Un día como hoy (19 de mayo) pero de 1941 el acorazado Bismarck de la Kriegsmarine (armada alemana durante la Segunda Guerra Mundial) sale de su base en el Báltico en lo que será su primera y última misión de combate (“Operación Rheinübung”). ¿Cómo fue posible que uno de los mayores acorazados de la historia con la más avanzada tecnología no sobreviviera a su primer combate? No fue por falta de valor de su tripulación o potencia de fuego, porque en esos pocos días se llevó tras de sí al crucero de batalla HMS Hood de la Royal Navy. Este hecho que generó una leyenda con su respectiva novela la cual se adaptó al cine. Nos referimos a C. S. Forester, ¡Hundid al Bismarck!, el cual es el mismo autor en que se basa la más reciente película sobre la Batalla del Atlántico: Greyhound con Tom Hanks). En 2002 el director de cine y ganador del Óscar por el filme Titanic (1999), James Cameron, dirigió una expedición rusa (lo había hecho antes con el trasatlántico) con el fin de realizar un documental que lograra responder varios misterios en torno a su hundimiento. La versión alemana y de los sobrevivientes afirma que la tripulación puso cargas de TNT para hundirlo y no fue debido a los daños sufridos en combate. Antes de Cameron el explorador Robert Ballard tuvo el mérito de conseguir los restos por primera vez tanto del Titanic como del acorazado. Este artículo y el siguiente serán dedicados al 80 aniversario del combate naval que puso punto final al sueño nazi de su flota de superficie.
A finales del año pasado (entre el 8 y 16 de diciembre de 2020) explicamos el contexto en la que se enmarca la aventura del Bismarck: la Batalla del Atlántico (del 3 de septiembre de 1939 hasta el 8 de mayo de 1945), pero en sus primeros meses de guerra hasta finales de 1940, ahora retomamos su análisis para comprender la reformulación de la estrategia alemana y el papel que tendría su más hermosa y preciada arma marítima. Una obra fundamental para comprenderla es el capítulo XVII “La Batalla del Atlántico” de La Segunda Guerra Mundial, Tomo II “Solos” (1948-1956), de sir Winston Churchill (Lord del Almirantazgo de la Royal Navy durante la Primera Guerra Mundial y los primeros meses de la SGM hasta que fue designado por el Parlamento como Primer Ministro). En ella explica que era el principal Frente porque la industria armamentística de Gran Bretaña dependía de los recursos que le llegaban del exterior, por no hablar de los alimentos para su población. El Imperio Británico mantenía no menos de 2.000 barcos mercantes navegando permanentemente y el objetivo del Tercer Reich era destruir el mayor número posible para obligar a la negociación. Aunque en el primer año de guerra se probó que los submarinos eran más efectivos en esta tarea, el almirante Erich Raeder (máximo comandante de la Kriegsmarine) seguía confiando en la capacidad de sus barcos.
La combinación de submarinos, buques corsarios, acorazados y cruceros, la aviación (en especial los Focke Wulf 200 Condor) y el minado de puertos; se pensó que podrían lograr el incremento de tonelaje hundido a la meta de 1 millón mensual (cantidad que doblegaría al Reino Unido). Pero cada comandante defendía su respectiva arma y competía con los otros impidiendo la necesaria coordinación. Raeder confiaba que el Bismarck demostraría la importancia de sus acorazados antes que se iniciara la invasión de la Unión Soviética (a la cual le dedicaremos una larga serie, Dios mediante, desde el mes que viene). Si esto no ocurría todo el esfuerzo de la industria de armas germana sería absorbida por los ejércitos de tierra y aire más necesarios en el Frente Oriental (Richard Humble, 1977, La flota de alta mar de Hitler). Se buscó crear una escuadra con los principales acorazados, sumar el Scharnhorst y Gneisenau que en los meses anteriores habían obtenido éxitos en la “Operación Berlín”, pero estos se encontraban en reparación. Al final se puede decir que la “Operación Rheinübung” fue una apuesta de alto riesgo con una confianza extrema en las capacidades del Bismarck que solo tendría la compañía de un crucero pesado: el Prinz Eugen.
La Batalla del Atlántico en la primera mitad de 1941 mantuvo lo que los tripulantes de submarinos alemanes llamaron “los tiempos felices”. Lograron hundir más de 3 millones de toneladas y destruyeron más barcos que los que se estaban construyendo en ese tiempo. Sus tácticas mejoraron con las llamadas “manadas de lobos” (coordinación entre varios submarinos), pero algunos de sus principales capitanes murieron en combate o fueron capturados. Las otras armas que atacaban mercantes y que nombramos anteriormente también tuvieron éxitos. La Royal Navy respondió mejorando la escolta de los convoyes y ampliando las zonas con protección aérea y capturaron la máquina Enigma y tenían los códigos para descifrar los mensajes. Es por ello que cuando se inició la “Operación Rheinübung” el 19 de mayo y la flota de barcos fue descubierta por un barco y aviones suecos (¿neutralidad?), el almirantazgo ya estaba advertido al manejar tal información. Desde ese momento lo vigilaron y reunieron una flota que tuvo que dispersarse al no saber por dónde saldrían al Atlántico. El peligro que representaba el Bismarck hizo que se redujera la escolta de algunos convoyes para enfrentarlos.
El paso se realizó el 23 de mayo por el estrecho de Dinamarca (entre Groenlandia e Islandia, en el océano Ártico) y acá fueron identificados por dos cruceros británicos: el Norfolk y el Suffolk que los siguieron a distancia. De inmediato el almirante John Tonvey (comandante de la Home Fleet) envió a dos acorazados para que los enfrentaran: el Hood y el Prince of Wales (más seis destructores); los cuales entrarían en batalla al amanecer del día siguiente. En un combate de 8 minutos en que el Hood cometió varios errores (disparar antes de tener a su enemigo a tiro, no virar su barco para disparar con todos sus cañones), este fue impactado por un proyectil perforante de 38 cms del Bismarck que penetró hasta su santabárbara y estalló generando una explosión que partiría el barco. ¡De 1.419 hombres del Hood solo sobrevivirían 3! La reacción británica sería inmediata y se iniciaría una persecución de más de 100 barcos. La orden de Winston Churchill fue tajante: “¡Hundan el Bismarck!”.
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