral los animó a meter la mano en subsidios tan emblemáticos como la comida que se importaba para las cajas CLAP dirigidas a las clases más afectadas. De todo ello se tiene buena evidencia y no hay otra escapatoria posible, para que el castigo sea más leve, que la de colaborar con los gringos que consideraban lerdos.

En las filas del régimen y entre sus acólitos aún creen que de esta se salvan, cuando la realidad es otra. La cuenta regresiva se puso en marcha y en el Poder Judicial estadounidense harán valer lo que esté en sus manos para ajustar las cuentas. El barranquillero será, no hay que dudarlo, una pieza muy clave.