Soy consciente de que no todos los lectores habituales de esta columna entienden mi admiración por Irán. Doy fe de que nada tiene que ver con el islam, el chiísmo o la doctrina teológica que informa el conjunto de su política. En realidad, es algo mucho más sencillo. Se trata de una cuestión profesional. Más allá del núcleo estratégico está sencillamente el saber hacer, la lógica con la que se diseña y desarrolla una política…, lo que podríamos resumir con el término «oficio». Los dirigentes iraníes saben lo que quieren, actúan en consecuencia, analizan bien al enemigo, administran tiempos y, sobre todo, ejercen la «paciencia estratégica». Con muy pocos recursos económicos están logrando que sus enemigos hagan exactamente lo que ellos quieren.
En Estados Unidos el presidente Biden limita la ayuda militar a Israel. Está en campaña electoral, preso de sus votantes, aquellos fieles al partido demócrata que en gran número consideran que Israel no tiene derecho a responder al ataque de Hamás de la manera en que lo está haciendo o, sencillamente, que piensan que Israel no tiene derecho a existir. Biden pone en peligro la consecución del objetivo último de la operación militar, decapitar a Hamás. Si los dirigentes y cuadros islamistas sobreviven podrán proclamar la victoria de la resistencia, humillando a Israel, a la Autoridad Palestina y a los gobiernos árabes moderados. Será una victoria de Irán y del islamismo, con serias consecuencias para la estabilidad regional y para la convivencia en Europa.
En Naciones Unidas todos aquellos que tienen algo contra Occidente o contra la democracia, que son mayoría, aprovechan la situación para promover desde la Asamblea General el reconocimiento del Estado palestino ¿Qué Estado? ¿Con qué fronteras? ¿Con qué gobierno? ¿Con qué ciudadanía? ¿Con qué parlamento? Eso es lo de menos. El objetivo inmediato es acorralar a Israel y a aquellos que reconozcan su existencia. La causa es, una vez más, instrumental. Lo de menos son Israel y los palestinos. Lo fundamental es enterrar a Occidente, con todo lo que ello implica.
Pedro Sánchez está de elecciones y no lo tiene fácil. ¿Qué mejor para tapar las vergüenzas y miserias propias que envolverse en una causa ajena? La agenda europea es un plomo, difícil de vender. Además, está repleta de temas rancios y conservadores. Hablar de la defensa europea, de una posible guerra con Rusia, es algo que sus electores no van a entender, son temas con los que no se puede ilusionar. En cambio, la causa palestina y la denuncia de Israel, quintaesencia de todo lo que se desprecia, es perfecta. Aporta ideales, sacrificio y liderazgo internacional. Sánchez se queda casi solo en Europa, hace el ridículo, pero encuentra compañía ¡y qué compañía! en el extrarradio. Allí, junto con todos aquellos que desprecian el legado occidental, con los que rechazan la mera existencia de Israel, con las mejores dictaduras del planeta… se encontrará cómodo en su papel de valedor de una nueva izquierda.
Atrás quedaron las catalanas, llegan las europeas y el circo comienza. Los productores de la Moncloa han preparado un festival de actos cuya finalidad no es otra que presentarnos a Sánchez como dirigente internacional, director de una orquesta compuesta por instrumentistas diversos y singulares a los que preocupa poco el futuro de los palestinos o de los israelíes, que no tienen en consideración las serias preocupaciones de los gobiernos vecinos, pero que no dudan en aprovechar la situación para provocar un cambio de gran magnitud.
Admiro a Irán porque entiende la política internacional, a los occidentales y al resto. Porque es capaz de explotar las debilidades y contradicciones de los primeros y utilizar los prejuicios de los segundos para arrinconar a los gobernantes árabes y enfrentarlos a su propia gente. Sánchez, henchido de orgullo, puede disfrutar enredando en la escena internacional, fuera del ámbito europeo. Pero, en realidad, no deja de ser una marioneta en manos de la potencia más reaccionaria del planeta. Está haciendo lo que ellos quieren. Está a su servicio. Cree que está capitaneando una causa progresista, cuando en realidad es un juguete de los ayatolás y de su guardia revolucionaria.
Artículo publicado en el diario El Debate de España