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«El baile de los que sobran»: claves para el enigma chileno

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Una fría madrugada de finales de 1973, salimos de Chile, después de estar casi un mes en la isla de la Quiriquina, en medio de los escupitajos e insultos de los milicos que vigilaban nuestra salida de Pudahuel en un avión militar enviado por el gobierno de Rafael Caldera para transportar a los venezolanos que se encontraban en la embajada de Venezuela en Santiago de Chile. “Andáte pues huevón culiao” fue la última frase que escuché saliendo de un país que llegué a amar entrañablemente. No regresaría a Chile hasta después del plebiscito de 1988, invitado a un evento científico, porque se me hacía demasiado duro y amargo el retorno. Cuando lo hice me llevé una sorpresa, esperada en buena medida, debo confesarlo, pero sorpresa al fin.

Pinochet ya no estaba en el poder, al menos no en la presidencia del país, pero seguía siendo venerado por una parte importante de la población. Hurgando en una librería me encontré con una profusión de libros elogiosos sobre un hombre que para nuestra generación se había convertido en el arquetipo de la traición y la represión encarnada por los militares suramericanos.

Aún en esos tiempos la polarización de la sociedad chilena era un elemento muy importante, y llegó a ser uno de los elementos definitorios de los últimos tiempos del gobierno de Salvador Allende. Por supuesto, como lo confesaría cínicamente Kissinger en sus memorias, la CIA estuvo detrás del golpe militar, pero el mismo se articuló con una participación importante de los militares chilenos y un respaldo considerable de una parte de la población. Mucho más importante para lo que sigue, es el hecho de que la polarización extrema que debilitó al gobierno de Allende fue, en buena medida, inducida por las fuerzas que lo apoyaban. En términos muy duros y muy reales: el golpe militar contra Allende fue, sin duda, un acto de traición contra el pueblo, y, a su vez, su gestación fue un daño auto-infligido de sectores extremos de la izquierda chilena. Complejidades de la historia, las cuales las versiones unilaterales y simplistas no ayudan a entender.

Sigue el tiempo: 1986, en medio de la dictadura militar, aparece un sencillo de la banda Los Prisioneros, “El baile de los que sobran”, que se hizo emblemático de una época. Se lee en el sitio web de la Biblioteca Nacional de Chile (http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-95716.html): “Esta canción, compuesta por Jorge González e incluida en el disco Pateando piedras de 1986, ha sido considerada por el grupo como su mejor tema y es, indudablemente, una de las más emblemáticas de la música popular chilena de los años ochenta.

Su letra ilustra de manera amarga y desesperanzada las diferencias de clases existentes entre la juventud chilena. Mucho antes de que en Chile se incorporara al debate público el problema de la mala distribución del ingreso, Los Prisioneros describieron de un modo dolorosamente certero lo que era pasar doce años en un liceo numerado para luego egresar a la cesantía:

«Oías los consejos, los ojos en el profesor

Había tanto sol sobre las cabezas

Y no fue tan verdad

Porque esos juegos, al final

Terminaron para otros en laureles y futuros

y dejaron a mis amigos

pateando piedras”

Para mi sorpresa, y la de muchos, la letra y la melodía de esta canción de otros tiempos y otros combates resurge como lema de millones de manifestantes en las calles de Santiago. Se escucha la versión interesada del castro-chavismo continental: se trata del “huracán bolivariano” que sopla por todo el continente. Se escucha la versión simplista de las redes sociales de los opositores a Maduro: los chilenos no entienden nada, los chavistas infiltrados están quemando las estaciones de metro del pueblo.

En algún sitio está la verdad y el análisis que permite entender los hechos de Chile, la democracia más moderna y pujante de Latinoamérica. Es indispensable meter en la ecuación los intereses continentales del castro-chavismo en desestabilizar a las democracias latinoamericanas, como lo ha señalado el Secretario General de la OEA. Pero es también vital tener en cuenta las carencias de la democracias, que en otras latitudes, verbigracia Venezuela, fueron esenciales para abrirle la puerta a Chávez, el encantador de serpientes.

Publicado en Acento News de Miami

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