OPINIÓN

El Asaf que todos portamos

por Alejandra Jiménez Pomárico Alejandra Jiménez Pomárico

Se enseña con gran denuedo la cultura del positivismo y en ese buscar de las bondades subyacentes detrás de las situaciones que se viven, puede pasar inadvertida una alerta poco convencional que, más allá de mostrar algo en el exterior, pone lente al propio intrépido, teatral o desconocido individuo que subyace bajo la piel. Esa alerta dirá de una o mil maneras lo comprometido que se está consigo mismo y si conviene o no avanzar por tal o cual camino. Tuve la oportunidad de asirme de una cierta porción de medicina, escondida tras el canto de reconocimiento transparente de un mortal, extraordinario y cabal.

Dicho canto empieza con una alabanza al eterno, pero lo subsiguiente no es más que la confesión de desatino que provocan las atrocidades de la vida, en un corazón que se esfuerza por mantener los linderos de la bondad como suyos. Al tiempo que divisa la malvada habilidad del deshonroso para prosperar, engrandecerse y mantenerse altivo, como sin pesares o quebrantos; desafiando la vida misma en el considerarse exento al sinuoso transitar. Avanza su cantinela reconociendo que siempre parece existir merma y excesivo esfuerzo, en quienes pretenden preservar lo bueno, mientras el injusto luce rozagante y pendenciero, pretendiendo que sus obras pasan desapercibidas en las salas del rey.

Discurre en un fluir de querellas hasta que reconoce el fatídico disfraz que ha puesto a su envidia, y retrocede de su comportamiento bestial para inerrante ser aconsejado por el Eterno, en total rendición, sabiendo que, aunque todo a su alrededor desfallezca, sin duda su corazón es fortalecido en el proceso. Concibe dentro de sí la certeza que su descarrío sería navegar sobre arena movediza siendo empujado cada vez más a su propia destrucción.

El corista Asaf me recuerda uno similar con múltiples nombres que se esconde bajo la piel de todo ser viviente, uno que se amarga el ánimo con necedad e ignorancia sin saber que en su pesar reta al soberano. El tal debe ser constantemente arropado en el refugio, cerca de quien da el privilegio de contar sus obras.

@alelinssey20