Un día como hoy (8 de septiembre) pero de 1941 la Wehrmacht (Ejército alemán) rodea la ciudad de Leningrado (desde 1991 otra vez pasa a llamarse San Petersburgo), aunque quedaba una parte por el lago Ladoga que solo podía ser usada por los soviéticos con barcos o cuando se congelaba en los tiempos de invierno pero siempre bajo ataque. La llamada capital de Rusia que construyó Pedro el Grande (1672-1725) en el siglo XVIII y donde se inició la Revolución Bolchevique en 1917, era uno de los tres objetivos de la “Operación Barbarroja” (invasión alemana a la Unión Soviética (URSS) desde el 22 de junio al 5 de diciembre de 1941). Adolf Hitler ordenó su bloqueo y destrucción por medio del bombardeo (artillería y aviación) y el hambre. Desde la sangrienta captura de Smolensko consideró que sería la forma menos costosa de anularla. Se inicia el más largo y sangriento asedio de la Segunda Guerra Mundial: ¡900 días!, que terminaría generando un alto costo en bajas a ambas fuerzas, en especial los civiles que murieron de inanición (más de 1 millón, lo cual representaba casi la mitad de su población). A pesar de este horror, las industrias militares nunca dejaron de funcionar y la ciudad jamás fue vencida.
El Sitio de Leningrado fue el primer hecho histórico del cual hice una lectura amplia (un libro completo), por ello dejó una profunda huella en mi memoria. Es un ejemplo de cómo el hábito de leer necesita de una biblioteca, por más sencilla que esta sea. El cine bélico me había animado a conocer más sobre la Segunda Guerra Mundial y gracias a que mi abuela le gustaban las revistas de Selecciones del Reader’s Digest, me pude leer la obra condensada del historiador Harrison E. Salisbury (1969): Los 900 días del Sitio de Leningrado. Me atraían las ilustraciones que acompañaban los artículos, en especial los de la última sección que era la de los libros. Lamentablemente he conseguido unas pocas imágenes de las mismas en internet, que en el caso de Iberoamérica debió publicarse en 1970 (en la de Ecuador la segunda parte corresponde al mes de mayo). Yo la leí a principios de los ochenta cuando tenía 10 años en una tarde silenciosa y tranquila. Los testimonios de todo un pueblo que vivía con menos de 125 gramos de pan diario en un invierno (1941-42) que produjo temperaturas de 30° centígrados bajo cero, me llenaron de admiración. No solo Star wars (George Lucas, 1977) podría brindarme una épica que me apasionara tanto.
En la segunda entrega de nuestra serie sobre los inicios de la “Operación Barbarroja” (última semana de junio) analizamos la rápida conquista del 56° Cuerpo de Panzer comandado por el general Erich von Manstein; que a su vez formaba parte del IV Grupo Panzer (coronel Erich Hoepner) del Grupo de Ejércitos Norte (mariscal Wilhelm von Leeb), Grupo encargado de tomar los países bálticos y Leningrado como meta final y estratégica. Dicha meta quedaba a 800 kilómetros de la frontera con Prusia Oriental y von Manstein cuenta en sus Memorias: Victorias frustradas (1956) cómo había logrado la mitad del camino en la primera semana de la Invasión. Pero después fue obligado por el Alto Mando a detenerse para esperar la infantería y evitar problemas logísticos. Desde ese momento durante julio y agosto la campaña se complicará por la intrincada geografía (bosques de abedules, lagos y pantanos llenos de mosquitos donde se hundían los panzer), la extensión de las líneas de abastecimiento y la resistencia en cada una de las capitales de los países bálticos, sumado a varios contraataques rusos. Los feroces contrataques a los flancos de las líneas de tanques llevó a la prohibición de que estos se adelantaran a la infantería. Por esta razón y para lograr un avance uniforme en todo el Frente, en la segunda mitad de agosto, Hitler envió como refuerzo al III Cuerpo de Panzer dirigido por el general Hermann Hoth y asignado al Grupo de Ejércitos Centro originalmente (a mediados de septiembre retornaría dicho Grupo para sumarse a la ofensiva contra Moscú).
Las defensas de Leningrado se comenzaron a preparar desde julio, cuando su comandante el mariscal Kliment Voroshilov y su comisario político Andrei Zhdánov movilizaron a medio millón de civiles; desde niños, pasando por mujeres y hombres hasta los sesenta años de edad. Se trabajaba más de diez horas diarias para crear tres perímetros (obstáculos, zanjas, trincheras, etc.). La policía política soviética: NKVD, se encargaba de mantener la disciplina por los medios totalitarios en los que era experta: torturas, delaciones, invención de conspiraciones (captura de los que tenían apellidos extranjeros) y fusilamiento de los familiares de los que huían de la batalla o se herían para ir al hospital. También estaba la propaganda y el fervor comunista, e incluso se impidió la salida de la capital de la Revolución para no bajar la moral (aunque después del Invierno lo permitirían). La primera línea defensiva fue rota por los alemanes el 21 de agosto, pero para lograr tomar la ciudad necesitaban el apoyo de los finlandeses que habían recuperado su territorio en el Sur (Istmo de Carelia) y al Este de su frontera. Por más que se les exigió no ayudaron mucho, lo que demostraba que no se confiaban de la victoria del Tercer Reich. El 28 de agosto cayó el puerto y capital de Estonia: Tallin, la flota soviética que se usó para huir con 23 mil ciudadanos soviéticos fue hundida en casi su totalidad por la Luftwaffe, torpederas finesas y las minas. Desde el primero de septiembre la artillería pesada alemana tenía a tiro la urbe y comenzó a bombardearla.
La Armada Soviética estacionada en el puerto disparó sobre la artillería que castigaba a Leningrado y tuvo algunos éxitos, aunque posteriormente sería hundida en parte por la Luftwaffe. La aviación alemana junto a la artillería se dedicó a destruir los almacenes de comida y los servicios de electricidad y transporte, además de la industria y garantizar que por el Lago Ladoga ni saliera ni entrara nada ni nadie. Esto hizo que las condiciones de vida fueran empeorando aún más. Desde el 11 de septiembre fue reemplazado el comandante militar por el general Georgui Zukhov que mejoró la defensa y disciplina de la población (en octubre sería requerido por Stalin para detener el avance a Moscú). Al principio la Luftwaffe realizó grandes bombardeos aunque nunca pasaron de más de 250 aviones (Ju 87 y 88, He 111) en su momento de mayor número de salidas, posteriormente la artillería iría fortaleciéndose a lo largo de los 2 años y medio del Sitio. Los soviéticos intentarán romperlo pero nunca lo lograrán hasta principios de 1944.
En noviembre y febrero retomaremos la historia del Sitio de Leningrado y así cada vez que se cumpla el 80 aniversario de un hecho importante sobre el mismo. Nos hemos apoyado en uno de nuestros historiadores militares favoritos: John Keegan, 1970, Barbarroja: Invasión de Rusia 1941; el cual le dedica un capítulo entero al tema: “El sitio de Leningrado”. Antohny Beevor, 2002, La Segunda Guerra Mundial en su capítulo “12. Barbarroja”. Robert Kirchubel, 2007, Operación Barbarroja II: Hacia Leningrado; entre otros. Hay una inmensa bibliografía sobre el tema, incluyendo Memorias y Diarios ¡qué anhelamos leer para las próximas entregas! La cinematografía es también numerosa, aunque principalmente rusa y no existe un filme de Hollywood de gran calidad, a diferencia del caso de Stalingrado. En el 2009 Aleksandr Buravsky dirigió una producción ruso-británica llamada Ataque a Leningrado y en el 2019 Aleksey Kozlov: La batalla de Leningrado, por solo nombrar dos que son recientes y conocidas. La semana que viene nos dedicaremos a la caída de Kiev, la única capital-objetivo que se propuso “Barbarroja” y que se logró controlar. Una victoria que mucho interpretaron erróneamente como la cercana derrota del Estado soviético.