OPINIÓN

El aliento eterno de la evolución

por Eduardo Viloria y Díaz Eduardo Viloria y Díaz

Somos una especie con un fascinante y complejo viaje a lo largo de 65 millones de años

Sobre la polvorienta sabana africana  se desata la impresionante velocidad de un guepardo, la extensión de su cuerpo le hace una centelleante sentencia de muerte,  una ágil gacela a todo aliento intenta despejar el peligro que se cierne sobre ella… Un fiero zarpazo corta el aire, en el último momento un acrobático giro deja sin oportunidad al rápido depredador. En la inmensa profundidad del mar destaca el hermoso azul de las serenas aguas,  que solo es interrumpido por miles de peces que parecen danzar como trazos multicolores, rompiendo así la uniformidad  cromática del agua. Un halcón peregrino se lanza en picada, gracias a los poderosos músculos en su pecho, las plumas deslizables, el cuello corto y su forma de proyectil vuela a más de 320 Km /H, el viento se corta a su paso. Por todo ello, se ubica en la cúpula evolutiva de las aves.

Nuestra fascinación con la naturaleza tiene una incuestionable influencia en la labor de destacados naturalistas, quienes haciendo uso del cine y la televisión nos acercaron al mundo de los otros seres vivos. Desde distintos programas dedicados a exaltar y mostrar la vida silvestre, fuimos cautivados por poderosas imágenes y sensaciones que, décadas más tarde, aún existen en nuestra memoria.  Imposible no haber sido prendado cuando el vigoroso ritmo de las notas cubría toda la habitación, la atractiva composición de Antón García Abril nos invitaba a fijar nuestra atención frente al televisor, desde allí se nos abría la más fantástica ventana para mirar a la fauna y al resto de las especies que eran parte del planeta, El hombre y la Tierra, el mítico programa del español Félix Rodríguez de la Fuente fue uno de estos inolvidables espacios. Los inescrutables secretos de las profundidades nos fueron revelados por  el más grande oceanógrafo de la historia,  el auténtico amo de los siete mares, Jacques Cousteau, quien a bordo del intrépido Calypso nos sumergió maravillados a ese vasto escenario acuático. Sorprendidos, vimos la imagen de unos imponentes gorilas junto a aquel  hombre, los cuales, con peculiar fraternidad, retozaban entre el tupido follaje de frondosas plantas a ras del suelo. Fue una estampa llena de ensoñación ver aquellas poderosas manos jugueteando con la lacia cabellera de David Attenborough. Humanos y primates en un mutuo reconocimiento, nuestro origen y evolución.

Félix Rodríguez de la Fuente y Jacques Cousteau, auténticos héroes. Mucho de la sensibilidad hacia el medio ambiente se debe a sus trabajos, que llegaron a millones de espectadores gracias al cine y la televisión

De esos tres afamados exponentes de la vida salvaje y el medio ambiente, solo sobrevive el inglés David Attenborough, quien a sus 94 años sigue siendo un activo promotor ambientalista y, hoy más que nunca, un decidido activista en contra del mayor peligro que afronta la supervivencia: el calentamiento global. Enorme es la admiración que despierta este personaje que a lo largo de más de 60 años ha llevado a unos 570 millones de espectadores imágenes de muchos bucólicos rincones  y nos ha mostrado parte de la inconmensurable biodiversidad que hay en los espacios donde se ha generado la existencia.  En octubre pasado fue estrenado en la plataforma Netflix el documental  David Attenbough: Una vida en nuestro planeta; entrañable manifiesto de quien se ha dedicado con entrega al estudio, la preservación y la concientización del mundo natural. El mensaje de esta película, se hace eco de las alarmantes voces que nacen en las praderas, en los mares, en las espesas selvas y en los cauces de los ríos.

La inventiva del hombre ha creado grandes beneficios como el automóvil, pero esa misma tecnología ha resultado una condena para la vida natural

Las proyecciones para los siguientes 50 años son sencillamente aterradoras, debemos comprender que cada aspecto de la subsistencia forma parte de un complejo engranaje que hace posible la sobrevivencia de todos. La coexistencia no es una retorica esgrimida fatuamente; una extensa cantidad de estudios científicos han demostrado la obligatoria conexión entre las especies y evidencian la importancia de mantener el orden establecido, la biodiversidad. El hombre da pasos agigantados para convertir al Mundo en un lugar donde no podremos vivir. Las investigaciones demostraron que en el pasado, en el transcurso de 4000 millones de años,  sucedieron cinco extinciones masivas; en cada una, todo lo alcanzado por la evolución quedó devastado y unas poquísimas especies sobrevivientes remplazaron a las anteriores. Desde la extinción que acabó con los dinosaurios la naturaleza estuvo durante 65 millones de años restableciendo el equilibrio hasta llegar a nuestros días: el Holoceno. Durante 10 000 años el planeta no había sufrido significativos cambios, pero desde la mitad del siglo XX se ha producido un traumático choque y, como nunca en la historia natural, una especie ha exterminado a los ecosistemas: el Homo Sapiens.  El hombre reina desde hace muy poco en el planeta y en algún punto del futuro desaparecerá como especie, queda de nuestra parte acelerar o retardar ese inevitable destino.

La mega industrialización de las sociedades y la explotación indiscriminada de los recursos  no se transformó en la idílica representación  con la que algunos visionarios proyectaban el porvenir; muy por el contario, la humanidad se columpia en el fracaso,  como lo indican peligrosos índices: la sobrepoblación mundial, la destrucción sistemática del medio ambiente, la desaparición de otras especies, la sustitución de lo natural a favor del artificio y más de un tercio de la población mundial viviendo en condiciones de pobreza, lo que  les imposibilita desarrollar sus capacidades y por consiguiente,  se encuentran privados de vivir en armonía con el medio silvestre. Donde hay pobreza no es posible la sustentabilidad.  La casi infinita destreza del hombre parece destinada a generar tantos males como beneficios; por ejemplo,  la fuerza liberada del átomo  no resultó exclusivamente en un avance en temas energéticos, esta tecnología siempre estará marcada por los terribles episodios de Hiroshima y Nagasaki, donde el poderío militar de los Estados Unidos pulverizó a esas ciudades japonesas y llenó de horror y muerte a una parte de la humanidad.

15.000 millones de árboles son destruidos al año. Desde 2015, el proyecto internacional conocido como Reto de Bonn (Alemania) trabaja para recuperar 350 millones de hectáreas dañadas para el año 2030

Attenborough, con su constancia y verdadera comprensión de nuestro rol como especie, nos señala el trazado de destrucción y aniquilación por donde hemos conducido nuestro “desarrollo”. Personalidades ligadas a estos temas nos presentan contundentes pruebas de esto: desde 1850 hasta el presente la temperatura global aumentó 1,1ºC ,  pero solo entre 2011 y 2015 el aumento fue de en 0,2ºC. La cantidad de gas que ingresó a la atmósfera entre 2015 y 2019 subió en un 20%  comparado con los cinco años anteriores. El incremento promedio del nivel del mar desde 1993 hasta ahora es de 3,2 mm por año. Sin embargo, de mayo de 2014 a 2019 la elevación creció a 5 mm por año. En seis decenios los humanos pasamos de 2700 millones a rebasar los 7600 millones de personas.

La comunidad internacional mediante resoluciones como el Protocolo de Kyoto o el Acuerdo de París, buscan revertir el daño que significa la emisión de gases y el calentamiento global.

Es impostergable la contundencia de las acciones a implementar para corregir los errores en los siguientes 30 años. El drama mundial de la actual  pandemia debería ser un punto de inflexión y reestructurar la forma como nos desenvolvemos y las consecuencias del meteórico estilo de vida alcanzado durante las últimas décadas. Debemos exigir se acaten realmente las resoluciones que se han adaptado en distinto organismos multilaterales y que hasta ahora han sido ignorados por las naciones más industrializadas. Las soluciones no son mágicas y, por ello, exigen un compromiso consciente de cada uno de nosotros. Le debemos al planeta y a las siguientes generaciones el restaurar el orden y salvarnos. Algunas de las ineludibles tareas son: control del crecimiento de la población, uso exclusivo de energías renovables (eólica y solar), saneamiento y recuperación de la biodiversidad de los mares, reducción de las áreas agrícolas y cambios drásticos en los patrones alimenticios.

Entre todos los seres vivos, fuimos dotados con el mayor grado de inteligencia y hemos llevado nuestras capacidades a las fronteras de lo inimaginable. Es el momento de deslastrarnos del ruin comportamiento, corrosivo y predador con el que castigamos al medio ambiente. Siguiendo el ejemplo del respetable David Attenborough, debemos mirar nuestro ciclo vital como un delicado conjunto de interconexiones, sentirnos parte de la esencia sustancial que reside en cada forma de vida. Debemos elevar la consciencia y asumirnos que como una porción de todo lo que hay en la Tierra, encontrarnos en las formas de microscópicas criaturas o en las enormes montañas que rozan los cielos. Somos una constante transición en ese formidable milagro que es el aliento eterno de la evolución.

6- David Attenborough llevó su mensaje a la juventud en el festival musical de Glastonbury en 2019. Fotografías © Jason Bryant