Cuando yo tenía más o menos 28 años, siendo estudiante de Historia en la Universidad de los Andes de Mérida, cayó en mis manos un pequeño libro de la colección Los Heterodoxos de la prestigiosa editorial española Tusquets: El alma del hombre bajo el socialismo, y su autor es nada menos que el mítico escritor británico Oscar Wilde.
De aquellas febriles lecturas juveniles a este aciago tiempo histórico que malvivimos, tal vez sería mejor decir padecemos, ha transcurrido mucha agua debajo de los puentes de la historia nacional.
La vieja utopía socialista-revolucionaria que proclamó el “marxismo burocrático”, enteco y amañado de las ortodoxas ediciones de lenguas extranjeras de Moscú y de las editoriales del Partido Comunista Chino, se desdibujó por completo del panorama cultural y político de la humanidad trastrocándose en su antípoda antagónica; las utopías libertarias se “realizan” institucionalizándose, cuando las utopías se hacen realidad se advierten en ellas una evidente pérdida de sentido. Su antigua lozanía y jovial atractivo empieza a marchitarse y poco a poco termina necrosándose como un tejido invadido por un generalizado proceso canceroso.
La vieja utopía redencionista que los utópicos libertarios proclamaron hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX mutó en horripilante “distopía”. El apacible y dilatado “mar de la felicidad” que soñaron nuestros abuelos y padres tutelares no tardó ni siquiera un centenar de años para revelar en toda su espléndida miseria humana la auténtica naturaleza bárbara e incluso salvaje que subyacía en sus subterráneos escondrijos ideológicos de sociedad buena y feliz que preconizaba esa gran estafa seudofilosófica conocida con el nombre de “marxismo”.
Ni la lucha de clases resultó ser el motor de la historia ni la religión era el opio de los pueblos como afirmaban las “cartillas ideológicas” que divulgaban las izquierdas obtusas y trasnochadas que abrevaban en los manuales para principiantes en los primeros semestres de las universidades llamadas “autónomas” de las décadas de los años sesenta, setenta y ochenta de la pasada centuria.
Nada resultó tan falaz argumentación como aquello de que la “estructura económica” y el “modo de producción” determinaba el carácter de la “superestructura” de la sociedad. Todo ese tinglado de babosadas kindergarterinas para uso de deficientes mentales resultó ser una coartada ideológica y doctrinaria ataviada de falsos principios políticos para tratar inútilmente de brindarle estatuto de “legitimidad teórica” a un modelo de organización civilizatoria y societal que a la larga resultó el comunismo obsidional que rige en China, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua y la actual Venezuela del tardochavismo.
Usted desea saber, por ejemplo, qué significa “el alma del hombre bajo el socialismo”; pues no hurgue mucho, voltee en derredor suyo y vea los resultados preliminares de ese mazacote indigesto llamado “Estado docente”. Hombres y mujeres serviles y timoratos, sombras chinescas obedientes y “rodilla en tierra” capaces de inmolarse si fuere necesario, llegado el momento, por unos “ideales” falsamente “nacionalistas”, “soberanistas”, “independentistas”, convenientemente “aliñados” y “sazonados” con ingredientes (justificaciones y argumentos) que tratan de avalar la triste y lamentable condición de protectorado y neocolonia a que ha sido sometida esta esquilmada tierra del Arauca vibrador.
“El alma del hombre bajo el socialismo” devino el hombre sin alma, el hombre desalmado… el hombre extraviado de su ser identitario. El Estado totalitario comunista trituró al individuo y lo despojó de su condición de ciudadano libre y democrático convirtiéndolo en siervo de la gleba haciendo surgir una nueva servidumbre del siglo XXI.
La “revolución” autoproclamada “bolivariana” con pompas y platillos envileció el alma nacional; degradó la identidad del ser nacional hasta niveles de verdadera abyección moral. La orgullosa y ufana personalidad civilista del venezolano que iba por el sur del continente llevando aires de libertad al resto de las nacientes repúblicas durante la primera mitad del siglo XIX, hoy es un triste y lamentable recuerdo de glorias pasadas de nuestra primera independencia. Qué soberanía e independencia ni qué ocho cuartos.
Nada resulta más patético que ver a un “combatiente” cubano internacionalista proletario ataviado y embutido en un uniforme de la FANB ordenándole a tropas y oficialidad venezolanas pararse firmes ante órdenes de ejércitos extranjeros con el cuento del antiimperialismo y antinorteamericanismo bolivariano…
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