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El asesinato ritual

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El tópico del judío asesino de niños (baby killer) es un invento inglés cuyo origen puede rastrearse hasta el año 1144, una época de anarquía en que apenas se estaba gestando el futuro Reino Unido, por lo que puede afirmarse sin mayor riesgo que el antisemitismo tiene un carácter genético en la formación del carácter nacional británico.

Todo comenzó con la aparición de un niño muerto, Guillermo de Norwich, de unos doce años, aprendiz de oficio, del que se sabe muy poco y hubiera pasado desapercibido de no ser por un tío que exhumó su cadáver para indagar las causas del deceso y a partir de allí urdir una serie de especulaciones que terminaron señalando a los judíos como culpables de un asesinato ritual.

El relato es que los judíos asesinan en Viernes Santo a un niño cristiano para utilizar su sangre en la elaboración del pan ácimo (matzá); pero aquí se encuentra un hecho, un niño real martirizado y las sospechas apuntan en una sola dirección. La incitación de los clérigos condujo a que los judíos de Norwich fueran masacrados en 1190, en el contexto de la Tercera Cruzada, salvo algunos que, según las crónicas, se refugiaron en el castillo. Al fin, todos los judíos fueron expulsados del Reino un siglo después, por edicto del rey Eduardo I, en 1290.

Justo es reconocer que los ingleses nunca le han atribuido credibilidad alguna a aquella leyenda repugnante y cada tanto se disculpan por la matanza, así como que el edicto de expulsión fue formalmente derogado por Oliverio Cromwell, en 1657. Mucho menos afortunado es el caso del Reino de España, que también tiene su libelo de sangre en la partida de nacimiento, en la conformación originaria del carácter nacional hispano.

En este caso no apareció ningún niño muerto, ni siquiera hubo denuncia de la desaparición de alguno; pero los españoles no necesitan, como los ingleses, cierta evidencia empírica para fundamentar sus convicciones. Basta que uno diga que oyó decir a otro que alguien dijo que se cometió tal hecho y sobre esa madeja de dimes y diretes se va urdiendo una trama que termina, como no, en el Tribunal de la Santa Inquisición.

El Santo Niño de La Guardia, es un niño ilusorio, sin parientes ni dolientes, que en 1489 habría sido secuestrado por judíos para realizar el consabido rito de viernes santo, en que se reproduce la pasión y muerte de Cristo, escarneciendo, azotando, coronando de espinas y finalmente crucificando al inocente, en este caso con el grotesco añadido de sacarle el corazón para mezclarlo con hostias consagradas a fin de causarle los mayores males (no especificados) a los cristianos.

Nada de esto podría creerse, ni tomarse en serio, sino hubiera sido causa de un juicio en el Tribunal de la Santa Inquisición (el hecho de que éste no tuviera jurisdicción sobre judíos es apenas un pequeño vicio procesal) muy documentado y detallado, que consta en expedientes llenos de elementos insólitos, tan desatinados como incongruentes, basados todos en testimonios, la mayoría arrancados bajo tortura, sin una sola evidencia material, para concluir en una sentencia condenatoria, por la que fueron quemados vivos nueve judíos y dos judaizantes, en 1491, poco antes de que los Reyes Católicos firmaran los edictos de expulsión de todos los judíos de los Reinos de España, en 1492.

Al contrario de Inglaterra, España nunca se ha retractado de estas barrabasadas, tanto menos disculparse con la comunidad judía doblemente agraviada, por los juicios, daños físicos, patrimoniales y morales, por un lado, y las calumnias, difamaciones e infundios contra toda la colectividad, por el otro.

El Vaticano avala esta superchería, confirma las acusaciones en todos sus extremos, incluso los más escabrosos, tiene una catedral dedicada al Santo Niño de La Guardia y una fecha conmemorativa, el 25 de septiembre, para rendirle culto. Una devoción popular fundada en la infamia de otro pueblo.

El edicto de expulsión de los judíos nunca ha sido formalmente revocado. A veces, se usa el subterfugio de decir que con las constituciones subsiguientes a 1869 el edicto fue tácitamente derogado, lo que confirman verbalmente los gobiernos, al consagrar la libertad de culto. Aunque no se ve cómo la libertad de culto tenga que ver con un edicto concreto de expulsión. Finalmente, que lo habría hecho Francisco Franco, en 1969, que sería el Caudillo pero nunca fue Rey de España. Lo cierto es que en este punto, los reyes católicos nunca han dado su brazo a torcer.

Estas leyendas ignominiosas y que nadie creería en la actualidad, son la base de sustentación del antisemitismo moderno que apenas se escarba en su superficie revela estas raíces ancestrales. Una locutora de la BBC de Londres le espeta a un ex primer ministro israelí que las Fuerzas de Defensa de Israel “son felices asesinando niños”, sin que nadie, ni entre sus superiores, responsables de la línea editorial de la BBC, ni entre el público, que se supone copropietario de la emisora, esbozara la menor protesta, ni ninguna crítica, reparo, nada: es un consensus universalis.

El director del diario israelí Haaretz, Amos Shokem, apareció en Londres repitiendo la resabida diatriba antisemita de la ocupación, el apartheid, los colonos, y exaltación del terrorismo islámico, o sea, lo que los ingleses llaman “llevar carbón a Newcastle”. Pero, ¿para qué se necesita ir a Londres a repetir lo que la BBC evacua a diario sobre el mundo? Porque es otro tópico: el “informante judío”, ese sombrío personaje que confirma desde adentro las calumnias que esparcen los goyim allá afuera. No es lo mismo, porque ahora “lo dice un judío”; aunque la mentira, repetida mil veces, sigue siendo mentira.

Otro aspecto de la misma cuestión es la manía enfermiza de todos los medios de llamar “asesinato” a la muerte de cualquiera, en cualquier circunstancia, incluso en combate. Valga aclarar que un asesinato es un homicidio calificado, que puede ser agravado por la premeditación, alevosía, ventaja, nocturnidad, falta de provocación suficiente, etcétera. La clave es que el asesinato es un hecho punible en toda legislación, pero además es repudiable moralmente, es inadmisible en todo caso.

Distinta es la muerte de combatientes en una contienda armada, que no son asesinatos, por la sencilla razón de que no son punibles; pero tampoco son repudiables moralmente, todo lo contrario, gozan de justificación legal e incluso moral, equiparable a la legitima defensa, no exigibilidad de otra conducta, etcétera.

Ahora bien, no existe forma ni manera de que los medios, algunos por ignorancia, otros por error o inadvertencia, pero la mayoría por franca mala fe, dejen de llamar “asesinato” a las acciones perfectamente justificadas de las FDI. La mala voluntad ofende al ver que cuando Hamás masacró a seis rehenes inermes en un túnel los medios dijeron que habían sido “ejecutados”, como si se tratara de reos sobre los que pesaba una sentencia firme.

Pero no solo las Coronas del RU y España, la conducta de Europa en general contra Israel y los judíos impone advertir que las potencias se comportan de la misma manera que lo han hecho siempre. Para poner un ejemplo reciente: el pogromo de Ámsterdam del 7 de noviembre, en vísperas del 86 aniversario de la Kristallnacht, es una reafirmación de este hecho y un anuncio del que vendría: el auto de detención contra el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu, por la Corte Penal Internacional de La Haya.

El Rey Guillermo Alejandro de los Países Bajos lamenta haberle fallado a los judíos durante la II Guerra Mundial y ahora también en la III, pero ¿qué hace en la práctica? Lo mismo de siempre. Ámsterdam tiene un lánguido museo Anna Frank, pero ¿quién tuvo a la familia encerrada durante años en un ático? La identidad de quien la delató es el secreto mejor guardado del Reino. Westerbork es hoy otro melancólico museo en el campo de concentración donde transitaron más de 100.000 judíos holandeses hacia el exterminio.

Si de algo no se puede acusar a las monarquías europeas es de no respetar la tradición y ésta de someter a los judíos a juicios circenses en los que están condenados de antemano es una que vienen practicando desde el Medievo.

Luego podrán erigirles otro museo en La Haya, sin disputárselo a Londres o Madrid.

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