Al violar las resoluciones de Naciones Unidas sobre Jerusalén e instalar allí la embajada norteamericana en mayo de 2018, Trump dejó muy clara su poca disposición a seguir las reglas de juego internacionales. Hoy con su “plan de paz” y pretendida “solución definitiva” al conflicto de Oriente Próximo, solo abre la puerta a un mayor resentimiento de parte del pueblo árabe, poniendo en entredicho un orden del que se supone es uno de los principales garantes.
El también llamado “acuerdo del siglo” no tiene nada de acuerdo puesto que no hubo ninguna negociación. Es una propuesta que pretende imponerse acompañada de un plan de inversión de cerca de 50.000 millones de dólares, como si los dólares por sí solos pudieran borrar el hecho de que dejan un minúsculo 11% del territorio al potencial Estado palestino, negándoles a los refugiados el derecho al retorno y otorgando a Israel la soberanía sobre la mayor parte de Jerusalén y los territorios ilegalmente ocupados.
Independientemente de si es un ensayo, una bomba de humo destinada a disparar el respaldo del poderoso lobby judío en tiempos pre eleccionarios, o un gesto para forzar conversaciones que eventualmente pudieran conducir a un real acuerdo, lo cierto es que el orden internacional laboriosamente forjado en 1945 está siendo cínicamente pisoteado, lo que constituye una provocación para aquellos que aspiran a su “revisión”. Si sumamos al cuadro la retirada unilateral del acuerdo nuclear con Irán que ha disparado las tensiones con los persas, vemos cómo se oscurece el horizonte de la paz para las naciones que creyeron en los principios humanistas y sociales originados en las grandes conferencias de la posguerra –la de Filadelfia sobre los derechos sociales y la de San Francisco, creadora de la ONU.
La verdad, Trump es solo un rostro que da vida a una tendencia en marcha. Como señala Anne-Cécile Robert en Le Monde Diplomatique (febrero, 2018), a pesar de que el final de la Guerra Fría ofrecía la oportunidad de construir una norma común, las grandes potencias occidentales han venido sacando provecho de su ventaja relativa debilitando los fundamentos de la legalidad internacional nacida en la posguerra y con ello la idea misma de una cultura de paz.
En efecto, a partir de los noventa, se evidencia un intento de modificación de las reglas del juego internacional, sobre todo las relativas a las leyes de la guerra mediante la ampliación de las circunstancias legítimas para pasar sobre la hasta entonces “sacrosanta” soberanía de los Estados. Por un lado, están las ideas del deber o el derecho de injerencia defendidas inicialmente por el politólogo italiano Mario Bettati y el fundador de Médicos sin Fronteras, Bernard Kouchner, la manida “intervención humanitaria” que en su momento “justificara” la actuación de la OTAN en Kosovo (1999), y que hoy sirve de fundamento a la denominada “responsabilidad de proteger” (R2P) y “el derecho de asistir” a poblaciones vulnerables (R2A). Por otro, la irrupción de la controvertida figura de la “guerra preventiva” con la guerra de Irak (2003).
A pesar de lo interesante que se presenta la discusión en estos temas, sobre todo en lo relativo a la evolución del Derecho Internacional Humanitario, pues no podemos negar la legitimidad de algunas suspicacias en cuanto a su implementación, quisiera solo resaltar cómo este plan de paz de Trump desafía una vez más el espíritu y la letra de la Carta de la ONU al proponer un trato que desconoce los derechos de los palestinos. Con razón la diplomacia rusa cada vez que puede se burla del doble rasero de los occidentales.
Como dijo hace ya un par de años el ex ministro de Asuntos Exteriores de Francia Hubert Védrine, “el mundo se encuentra en una situación comparable a la del siglo XIX, sin el Congreso de Viena” (citado en Robert, 2018). Hace falta reunirse para crear un nuevo consenso internacional sobre bases claras que puedan ser aceptadas por el conjunto de actores, condición para su confianza mutua, sin la cual es imposible la paz. Puntos clave en la agenda serían la cuestión de las leyes de la guerra, del uso de la fuerza y de la protección de los derechos humanos.
Cuesta imaginarse la estructura, pero, sobre todo, quienes podrían formar parte de este nuevo Congreso, llamado a promover el verdadero y necesario “acuerdo del siglo”, un acuerdo internacional para un nuevo orden mundial, acorde con las realidades del siglo XXI.
Me vienen a la mente palabras que escuchara directamente de la boca del ex embajador de Palestina en Venezuela Ibrahim Al Zeben, en el contexto de un seminario sobre racismo y terrorismo.
“Hacer la paz es la tarea más difícil, es la tarea más complicada. Hacer la guerra señores es más fácil que hacer la paz, mucho más fácil … por eso se necesita para hacer la paz gente más valiente que para hacer la guerra, más sabia, más preparada” (Al Zeben, 2004).
Habrá que buscarlos con lupa.
@mariagab2016
Referencias
Al Zeben, Ibrahim (2004). La causa palestina en Mata Carnevali, M. G. (edt.) Racismo y terrorismo ¿Dialéctica de la globalización? Ediciones Solar, Mérida, Venezuela.
Robert, Anne Cécile (febrero, 2018). «El orden internacional pisoteado por sus garantes». Le Monde Diplomatique, París, France.