“El desarrollo de los partidos parece ligado al de la democracia, es decir, a la extensión del sufragio popular y de las prerrogativas parlamentarias”. Maurice Duverger (*)
La dictadura no detiene su carrera hacia el totalitarismo pleno. En la medida que se siente más huérfana del apoyo popular da pasos más osados, más arbitrarios e inmorales. A Nicolás Maduro no le basta haber desconocido desde el primer día, y finalmente clausurado, el Parlamento elegido en diciembre de 2015. Ahora desarrolla un brutal plan de asalto a los partidos de la oposición política, para justificar la instalación de una nueva Asamblea en enero del próximo año de incondicionales suyos.
Utilizando una metodología diferente para disimular, tomó el camino de autócratas como Hitler, Pinochet o Fujimori, clausurando el Parlamento democrático. La simulación fue tan burda, que nadie en el mundo del derecho y de la ciencia política, da crédito al conjunto de sentencias absurdas que sus obedientes magistrados dictaron. La realidad es que la Asamblea Nacional es un Parlamento cerrado por la fuerza de un régimen arbitrario.
Como lo cito en el encabezamiento del presente trabajo, Maurice Duverger, en su clásico libro sobre los partidos políticos, nos enseña que su desarrollo está “ligado al de la democracia”. Ya desde mediados del siglo pasado se tiene muy claro que la vida de los partidos está ligada a la existencia de la democracia y del Parlamento. Intervenir los partidos, designarles directivos y negarle a sus miembros elegirlos (en algunos casos por más de cinco años), solo es propio de las dictaduras. No se asume el método de la autocracia tradicional de establecer el partido único. Se recurre a la coaptación e intervención para engañar y simular un multipartidismo que en la realidad no existe, pero en el fondo solo se permite la existencia del partido del autócrata de turno. Tal comportamiento se asume para impedir lo que Duverger llama “prerrogativas parlamentarias».
El verdadero demócrata ejerciendo el gobierno de una sociedad, sin contar con una mayoría parlamentaria, no solo reconoce, sino acata al Poder Legislativo. Busca el diálogo y el acuerdo con las fuerzas políticas de la representación nacional. Es en la pluralidad donde se pone a prueba el talante democrático de un liderazgo. En la Venezuela civil, los presidentes Rafael Caldera y Luis Herrera Campíns, demostraron con creces, al gobernar con un Parlamento de mayoría opositora, su apego a los valores de la democracia y del Estado de Derecho. Maduro, alumno de la escuela del castro comunismo cubano, no podía hacerlo. Por eso desarrolló un conjunto de acciones, usando como punto de lanza al sumiso Tribunal Supremo de Justicia, para clausurar finalmente a nuestra legítima Asamblea Nacional.
Como está próximo a terminarse el período para el cual fue elegido el Parlamento, hoy clausurado, la dictadura además del conjunto de acciones criminales lanzadas contra la institución y contra sus integrantes, trabaja intensamente, ejecutando más actos ilegales e inmorales, en la preparación de una nueva simulación electoral para instalar una asamblea sometida a sus instrucciones.
Es en ese orden de ideas que se inscribe toda la estrategia de instalar, sin los votos necesarios, una directiva títere de la Asamblea, bloqueando, más allá de las conocidas obstrucciones de fuerza a las que recurrió a lo largo del período, el funcionamiento del cuerpo en su sede natural. De esta forma preparó el camino, para justificar la designación de una directiva del Consejo Nacional Electoral, totalmente controlada por Miraflores. Pero esa decisión no le es suficiente para lanzar la convocatoria a la elección. Antes de que ello ocurra han resuelto perfeccionar una tarea ya iniciada: armar una plataforma, supuestamente de oposición, con la cual competir en dicha contienda electoral.
En el camino a la construcción de esa plataforma no les pareció suficiente haber hostigado, inhabilitado, encarcelado, expatriado o asesinado a importantes líderes de la oposición democrática. No les pareció suficiente haber coaptado a personas que, en momentos importantes del devenir político, habían tenido responsabilidades destacadas en sectores y partidos de la sociedad democrática. Tampoco les pareció suficiente haber intervenido juridicialmente a uno de los partidos históricos de nuestra nación, como lo es el partido socialcristiano Copei, impidiendo que sus dirigentes y militantes eligiesen de forma independiente su dirección política. No se conformaron con haber comprometido a varios diputados elegidos en la plataforma de la MUD para darle un golpe de Estado al verdadero presidente de la Asamblea Nacional. Ahora han resuelto terminar de asaltar los demás partidos de la oposición.
El asalto a los demás partidos opositores, ejecutado con el estilo aplicado en el robo de miles de propiedades a lo largo de estos veinte años de oscurantismo, no tiene otro fin que obligar a la verdadera oposición política a no participar en el proceso en puertas, armar un ardid para confundir y engañar a los sectores de la población a los que puedan encausar hacia ese fin, para finalmente estructurar una nueva asamblea sometida a sus dictámenes. Se trata de un conjunto de decisiones, tan inmorales e insostenibles, que no se requiere conocimientos jurídicos ni políticos especiales, para repudiarlas.
La dictadura se apropia de las tarjetas y bienes de los partidos de la oposición, al colocar a agentes suyos, coaptados en sus mismas filas. Eso no significa que ha sumado a su causa a la dirigencia, militancia y amigos de las organizaciones, mucho menos a la mayoría ciudadana que apesadumbrada e indignada desaprueba el robo.
Los partidos políticos, ciertamente, requieren para su normal funcionamiento del respeto, reconocimiento y aceptación del Estado democrático. Las dictaduras de todos los signos los han desconocido y perseguido. No por eso han dejado de existir. Los verdaderos partidos, aquellos cuya existencia está basada en una doctrina, en un liderazgo real, y en un arraigo social, existen y existirán mas allá de que un régimen les reconozca y garantice sus derechos.
Los partidos hoy intervenidos están en el deber de mostrar a la sociedad su mejor talante democrático. A pesar del ambiente hostil en el que deben desenvolverse, se debe adelantar un desarrollo que muestre su naturaleza de instituciones, con cultura y valores democráticos. Es menester desmentir, con el comportamiento, el discurso de los impostores, los argumentos de la insidiosa propaganda oficial. Si bien es cierto que los partidos venezolanos adolecen de graves falencias democráticas, el asalto brutal aplicado no obedece a las mismas.
Frente a los planteamientos formulados por los personajes designados por el régimen, para representar nuestras organizaciones, no basta el discurso, es menester demostrar con hechos, que los partidos son, y deben ser, organizaciones capaces de vivir en su seno, la democracia que proponemos para nuestra sociedad.
(*) Muarice Duverger. Los partidos políticos. Fondo de Cultura Económica. México 1957. 22 reimpresión 2012. Página. 15.