OPINIÓN

El 80 aniversario de la primera victoria británica en el desierto (II)

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

Un día como el domingo (7 de febrero) pero de 1941 los británicos toman el campamento italiano en el pueblo de Beda Fomm en la Cirenaica (la gran mitad oriental de Libia) y se acercan peligrosamente a la región conocida como Tripolitania en torno a la capital y principal puerto de dicha colonia: Trípoli. De caer este último la presencia del Eje en la costa norte africana desaparecería. El día anterior habían tomado el puerto de Benghazi. Beda Fomm fue el fin del Décimo Ejército italiano y una vez más se incorporaron miles de soldados italianos (20.000) al gran contingente de prisioneros de guerra en manos de las fuerzas de la Commowealth (¡sumando 130.000!). En palabras del ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido: Anthony Eden: “Never has so much been surrendered to so few” (citado por James Holland, 2018, The Desert War). ¿Cuál fue el origen y causa de la primera gran victoria terrestre Aliada? De eso tratará esta entrega y las siguientes, para después pasar a explicar las consecuencias de la decisión que tomó Hitler cuando comenzó esta batalla el 5 de febrero: ofrecer a Benito Mussolini la ayuda de una división blindada al mando de su general más famoso: Erwin Rommel.

La guerra en el desierto de Noráfrica es la que mejor se relaciona con una de las causas más citadas de la Primera Guerra Mundial por todo manual de historia contemporánea: el Imperialismo. Término que la historiografía ha tendido a identificar desde los setenta con el gran período de dominio territorial sobre África y Asia llevado a cabo por las potencias europeas, aunque su estudio había comenzado a principios del siglo XX. Dicha expansión fue la mayor de toda su historia e hizo que Europa para 1914 lograra controlar casi todo el globo. El problema estuvo en el conflicto que generó entre dichas potencias y de esa forma se intentó llegar a un acuerdo de repartición (terrible término, especialmente cuando se es parte del pueblo que se reparte) que fue conocido como La Conferencia de Berlín (1884-85). Los más beneficiados fueron el Reino Unido (primera potencia del siglo XIX) y Francia, y los más insatisfechos fueron Italia y Alemania; por no hablar de Austria-Hungría que no recibió nada. Los británicos consolidaron su control de Egipto y el cuerno de África que para ellos era de vital importancia debido a que por esta zona (mar Rojo, canal de Suez y el Mediterráneo) se desarrollaba su comercio con sus colonias de Asia (siendo la más importante la India) porque de lo contrario tendría que circunnavegar África y esto lo haría no solo más lento y costoso sino de gran riesgo en plena guerra.

La presencia de Italia, Reino Unido y Francia en toda la Costa Mediterránea del Norte de África y el Medio Oriente se había incrementado con los protectorados que había establecido a estos dos últimos la Liga de las Naciones en los antiguos territorios del Imperio Turco. No olvidemos que la Primera Guerra Mundial significó la disolución de cuatro imperios: el Alemán, el Austro-Húngaro, el Turco y el Ruso. Italia le había arrebatado Libia a Turquía en 1912 (guerra ítalo-turca). Otro aspecto muy importante a tomar en cuenta en lo relativo a la expansión imperial son los tipos de imperios y acá hay una diferencia fundamental entre los nuevos que se inspiraban en la ideología fascista y el cada vez más liberal y “democrático” que implementaban los británicos. Desde 1912 hasta 1922 en Libia lo importante para Italia era la costa y el establecimiento de algunos colonos en estas regiones, pero en el interior lo dejaban a los pueblos nativos conocidos como senusitas, los cuales pudieron elegir un “emir” y después de un tratado con Italia que le daba un generoso subsidio se llegó a un mutuo reconocimiento. Pero todo cambió con la llegada de Mussolini al poder, pues revocó el tratado y los senusitas iniciaron una guerra de guerrillas que fue fuertemente reprimida y se vieron obligados a emigrar (James W. Stock, 1975, Tobruk: el asedio). Peor trato sufrieron las poblaciones nativas de Etiopía, Eritrea y Somalia.

En el caso del Imperio Británico a finales del XIX y principios del XX se comenzaron a crear los “dominios” que le permitían a los colonos (blancos) establecer gobiernos autónomos aunque con una fuerte relación con el Reino Unido, lo que se conoció como la Commonwealth. En el caso de Egipto esta región pertenecía al Imperio Turco pero permitió la construcción del canal de Suez (1869) por parte de los franceses al que después se unirían los ingleses. Al finalizar la Primera Guerra Mundial pasó a ser un protectorado británico pero se le prometió la Independencia la cual obtuvo a medias porque debió firmar un Tratado en 1936 que le ofrecía financiamiento a cambio de permitir el control del canal, el puerto de Alejandría y otros campamentos y zonas necesarias para el funcionamiento de todo el personal militar imperial. Tal como dijimos en el primer artículo sobre la Guerra del Desierto (20 de enero de 2021): sir Archibald Wavell era el jefe militar de toda la región que va desde Sudán hasta el Medio Oriente teniendo su sede en Egipto y el general Richard O’Connor era el máximo comandante de la Western Desert Force. Entre octubre y noviembre prepararon una ofensiva (Operación Compass) al descubrir que habían sobrevalorado a los italianos y que existía la posibilidad de vencerlos a pesar de poseer cuatro veces menos soldados y equipos.

El cambio de opinión se dio por varios motivos: el primero fue la actitud italiana en todos los campos de batalla pero especialmente en el desierto, la cual demostraba ser extremadamente cuidadosa y carente de audacia. En su avance sobre territorio egipcio se estancaron rápidamente en Sidi Barrani (a 100 kilómetros de la frontera) y no avanzaron más; otros ejemplos demostraban esta realidad: los franceses los hicieron retroceder en Los Alpes, en Grecia un ejército con menos armas los venció, por no hablar de sus fracasos marítimos en el Mediterráneo y sus ineficaces bombardeos de Malta. Lo segundo fue la tendencia del Ejército italiano a encerrarse en los campamentos y comenzar lentamente a acumular provisiones lo que demostraba el uso de una táctica defensiva más que el uso de las nuevas tácticas de ataque y rápido avance que habían impuesto los alemanes con su Blitzkrieg y que el desierto ofrecía el lugar perfecto para las mismas. El desierto era abandonado, de modo que los británicos se dedicaron a hacer pequeños ataques y escapar rápidamente (la táctica de las llamadas “ratas del desierto”) y descubrieron la mala calidad de las armas italianas. Lo tercero fue la presión del Primer Ministro Winston Churchill por un ataque. Todos estos elementos podrían lograr la victoria aunque no el total control de Libia debido a la poca cantidad de armas, soldados y suministros.

La semana que viene comenzaremos a analizar la Operación Compass explicando su desarrollo y rápido éxito, el cual sorprendería al mundo aunque lamentablemente fue opacado por la reacción posterior de otro ejército que demostraría ser tan audaz como los británicos aunque ese es un tema que dejaremos para unas cuantas semanas más adelante.