Todos en algún momento hemos experimentado una situación en la que, bien sea porque creíamos haber cometido un grave error o porque sentimos que nuestra vida corría genuinamente peligro, permitimos que el pánico y el terror se apoderara de nosotros.
Un accidente, un dinero o documento importante extraviado, el tránsito de algún malestar corporal insoportable, o simplemente sumergirnos en el mar y sentir que nos ahogamos… Todos son momentos en los que, si nos dejamos arrastrar por la idea de lo que estamos sintiendo, puede terminar peor de lo que ya es.
Por ejemplo, una de las normativas que aplican los rescatistas y primeros auxilios cuando esto último ocurre es pedirle a la víctima que, por favor, no luche y mantenga la calma para poder ser ayudado, o de lo contrario; puede poner en peligro la vida de quien ha ido a rescatarle.
Suena muy fácil decirlo, pero evidentemente en una situación de emergencia como esa, es inevitable asustarse porque somos humanos y nuestro miedo es ese sentido de alerta que nos dice que algo está mal. Lo que no podemos hacer es caer en el desespero, con el riesgo de convertir la situación en una catástrofe mayor de la que ya es.
Esto aplica para cualquier situación en nuestras vidas, porque actuar con rapidez, no significa exactamente que debamos dejarnos arrastrar por el pánico.
Puedo decirles que quienes meditamos desde hace varios años sabemos el valor que tiene saber concentrarnos en nuestra respiración cuando algo así ocurre, so pena de que nuestro desespero se convierta en nuestro peor enemigo, y terminemos perdiendo la batalla de verdad.
Así que cuando te encuentres en una encrucijada, siempre es mejor tomarse las cosas con serenidad. Bien lo decía Epicteto cuando señalaba que: “El hombre no está preocupado tanto por problemas reales, como por sus ansiedades imaginadas sobre ellos”.
Ese es uno de los ejes centrales de nuestro Diplomado de Meditación: brindarles a las personas una herramienta poderosa, que les ayudará a mejorar la gestión sobre sí mismos, en situaciones en las que otras personas fácilmente podrían perder la cabeza.
Todos respiramos de manera automática, pero cuando lo hacemos de forma consciente, es decir; inhalamos profundamente y exhalamos con lentitud, podemos pensar con más claridad, ya que nos sentimos en mayor conocimiento de nuestro cuerpo.
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