Si se hiciese un balance lo menos sesgado posible de lo que ha sido la campaña presidencial de 2024 en Venezuela, habría que reconocer al menos un mérito en la campaña de Nicolás Maduro: la desesperada realización de malabares técnicos y virtuales para aparentar un apoyo popular del cual carece casi por completo. Por eso no es ninguna exageración decir que los camarógrafos, los expertos en photoshop y los creadores de efectos virtuales en las redes han sido los verdaderos protagonistas, las verdaderas “estrellas” (junto con los autobuses) de la campaña del desangelado aspirante a la reelección.
Tanto es así, que se hace inevitable recordar el caso de la destacada directora cinematográfica Leni Riefenstahl, quien apuntaló con películas propagandísticas como El triunfo de la voluntad y Olympia al régimen nacionalsocialista alemán. Los expertos en la materia han reconocido -más allá de su lamentable servilismo ideológico- las innovadoras técnicas de rodaje realizadas por Riefenstahl, entre otras virtudes técnicas y estéticas de sus producciones.
Pero en nuestro caso se repite evidentemente aquello que decía Marx, siguiendo a Hegel: que la historia se repite dos veces, una vez como tragedia y la otra como comedia. En El triunfo de la voluntad se filmaron a más de 1 millón de alemanes, en perfecta formación, aclamando al Führer.
En nuestro fascismo tropical, en cambio, los camarógrafos de VTV y TVES tuvieron que hacer -junto con los organizadores de los eventos- verdaderas maromas para convertir a unos pocos centenares de personas en unos miles, y hacer lucir a una o dos cuadras como extensas e interminables avenidas. Y, por si fuera poco, mostrar como eufóricos y entusiastas a unos asistentes apáticos y desanimados, cuyo único interés, en la mayoría de los casos, era recibir un pequeño estipendio en dólares y una raquítica bolsa del CLAP (y que seguramente anhelaban estar en la concentración de María Corina y Edmundo, como se ha podido comprobar en numerosos testimonios de las redes sociales).
Podríamos decir, sin embargo, que el rasgo más notable de esta campaña presidencial ha sido la extremada ausencia de condiciones competitivas, a tal punto que no hay ninguna que se le pueda comparar en nuestra historia electoral moderna y republicana, excepto en el período dictatorial de Marcos Pérez Jiménez. En Latinoamérica, solo en Cuba y Nicaragua podemos encontrar casos semejantes.
Ha sido la típica lucha entre David y Goliat, con la afortunada noticia de que, al igual que en el pasaje bíblico, se vislumbra el heroico triunfo de David. Es difícil encontrar otro ejemplo en el mundo donde la oposición, en tan desventajosas condiciones, obtiene un apoyo tan abrumador. María Corina logró, con su extraordinaria perseverancia y su flexibilidad táctica y estratégica, ganar la empatía y el apoyo de las grandes masas populares que se identificaban con Chávez, arrebatándoselas a Maduro y a sus socios.
En honor a la verdad, hay que admitir que ha sido ayudada por el empecinado empeño del régimen en sabotear y obstaculizar sus actividades, convirtiendo su gesta en una épica, en otra campaña admirable de nuestra historia republicana. Maduro, Cabello, Rodríguez y el fiscal Saab -nuestra versión de Lavrenti Beria-, han sido, en este sentido, sus verdaderos jefes de campaña, sin restarle méritos al Comando de la Unidad. Al reflexionar sobre esto, es inevitable pensar en los poetas trágicos griegos, quienes decían que los dioses castigaban a los que se convertían en portadores de la hibris (el orgullo, el envanecimiento, la prepotencia), cegándolos, para que así ocasionar su caída y ruina.
Lo cierto es que las cartas están echadas y no hay forma de cambiar la amplia ventaja que todas las encuestas serias otorgan a Edmundo González. Ante esta circunstancia, Maduro, formado en la escuela cubano-soviética que establece que cualquier principio moral puede y debe violarse con tal de mantenerse en el poder, no se le ha ocurrido otro recurso que amenazar con un baño de sangre. En la misma línea, también ha asomado otro 4F.
Ambas ideas son el más claro y patético reconocimiento de su derrota. No buscan otro fin que propiciar el miedo y la abstención. Pero, a menos que utilice agentes externos infiltrados (una estrambótica invasión), el régimen ya no tiene el músculo para semejante insensatez. Las Fuerzas Armadas difícilmente van a echar sobre sus espaldas una responsabilidad histórica de esa estirpe. Por otra parte, la oligarquía madurocabellista ya no cuenta con los colectivos y las bandas delincuenciales que utilizó para intimidar y reprimir en las protestas de 2014 y 2017 (suplantando, justamente, a unas Fuerzas Armadas preocupadas por su imagen), porque simplemente las liquidó o las “exportó” a otros países cuando advirtió que esos múltiples Frankenstein ya no les eran sumisos.
Maduro cree que creando un clima de intimidación en el país y hostigando y reprimiendo a la dirigencia opositora, va disminuir la participación, lo cual -deduce- crearía otra ventaja competitiva para la maquinaria del PSUV. Pero pasa por alto que nadie detiene a un pueblo cuando ha decidido cambiar y liberarse de la pobreza y la opresión. Se le olvida, también, que las maquinarias se vuelven obsoletas y no sirven de nada cuando han perdido la empatía con las mayorías. Valga recordar lo que le pasó a la maquinaria adeca de Alfaro Ucero en el 98, cuando se cayó como un castillo de naipes, y los propios líderes regionales tuvieron que despedir al caudillo, debido a que no supo interpretar el deseo nacional de cambio.
La advertencia de Lula es una señal de que Maduro se pasó la luz roja, y que la comunidad internacional, incluyendo la izquierda democrática que casi siempre ha sido complaciente con él, tomará una posición proactiva con respecto a nuestros comicios. El hecho de que Colombia evalúe ahora enviar observadores, y que Alberto Fernández haya anunciado su presencia, parecen apuntar en esa dirección.
María Corina y Edmundo han canalizado con una gran sensibilidad el deseo que tiene el país de avanzar a un nuevo ciclo, donde los venezolanos nos reunifiquemos, y recuperemos la concordia y la tranquilidad de nuestras mejores épocas. Por eso puede augurarse que este 28 el baño de votos se impondrá al baño de sangre.