OPINIÓN

El actual uso político del vocablo «presidenta»

por William Anseume William Anseume
La política mundial, occidental, más bien, anda en sus juegos a favor o en contra de las inclusiones y aceptaciones. También de las exclusiones. Esto último te arrimaría más y más a la derecha, según algunos. Mientras la izquierda vendría estúpidamente marcada hasta por un lenguaje inclusivo, despreciable. Ése que los últimos dos gobernantes alineados de mi país han exaltado en su depreciación.
Ahora les dio por pelearse por el término «presidenta». Esto porque quienes pregonan feminismo e inclusión no aceptan un remoquete masculino encima, siendo hembras. Y, quienes no toleran cambios sociales y consideran ocupar así lugares de los hombres sustituibles por féminas, pero de hombres capitaneando, sin regodeos, quieren hasta ese espacio lingüístico señalado por la «e» o la «a» finales. Definidor. Como si ser más masculino da más poder o viceversa.
Pues bien, vuelve al tapete político internacional la denominación de la jefa del Estado. Si el cargo es presidente de la República, al yo ocuparlo, siendo mujer, el cargo no cambia, sino el sexo de quien lo ocupa. Cuando algún reconocido gay ocupe entonces el cargo en algún país de mayor relevancia internacional habrá que denominarlo president@, pedirán los más laboriosos por la inclusión. Y así van. La presidenta mexicana, quien, dicho sea de paso no es santa ni de mi devoción, porque hasta enviará representante a Venezuela el 10 de enero a aplaudir a Maduro -nótese que no viene ella-, planteó incluir en la Constitución el término «presidenta». Como resultó aprobado. Y eso está bien en su caso, obviamente. No como hecho permanente, porque su llegada no significa que en adelante los mexicanos serán regidos por siempre por mujeres.
Pero, de inmediato apareció una senadora a adversarla, con voto furibundo en contra, por el, para ella, abuso lingüístico. Le respondí por X a la señora que, aunque me parece más o menos insoportable su presidenta, el diccionario autoriza el uso del término. Y procedí a copiarle la entrada del de la RAE. Unos días después, la simpática Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de Italia, requirió del rey español, nada menos, que en buen uso del español, no sé si inducida por Milei, la llamara «presidente». Y el rey aceptó. ¿Por caballerosidad palaciega? Lo ignoro.
A la presidenta de mi partido, cuando me da por llamarla con el cargo, la denomino con «a» al final. No hay problema mayor en que se le diga presidente a una mujer, de hecho, el diccionario permite ambos usos. Ahora bien, me despaché, retóricamente como dije, para seguir disfrutando del uso y abuso político actual del vocablo, una consulta al diccionario y su respuesta en corto hilo por X, fue que «En referencia a una mujer la forma más adecuada hoy es usar la forma ‘presidenta’, femenino documentado en español desde el siglo XV y presente en el diccionario académico desde 1803».
En fin, lo que me llama la atención y me agrada en demasía, es como una palabra, o, en este caso una representación de un solo fonema, bien sea «e» o «a», puede servir para despertar una polvareda política que involucre a una presidenta en México o Italia, a un rey español y a los cautos e incautos atisbadores de semejante espectáculo público. Como si no hubiera motivos más importantes para los gobernantes de qué ocuparse, como tampoco lo habría para este escritor. Así que me quedo con presidenta y gobernadora, a pesar de que no trago la ideología y el accionar de la mexicana, me simpatiza la italiana y admiro al rey de España, especialmente cuando se enfrenta taimadamente a Pedro Sánchez. Tal vez termine por imponerse president@. Para eso falta mucho en el mundo. Y en mi país más. Ah pues.