OPINIÓN

El alfa y el omega

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Hay una premisa emboscada en la solución definitiva al grave problema político de Venezuela. ¡Los militares tienen la última palabra! Y eso es tan exacto como se lee. Y no estamos hablando de quienes están en la situación de retiro. Al hacerlo hacemos un retrato hablado de quienes están en la situación de actividad. De quienes aún asisten a la formación de lista y parte, donde oyen con vista al frente saaaa… ludo o armas al hombro, el toque de oración que diariamente se le desgaja en una nota de corneta de banda de guerra lastimera y triste que les recuerda en el patio de ejercicios, el juramento de defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida.

La inferencia del procedimiento está ensamblada sobre esos militares. De esos uniformados, la mitad fue formada por el artículo 132 de la Constitución Nacional de 1961 y la otra parte por la Constitución de 1999 con el artículo 328. Quienes tienen el control de las unidades operativas y los altos mandos de la actual fuerza armada nacional (FAN) forman parte de la fracción de la democracia iniciada a partir del 23 de enero de 1958. La vivieron institucionalmente como oficiales subalternos y formando parte de la médula de la organización. Sufrieron y disfrutaron de los cuarteles ensamblados democráticamente para garantizar la vigencia de la constitución nacional, para construir la paz preparándose para la guerra, para certificar la soberanía y la territorialidad del estado venezolano, para responder ante los ciudadanos por la libertad, por la independencia y por la paz de los venezolanos, y para sostener en el tiempo la unidad nacional. Los otros, que hacen vida en los cuadros medios e intermedios tienen solo las referencias de esos tiempos como quien lee algún libro oficial y modificado de la historia reciente o de la interlocución afectada y tendenciosamente revolucionaria de sus superiores en los mandos de las unidades. Sobre ese panorama institucional y organizacional de los militares actualmente en filas, reposa la palabra de cierre de cualquier opción política para iniciar un cambio en Venezuela. Cualquiera que se plantee. Sea de naturaleza constitucional, electoral, pacífico y democrático, o del otro. Ese mismo. No pregunten, ustedes saben a cuál me refiero. Y todos, en el corto, el mediano o en el largo plazo.

En Venezuela, por extensión, la comunidad castrense se amplía hasta los militares fuera de la actividad – como reserva activa los etiqueta la ley – y también hasta los familiares directos. Cuando ese desarrollo se dilata hasta los empleados civiles que hacen músculo en toda la estructura administrativa de los cuarteles y guarniciones, esa comunidad toma el nombre de la gran familia militar. Esta colectividad hace vida rutinariamente en cercanía a los militares que están en situación de actividad. Los hospitales militares, los otros centros de salud, la permanente afiliación administrativa con el IPSFA y Seguros Horizonte, los institutos de formación profesional y la larga estela y huellas de amistades, de compadrazgos, de compañerismo, de vecindades y roces profesionales que hicieron trazado profundo en las relaciones entre los militares se mantiene en vigencia. Este segmento también opina y se expresa en términos de la actual política militar. Con toda la propiedad y la contundencia de como la coyuntura política, económica y social está afectando a la gran familia militar y al resto de los venezolanos. Estas opiniones y expresiones llegan. El eco se puede construir, siempre y cuando se diseñe un plan para que ese eco se manifieste en esperanza y posibilidades de un cambio político en Venezuela sobre esa premisa de la palabra de cierre que tienen los militares.

La institución militar es una estructura como todas. El peso de toda la dinámica organizacional reside en los cargos de comando responsables de la ejecución operacional y de concentrar, desplegar y maniobrar todo el poder de fuego de la maquinaria de combate. Allí están las bocas de fuego de las divisiones, las brigadas, los batallones, las compañías, los pelotones, las escuadras y los equipos del Ejercito hasta que estos se segregan en una situación extrema en el mínimo nivel, el del combatiente individual. Y las tripulaciones de nuestros navíos de guerra mientras ejercen en el zafarrancho de combate y sus respectivos roles en el buque, desde un portaaviones, un destructor, una fragata, un submarino, o un patrullero hasta que desembarcan por una circunstancia límite en alta mar y se asumen de combatiente individual. En ese mismo paralelismo están las aeronaves de combate, de bombardeo, de reconocimiento y de transporte de la aviación militar hasta que aterrizan y los pilotos dejan guindados sus arreos de vuelo en los hangares y se dividen –también en una situación extrema– en otro combatiente individual. Ese es el músculo organizacional. Igual destino operativo, al final, le corresponde al guardia nacional, cuando se aparta organizacionalmente en las tareas de apoyo durante el combate. Luego está otro fragmento institucional que contribuye al funcionamiento de esa dinámica del músculo. Se trata de los funcionarios administrativos, los técnicos, los integrantes de todas las dependencias que hacen soporte y apoyo dentro de la institución militar para que el músculo tenga excitabilidad, contractibilidad, elasticidad y pueda generar fuerza y movimiento; maniobrar es el termino operacional exacto. Esa función administrativa es el equivalente a los carbohidratos, las proteínas y las grasas almacenadas para darle potencia al cuerpo militar. Así funciona como una sola entidad la institución militar. Detrás de un combatiente individual que dispara su fusil, hay toda una parafernalia que le garantiza el reclutamiento, el entrenamiento, el uniforme, la comida, el combustible, el agua, la recreación, el cartucho y la comunicación en el campo de batalla. La integración eficiente entre el músculo de combate y las grasas institucionales, las proteínas administrativas y los carbohidratos logísticos de una fuerza militar –cualquiera- hacen de la eficiencia una etiqueta en el apresto y los resultados en el campo de batalla. Y allí está incluida la responsabilidad por el cumplimiento de sus responsabilidades constitucionales.

Históricamente, en la distribución de esos dos toletes uniformados, el músculo representa en promedio 30% del pie de fuerza militar y la grasa-proteína-carbohidrato el 70%. Allí en ese tercio porcentual reside la última palabra de la premisa política con que iniciamos este texto.

A medida que el tiempo se alarga en la actual situación política de Venezuela y el panorama subregional, hemisférico y global abren espacios para consolidar la revolución bolivariana y su bandera del socialismo del siglo XXI, los militares criollos siguen avanzando en sus funciones de soporte y de cogobierno, en una suerte de alfa y omega de los destinos de los venezolanos. Los resultados electorales en Colombia, la línea política y estratégica dentro de la OTAN en el conflicto vivo en Europa, y la ruta y las secuelas que está siguiendo y originando la guerra entre Rusia y Ucrania son ejemplos a la mano.

Y allí está, corriendo solo en la cancha, ese 30% de militares criollos encabezados por el actual ministro de la Defensa, ejerciendo de primera y última letra del alfabeto griego, en una suerte del principio y el fin en el futuro de todos los venezolanos, a sabiendas de que, en materia del cambio político en el país, la última palabra la tienen los militares. Ese tercio uniformado.