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El arte de engañar y engañarse

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Una vez más, debemos comenzar esta nota con una cita de Sun Tzu: “El arte de la guerra se basa en el engaño y la confusión del enemigo”. El horroroso y sanguinario ataque terrorista de Hamás a territorio israelí sorprendió al que hasta hoy se consideraba poseedor de los mejores servicios de inteligencia militar en el mundo.

¿Es que acaso la inteligencia judía no estaba al tanto? Pues diversas fuentes dicen que sí, pero ocurrió algo que, mutatis mutandi, ocurrió a los europeos con Hitler. Pensaban que los preparativos para una guerra eran solo eso: preparativos, porque la potencia militar de sus adversarios le inhibirían de realizar las operaciones en las escalas en que, tanto Hitler en aquella época como Hamás en esta, terminaron haciéndolo.

Cuando Hitler hizo su primer movimiento militar: el despliegue en la Renania en 1936, en abierta violación del Tratado de Versalles, todos los líderes de las democracias europeas pensaron que era “echando vaina”, que nunca se atrevería a pasar de allí, porque no tenía capacidad militar de hacer algo de mayor envergadura.

Luego se supo que las fuentes de inteligencia de Francia e Inglaterra estaban al tanto de que el Führer había ordenado la movilización en contra de la opinión del Alto Mando alemán y que la situación fue tan tensa que hubo la posibilidad real de un golpe de Estado. Hitler, cuyas SS aún no pasaban de ser una guardia pretoriana, llegó a un acuerdo con los mandos de la Wehrmacht y les ofreció que, si un solo batallón francés se movilizaba, retiraría a sus tropas.

Eso nunca ocurrió. Europa paralizada por la indecisión, con un liderazgo débil que pensaba más “en las próximas elecciones, que, en las próximas generaciones”, no hizo nada. Hitler reforzó su popularidad y los militares debieron reconocer su liderazgo indiscutible.

Y pensar que una sola orden a un batallón francés habría evitado probablemente la peor tragedia de la historia de la humanidad.

Los alemanes continuaron armándose ante la mirada indolente de la Europa democrática que seguía pensando (o le convenia pensar) que Hitler jamás se movería, más allá de lo “tolerable”.

Pasó el tiempo y cuando ya se hizo evidente que su ejército era lo suficientemente grande para amenazar la paz, resuelven Daladier y Chamberlain reunirse con él en Múnich para regalarle los Sudetes Checoslovacos sin que los checoslovacos fueran ni siquiera invitados a la reunión. Con eso, pensaban que calmarían el expansionismo alemán. El video de Chamberlain agitando su papelito y diciendo que habían conquistado 200 años de paz para Europa está en YouTube, como un monumento a la ingenuidad y a la debilidad. La respuesta de Churchill fue lapidaria: “Tendrán la humillación y tendrán también la guerra”.

El arte de engañar de Hitler (que luego también engañó a Stalin) y el arte de autoengañarse fue evidente. Hitler había logrado uno de sus más importantes triunfos: que creyeran en su palabra.

Todas estas cosas es bueno recordarlas hoy que se anuncia la reanudación de las negociaciones en México, como un mecanismo para rubricar lo que teóricamente ya Maduro y la Casa Blanca han acordado.

¿Hay que oponerse a una negociación? Pero por supuesto que no (Churchill, por ejemplo, nunca se opuso a negociar con Hitler, se opuso al vergonzoso e ingenuo Tratado de Múnich).

Como en aquel entonces, lo que hay que ver es cuál es el contenido de las negociaciones. ¿Cómo quedará establecido el seguimiento de ellas? Y, sobre todo, qué tratamiento se dará a algo muy importante: ¿cómo se reflejará en la negociación y su seguimiento el ineludible hecho de las elecciones primarias de la oposición?

Como es notorio, María Corina Machado luce como la ganadora de las primarias e igualmente aparece liderando la voluntad popular para las elecciones nacionales contra el chavismo.

¿Cómo soslayar este hecho? Es evidente que el ataque “endógeno” y “exógeno” a las primarias tiene que ver con un plan para aminorar su influencia en esta perspectiva, pero lo cierto del caso es que la fuerza legitimadora que ella tendrá (lo cual es una condición sine qua non para una negociación ganadora) deberá ser reconocida. Una de las condiciones para negociar exitosamente es tener fuerza y hoy en Venezuela es ella quien es la titular de tal condición.

¿Habrá alguna conciencia de esta nueva realidad en las negociaciones? ¿Están claros quienes hoy negocian que deberá haber una nueva mirada y nuevos actores en la continuación o administración de los acuerdos?

¿Participará la comunidad internacional como garante de los acuerdos? ¿Las conclusiones que la misión de la Comunidad Europea estableció para que unas elecciones en Venezuela pudieran considerarse libres se tomarán en cuenta? ¿Habrá algún mecanismo (no de “amigos” de Venezuela, sino de países con interés en que esto se resuelva) para que los acuerdos se cumplan?

Es cierto que hay elementos de debilidad en el gobierno: el fracaso en obtener financiamiento fresco en China, su baja popularidad, el cambio de la geopolítica electoral de la región, pero nada de eso puede hacernos caer en la ingenuidad de engañarnos o dejarnos engañar.

Por ahora, lo que tenemos a nuestro alcance, los venezolanos de a pie, es dar la inmensa batalla para que las primarias sean exitosas y se legitime un liderazgo que replantee la política unitaria y la estrategia que debe llevarnos a vencer en las elecciones de 2024.

El 22 será clave. No nos engañemos ni nos dejemos engañar.

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