El término apaciguamiento se considera como “el establecimiento de la calma y la tranquilidad en el ánimo violento o excitado de una persona o también el establecimiento de la paz o de una tregua donde había un enfrentamiento o una guerra”. Se hizo célebre durante la víspera de la Segunda Guerra Mundial cuando siendo parte importante de la política exterior inglesa fracasó de manera estrepitosa frente a los avances de Hitler que condujeron al gran conflicto. Churchill terminó con esa política y ya sabemos las consecuencias y de allí en adelante el “appeasement” se transformó en anatema en la política internacional. Apaciguar supuso nada menos que ceder ante el mal.
Hago esta evocación histórica en vista de las últimas declaraciones de voceros norteamericanos y de la Unión Europea relativas a la flexibilización o eliminación de sanciones impuestas al régimen de Nicolás Maduro, tanto personales como a entes del Estado, notablemente a partir de la asunción de un gobierno ilegítimo en 2019, calificado así por más de sesenta países en su momento, lo cual nos hace preguntarnos: ¿Qué ha mejorado en Venezuela en términos políticos-institucionales para que eso suceda? O ¿el problema de asegurar el suministro de petróleo en el mundo los está llevando a actuar como Chamberlain en la Conferencia de Múnich de 1938?
El profesor de Historia en la Universidad de Yale, Paul Kennedy, reconocido particularmente por su magistral obra Auge y caída de los grandes imperios, escribió un notable artículo en The National Interest sobre el “appeasement” y su papel en la política internacional en el que dijo: “Hablar de que alguien es un apaciguador nos lleva a un significado mucho más oscuro, el que implica cobardía, abandonar a los amigos y aliados, no reconocer el mal en el mundo (un tonto, entonces) o reconocer el mal, pero luego tratar de comprarlo, un bribón. Nada alarma tanto a un presidente o un primer ministro en el mundo occidental como ser acusado de aplicar políticas de apaciguamiento”.
Cabría preguntarnos entonces si en este caso se aplica la conclusión de Kennedy: luego de años de esfuerzos de la comunidad internacional propiciando procesos de diálogo y negociación con el fin de resolver la gravedad de la larga crisis política que sufre Venezuela, acompañadas de medidas sancionatorias, no ha habido avances, por el contrario, el régimen ha continuado su reforzamiento autoritario lo que lo ubica en mecanismos que condenan y sancionan su proceder (ONU, CPI, OIT, OEA, CIDH, UE). El último de esos encuentros en Barbados se considera una esperanza para lograr que dentro de un marco legal y democrático se puedan resolver los problemas siendo que dicho entendimiento recoge el compromiso del régimen, de cierta manera ventajosamente condicionado, de respetar el derecho a la participación política de cualquier ciudadano venezolano y realizar unas elecciones presidenciales con garantías.
Si convenimos en que inmediatamente después de la firma de dicho acuerdo los voceros principales de Maduro expresaron que las inhabilitaciones continuaban, que las elecciones primarias “no existieron”, según el TSJ y citados a la Fiscalía General los organizadores de la misma, hablar de alivio, flexibilización o eliminación de sanciones no tiene sentido para el común que observa lo sucedido. Las últimas declaraciones de afuera lucen más bien como un ruego y no de ultimátum como se había planteado inicialmente. Esperan, aunque sea un gesto, una señal, un guiño de ojos de Maduro y una sonrisa, para justificar que hay un inicio favorable a lo convenido y entonces decirles a las empresas petroleras que tienen luz verde y de no ser así sancionar, pero de a poquito, sin mucho entusiasmo. Que al caso de las inhabilitaciones se les abra la puerta para su reconsideración en el TSJ –si no es por lo grave y trágico daría risa- o que suelten a un preso gringo cuyo delito fue no hacer caso a las advertencias para que no viniera a Venezuela, se van a considerar avances y de que el acuerdo de Barbados ha sido un éxito. El apaciguamiento, pues.
A todas estas, ¿dónde queda el pueblo venezolano y sus deseos de un cambio político urgente? ¿Cómo queda el apoyo a la oposición política unida en torno a la candidatura de María Corina Machado y sus aspiraciones legítimas de participar en las elecciones presidenciales de 2024?
Estoy escribiendo estas líneas el 30 de noviembre, el dead line fijado por el Departamento de Estado norteamericano para que se liberen los presos políticos y se habilite a los políticos victimas de régimen al igual que también estoy releyendo las declaraciones de Macron del día de ayer sobre el mismo tema. Tengo a mi lado la obra de Kennedy y al verla pienso en el sufrimiento de aquellos habitantes de territorios de ultramar que por la conveniencia de la corona británica fueron víctimas de los arreglos a los que llegaban con los malvados para mantener la tranquilidad y la paz negativa como la concibe el sociólogo Jurgen Habermass. Pero también tengo la esperanza de que, sin dejar de reconocer la importancia de la presencia de la comunidad internacional en nuestra tragedia, la primera responsabilidad es nuestra y la estamos asumiendo con el apoyo a MCM. Tenemos a favor la mayoría de la población venezolana y a los errores que cada vez con mayor alcance comete el chavismo. Hay confianza mientras mantengamos la lucha por la democracia y la libertad con firmeza.
Winston Churchill decía: «El que se humilla para evitar la guerra, tiene primero la humillación, y después la guerra». Hay que revisar los hechos históricos que tanto enseñan y en nuestro caso tropezar otra vez con la misma piedra de las negociaciones del régimen con la Plataforma Unitaria ya es suficiente.
Ojalá me equivoque en mi apreciación y se logre el cumplimiento de lo estipulado sin necesidad de más enfrentamientos en los cuales el único perjudicado es el pueblo venezolano que no merece más esta terrible situación. De otra manera, me remito a mi conclusión de resolver nuestros problemas teniendo presente que el sistema internacional no es estable y mucho menos en estos tiempos donde los conflictos armados repercuten en la vida del planeta de alguna u otra forma. Somos un ejemplo de ello.
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