La sociedad de la nieve refrenda el talento creativo de Juan Antonio Bayona, para producir un espectáculo total de cine inmersivo, una experiencia que sobrepasa los límites del formato del streaming, para sumergirnos en la pesadilla de los sobrevivientes del accidente de los Andes, antes adaptado por producciones independientes.
El filme del director español consigue superar a sus antecesores, al valerse de los recursos tecnológicos de punta que le permiten contar la historia con un verismo nunca visto en las pantallas, producto de su formación en los estudios de España y Estados Unidos, al servicio de compañías de Hollywood.
De modo que en él se sintetiza lo mejor de los dos continentes en materia de construcción narrativa.
El balance del montaje se descubre en la destreza técnica que recubre un contenido profundo, acerca del sacrificio del equipo de rugby ante la catástrofe aérea que sufren.
Estéticamente palpamos el rigor clásico de poetas de la imagen, como Terence Mallick, Werner Herzog, Patricio Guzmán y Tarkovsky, en la forma de esculpir un tiempo de muerte y desastre que anuncia un milagro, una resurrección bíblica de la esperanza, sustentada en la resiliencia, el compañerismo y la integración del grupo, en pos de una misión común.
Bayona emplea el poder del fuera de campo, al momento de eludir el lado oscuro del relato, en el que los hombres se devoran unos a otros.
Nos rememora su influencia en el bajo presupuesto del terror, dotándolo de un sentido extremo y a la vez poético.
La fotografía recupera un sentido tenebrista de las pinturas negras de Goya, de los cuadros de Caravaggio.
Por ratos sentimos presenciar un conjunto de frescos, como de Da Vinci, que evocan las composiciones de La Última Cena, con una edición cubista de tragedia a la usanza de un Guernica.
Los cuerpos lucen famélicos y agrietados, producto del sol, del frío que congela, de las heridas que no cierran. Pero el filme las cicatriza, en ocasiones, recordándonos que los personajes pueden morir en cualquier minuto, por las condiciones extremas.
Es un acierto que se hable en español, que se ahonde en las biografías particulares de cada protagonista, en sus añoranzas, sueños y fantasmas.
El realizador que es Bayona logra articular las piezas del libreto, a través de secuencias que nos conmueven hasta el llanto.
También nos provoca espanto la memoria terrorífica que se engrana por medio de escenas dantescas y apocalípticas que coquetean con el género del “body horror”.
Siendo un largometraje sobre la decadencia y resurrección de la carne, La sociedad de la nieve sublima los miedos del milenio ante la enfermedad, el hambre, la indigencia, la soledad y la percepción de orfandad institucional.
Ciertamente, se trata de una alegoría del tiempo actual, en el que vivimos en peligro, sea por la influencia del covid, por los vacíos del poder, por la guerra permanente, por la extensión de conflictos, por los años de crisis.
Parece que los hombres deben ponerse de acuerdo, para procurarse una salida al abismo, debido a que el contexto ha tirado la toalla en la operación general de rescate.
De pronto, imagino, debe ser una historia que en algo se parece a la situación delicada de Venezuela, olvidada por el entorno y sometida a la adversidad permanente.
Tendremos que resolver entre nosotros el desastre humanitario que padecemos por culpa de unos pilotos que estrellaron el país por su falta de pericia.
En cualquier caso, La sociedad de la nieve ofrece múltiples facetas y lecturas que nos interpretan a la distancia.