OPINIÓN

El apodo del presidente Petro

por Ariel Montoya Ariel Montoya
audios Petro Gustavo Petro, Colombia sobre migrantes sobre el Darién

Juan Barreto / AFP

Si bien es cierto que es un una realidad fehaciente la crisis presidencialista en el continente y en Latinoamérica, en donde no salimos de tristes cabecillas de albardas y lustrosos sombreros borsalinos, revoluciones corruptas incapaces ya de volver a secuestrar la imaginación ciudadana, caudillismos tropicales y narcotiranías indecorosamente aceptadas por el establishment de Occidente, el peso específico de esa decadencia está más marcada  en Colombia, con Gustavo Petro de presidente de la República, quien implementa una nauseabunda y errática gestión en la cual se entremezclan las fechorías de su pasado guerrillero con una agenda que nada tiene que ver con la de un estadista, sino más bien con la de un prisionero de sus propias ansiedades, incapaz de concretar las grandes reformas que su país necesita, con un gabinete altamente cuestionado y con sobresaltos mediáticos cada vez que abre la boca.

Claro, en el medio tiene a otros compinches, tales como su coterráneo y vecino Nicolás Maduro, pero Petro, con tantas reminiscencias negativas en su contra, como el alias “Cacas”, ya que según han señalado algunos colombianos, disfrutaba estercolando en las cabezas y caras de los secuestrados en sus tiempos de guerrillero del M19, más sus abruptas y estúpidas alocuciones sobre su gobierno, el capitalismo o el sencillo y grandioso espíritu de superación personal, lo desacreditan entre tantos otros aspectos, ante su perfil como primer ciudadano de la nación.

Sea cierto o no ese comportamiento de defecar sobre cabezas de secuestrados (abominable actitud hacia la dignidad humana), lo cierto es que dicho alias o apodo ya no se lo quita de encima ni por lo que le quede de su mandato ni de vida, contribuyendo negativamente al patrimonio personal de su legítimo o fraudulento legado.

En agosto próximo Petro cumplirá la mitad de su mandato, pero por ninguna parte aparecen señales positivas de su administración, a no ser las oficiales y familiares, que para ellos son la misma cosa. Resultan conmovedoras las referencias de su esposa Verónica Alcócer, cuando evoca su pasado teórico como lector y ferviente ciudadano.

Cuando anuncia reformas, estas tienen grandes atascos legales, y son vistas como inviables, infructuosas desde la perspectiva del desarrollo socio económico que Colombia requiere, vistas hasta como destructivas para los opositores, llegando a calificar su administración como una montaña rusa, según el medio de análisis Razón Pública.

Es probable que los colombianos aprendan  la lección en futuras elecciones, de no votar con la pasión encendida de la propaganda ni del odio incrustado a la derecha y al capitalismo, ejes que administró audazmente el castro comunismo a través de sus alfiles como el Foro de Sao Paulo. La batalla electoral fue candente, durísima contra la “oligarquía”, los “terratenientes históricos del país”, los porcentajes de los dueños de la tierra “casi toda en manos de los pocos hacendados” y tantas historietas más, que lograron nuevamente calar sobre todo en la juventud, siempre manipulada por esa ideología ineficaz e inservible.

Como sucede en tantos países latinoamericanos, la mala derecha es tan culpable como la izquierda, al continuar implementando medidas populistas, que sus regímenes implementan para captar adeptos y volver codependientes a las masas. En este contexto también resulta incierto y hasta asombroso el respaldo y la fidelidad que le profesa el exmandatario Alvaro Uribe al personaje referido.

Para Elkin Meza, presidente de la fundación Colombia Free for Ever y del Partido Anticomunista de Colombia (PARC), el actual mandatario debe salir de ese cargo ya que ha violado reiteradamente la Constitución Política.

“Desde el primer momento en que se postuló para las presidenciales del 2022, violó los topes o gastos en campaña electoral, estipulados en el artículo 109, con los agravantes de que ese dinero provenía de actores externos vinculados al narcotráfico y a grupos narcoterroristas, como las FARC, el ELN, el Cartel del Golfo, de los Soles y otros más”, comentó.

Esas denuncias las hizo Meza en plena contienda electoral, quien también declaró que el líder indígena del Cauca, José Montaño, denunció abiertamente ante la prensa que su campaña estaba financiada por dichos grupos terroristas, quienes presionaban a los indígenas para que votaran por el ahora presidente. Días después lo asesinaron y su cadáver desapareció.

A poco menos de dos años de la mitad de su periodo, quedan flotantes en el vacío sus discursos de congresista y sus arengas promisorias de candidato, como sus expectativas y febriles esperanzas vendidas en campaña electoral (todas fallidas). Sus fobias contra los empresarios, sus polémicas que ya desencantan, su deteriorada imagen debajo del 30%, el derrumbe de su caudal político, sus propuestas de reformas que ya no convencen ni a sus propios seguidores, chocan con la realidad a falta de un mayor manejo de sus políticas públicas en su gestión.

Tampoco cuenta con un equipo político asesor que le haga trazar audaces movidas, salvo las bases y activistas que le van quedando cuyo apoyo tiene un límite, no abonan a un mayor liderazgo al cual, sumándole las llegadas tardes a sus reuniones, las sospechas públicas médicas de sus adicciones, sus reiteradas cancelaciones de eventos inaugurados por él, sus  discursos dispersos y su histrionismo excéntrico por pretender posicionarse por encima de la historia como el refundador de la República, lo sitúan en declive. Tal vez en Marte o en la Luna tengan más éxito sus metafísicas y distópicas transformaciones sociales, sus aclamadas constituyentes, en la misma ruta de Hugo Chávez. Pero en Colombia no; no en Colombia, presidente Petro “Cacas”.

El autor es poeta y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.