Existen contradicciones irreconciliables, irresolubles por medio del simple “diálogo” político; son las contradicciones de carácter antagónico como las que se dan entre el agua y el aceite. Tal ocurre con la democracia y el comunismo. Desde hace 20 años en
Venezuela se ha venido desarrollando un meticuloso y sistemático proceso de desmontaje de un orden institucional y de un sistema organizacional de índole jurídico-político por parte de las fuerzas “revolucionarias” de la “izquierda comunista insurreccionalista” de raigambre marxista-leninista que ha optado por ataviarse con falsos oropeles “bolivarianos”.
Fue muy “fácil” para los complotados de la conspiración de los Comacates (Comandantes, Mayores, Capitanes y Tenientes) organizados alrededor del mítico MBR-200 (Movimiento Bolivariano Revolucionario-200) acceder al poder por la vía pacífica, electoral, constitucional que le brindó a la izquierda marxista venezolana, haciendo uso de las ventajas comparativas que le brindó el Estado de Derecho ciertamente maltrecho y falto de credibilidad para la época de finales de la década de los noventa del pasado siglo XX, pero vigente dentro de los cánones y pautas jurídico-políticas e institucionales para la coyuntura de las últimas elecciones legítimamente democráticas a las que concurrió el pueblo venezolano en el pasado siglo. Existe una abundante bibliohemerografía que documenta fidedignamente la historia de infiltración y penetración clandestina de la izquierda marxista en el seno de las Fuerzas Armadas venezolanas durante las últimas dos décadas de la pasada centuria.
Una vez que se produjo la llegada al poder de la izquierda jurásica y bonapartista al poder en diciembre de 1998, comenzó el lento, pero inexorable ocaso de la cultura democrática y de la sensibilidad política liberal democrática con el inicio de un indetenible repliegue político de los factores organizativos creyentes de la alternancia política que hasta ahora, 20 años después, aun más de la mitad de dichos factores organizativos hacen vida política en el exilio, el transtierro y la clandestinidad y la diáspora producto de la feroz represión y persecución física e ideológica que perpetra la “revolución” contra lo que genéricamente denominamos “los demócratas”. He ahí que la Venezuela actual se debate entre la vida y la muerte; es decir, entre pulsión biológica de la cultura democrática que resiste denodadamente al interior del país conjuntamente con las heroicas gestas de resistencia civil y política a las perpetraciones ilegales y antijurídicas del estatismo totalitario de lo que la misma hegemonía comunista denomina “el Estado comunal” que no es otra cosa que la muerte, el impulso de muerte o el biotanatos marxista. La contradicción esencial y por ello mismo meridianamente fundamental en la Venezuela de nuestros días estriba en el antagonismo blanquinegro entre democracia vs comunismo. Los restos desvencijados de lo que queda de república únicamente encajan en el modelo sociopolítico que aúpa y auspicia la aristocracia tardochavista, el paradigma norcoreano, chino, cubano o ruso del sistema obsidional.
Los venezolanos vivimos y padecemos la sociedad regimentada que denunció Alexander Soljenitsyn en su legendaria novela-testimonio Archipiélago Gulags. Más aún, Venezuela respira los aires enrarecidos del sistema asfixiante que describe George Orwell en su prospectiva ficcional 1984. Nunca como en este aciago presente histórico los venezolanos vivimos una vida tan oscura y precaria, rayana en los imperceptibles límites de la barbarie con rostro humano. El hambre y las enfermedades se adueñan de los más discretos intersticios de la vida nacional y se enseñorea pretendiendo instalarse en la vida cotidiana de los connacionales, como rasgo distintivo del régimen comunista que padecen los que aún se niegan a emigrar de este espantoso holocausto inenarrable.