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El anticandidato

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Edmundo González

No se crea que es un término peyorativo. Más bien es un encomio.

Como se sabe, Chaplin más que nadie tuvo la genialidad de crear frente al héroe épico, fuerte, aventurero, exitoso, otro tipo de héroe: se le ha dado en llamar antihéroe. Su fortaleza era su debilidad, su victoria se fraguaba en el fracaso, su poder era la bondad que cultivaba en su pobreza sempiterna.

No deja de ser refrescante (más allá de las enormes dudas que abrigo por las acechanzas de los demonios extremistas que lo rodean) que ahora tengamos entre nosotros a un anticandidato. Puede ser más una virtud que una carencia. Hablo, naturalmente, de Edmundo González Urrutia.

Lo primero que se ha visto de él es que habla con mesura y respeto. Nada de amenazar con cárcel a nadie. De los agravios de Cabello (escatológico y colérico como siempre) dice que no le provocan ninguna reacción. En un país que de Boves a Chávez conoció una sucesión de líderes políticos vocingleros, egóticos, caudillescos, resulta sorprendente que quien tiene la primera opción de victoria electoral sea un susurrante y pausado político de cautas maneras diplomáticas.

A su contrincante lo ha llamado presidente Maduro, imagino que para escándalo de los extremistas de uña en el rabo que creen que tal deferente mención institucional constituye poco menos que una traición a la causa. Y ha dicho más: a una pregunta sobre si se reuniría con Maduro contestó con otra: «¿Por qué no?». By the way,  Maduro debería tomarle la palabra e invitarlo a Miraflores. Una reunión a puerta cerrada entre ambos (como solían hacer semanalmente Betancourt y Caldera, según me contó Ramón J. Velásquez) puede hacer más por el país que todo el bullicio y la diatriba que nos aturden.

EGU ha tocado otro tema herético para todo radical oposicionista que se precie de tal: rechazó las sanciones y, ¡oh, audacia!, puso como ejemplo el necio, criminal e ineficaz bloqueo a Cuba por más de 60 años.

Ha dicho también que su propósito es la reconciliación nacional y que no ha de perseguir a nadie. «¡Basta ya de confrontación!», ha exclamado.

Es cierto, ha pifiado con eso de la «provisionalidad». Pero también ha dicho que no es el candidato de nadie en particular sino de la unidad.

Tan anticandidato es que ha anunciado que no hará campaña. Para hacérsela están los dirigentes de los partidos. Basta que sea percibido como el anti-Maduro para que su botija se llene de votos. Luego de un día de corte eléctrico y de servicio de agua, y padeciendo las mil y una restricciones pecuniarias que padecemos los venezolanos, hasta yo he sido conquistado por la tentación de, con los ojos cerrados y con mucha aprehensión, depositar mi voto por este candidato que no es candidato. Que la cosa cambie, me digo. Luego veremos.

En 1998 me pasó lo mismo y por mis aprehensiones no voté por Chávez, me abstuve. Creo que no me equivoqué. En cualquier caso, el Chávez de hoy está inhabilitado, por más que se desgañite queriendo hacer creer que también ocupará la presidencia.

Cabe esperar que con Edmundo González Urrutia no entren al despacho presidencial las pasiones furibundas de algunos que lo rodean, y que sepa marcar distancia con ellos, en vez de entregarse en los brazos de la ira. Ojalá perciba que, como el antihéroe de Chaplin, su fortaleza está en su debilidad y su poder puede estar en su bondad.

Charlot, haciendo las veces de un modesto barbero judío, sustituye por mero equívoco a El gran dictador. Al final de aquel magnífico filme, Chaplin pronuncia una alocución en que resuenan estas palabras, vigentes para la actual hora venezolana:

«¡Las nubes se alejan, el sol está apareciendo, vamos saliendo de las tinieblas a la luz, caminamos hacia un mundo nuevo, un mundo de bondad, en el que los hombres se elevarán por encima del odio, de la ambición, de la brutalidad!».

Ojalá que la furia y el odio, y la ambición desmedida y mezquina de algunos, no estropeen lo que puede ser una victoria de todos.

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