OPINIÓN

El 24 de diciembre de 1999: Una Nochebuena en medio de una noche mala

por Avatar Marcos Peñaloza-Murillo

Hace 20 años, Venezuela estaba de luto, de un gran luto. El 24 de diciembre de 1999 no fue una Nochebuena de alegría, como lo manda la tradición cristiana, sino de mucha tristeza.

Nos tocó vivirla en Caracas después de varios años de ausencia del país (ver nuestro artículo “¿Coincidencia o premonición?”, El Nacional, 16-12-2006). Centenares de muertos y desaparecidos se habían producido días antes en el litoral del estado Vargas producto de grandes inundaciones y deslaves que se abatieron contra la costa entre los días 15 y 16 de diciembre de 1999.

Rogelio Altez, profesor del Departamento de Etnología y Antropología Social, Escuela de Antropología de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, estimó en cerca de 700 fallecidos en un trabajo titulado “Muertes bajo sospecha: Investigación sobre el número de fallecidos en el desastre del estado Vargas, Venezuela, en 1999”, publicado en 2007 en Cuadernos de Medicina Forense, N° 50, pp. 255-268.

La conmoción nacional e internacional causada por esta tragedia desató la atención de todos los sectores de la sociedad frente a los desastres por amenazas naturales, dada la alta vulnerabilidad de las comunidades. ¿Cómo pudo haber ocurrido esto? ¿Qué lo causó? ¿Quién es el culpable? ¿El cambio climático? ¿El recalentamiento global? ¿El efecto de invernadero atmosférico? ¿La guerra geofísica del Pentágono? ¿La Casa Blanca?

Los eventos hidrometeorológicos extremos ocurridos en Venezuela en las últimas décadas han venido ocasionando apreciables impactos ambientales con consecuencias sociales, económicas y políticas jamás vistas en toda su historia, debido a una creciente vulnerabilidad originada en el grave deterioro de sus estructuras socioeconómicas.

Por la naturaleza misma de su propia climatología tropical, Venezuela se caracteriza por tener anualmente una temporada lluviosa (invierno), de pluviosidad variable dependiendo de la región, y una sola temporada seca (verano), las cuales han recibido significativa atención, progresivo y detallado estudio por parte de varios investigadores tanto en el siglo pasado como en lo que va del presente. Como consecuencia, tales eventos extremos (amenazas) son del tipo de extraordinarias sequías y del tipo de abundantes precipitaciones, siendo estas últimas generadoras de grandes inundaciones y deslaves como los ocurridos en el en el estado Aragua en 1987, en el estado Vargas en 1999, en el estado Mérida en 2005 y en buena parte del país a finales de 2010 y primeros meses de 2011.

Diversas han sido las causas que se han propuesto para explicar el origen de estos eventos extremos, entre ellas, vaguadas, ondas tropicales, el fenómeno de El Niño/La Niña – Oscilación Sur (ENOS), tormentas o depresiones tropicales, paso de huracanes, etc. Considerando que estos eventos son reconocidos como fenómenos naturales recurrentes de vieja data en la historia, el interés por saber desde cuándo se tienen noticias e información sobre sus efectos en el sistema climático y medio ambiente de Venezuela, cobra crucial importancia en el registro histórico de la variabilidad climática del país.

En el evento de diciembre de 1999 hubo centenares de muertos y desaparecidos a pesar de las advertencias que hiciera el individuo de número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Caracas) Eduardo Röhl en 1949 (ver más abajo), cincuenta años antes de que esta tragedia golpeara a esta zona costera central de Venezuela y las cuales fueron ignoradas.

Durante su visita a La Guaira en noviembre de 1799, Alejandro de Humboldt (1769-1859), conversando con sus informantes (ver Yajaira Freites, “La visita de Humboldt (1799-1800) a las provincias de Nueva Andalucía, Caracas y Guayana en Venezuela y sus informantes”, Quipu, 2000, vol. 13, N° 1, 35-52) tuvo conocimiento de una polémica, la cual describe en su conocida obra Viaje a la Regiones Equinocciales del Nuevo Continente [tomo 2, libro 4 (capítulo X)], en los siguientes términos:

«Por lo sucedido en Cádiz en 1800, se sabe cuán difícil es aclarar unos hechos cuya incertidumbre parece favorecer teorías diametralmente opuestas. Los habitantes más instruidos de Caracas y la Guaira, divididos, como los médicos de Europa y de Estados Unidos, sobre el principio del contagio de la fiebre amarilla, citaban al mismo navío americano, para probar, los unos, que el tifus venia del exterior, y los otros, que había tenido su origen en el mismo país. Los que abrazaban este último partido, admitían una alteración extraordinaria de la constitución atmosférica causada por la inundación del río de La Guaira. Yo he examinado atentamente el álveo [cauce] de dicho torrente de La Guaira, y no he visto sino un terreno árido, grandes trozos de piedras esquita, desprendidos de la sierra de Ávila, y nada que pudiese haber alterado la pureza del aire» (cursivas nuestras).

¿A qué se estaba refiriendo Humboldt cuando alude a una constitución atmosférica causante de una inundación del río de La Guaira? Cuando dice que no ha visto sino un terreno árido, grandes trozos de piedras esquita, desprendidos de la sierra de Ávila, ¿nos recuerda esto a la tragedia o «vaguada de Vargas” de 1999? ¿Cuándo sucedió esto?

El 11 de febrero de 1798, a menos de dos años antes de la visita de Humboldt, se desató en La Guaira una copiosa lluvia cuya duración, según escucho él, perduró por 60 horas seguidas. Al respecto, en el tomo 4 de la citada obra, Humboldt escribió:

«El río Osorio, que por lo general no tiene 10 pulgadas [3,05 m] de hondo, tuvo, después de sesenta horas de lluvia en las montañas, una creciente tan extraordinaria, que arrastró troncos de árboles y masa de rocas de un volumen considerable. El agua medía durante la creciente de 30 a 40 pies [de 9,14 m a 12,19 m] de anchura por 8 a 10 pies [2,44 m a 3,05 m] de profundidad. Suponíase (sic) que había salido de algún depósito subterráneo formado por filtraciones sucesivas en las tierras movedizas y nuevamente desmontadas. Varias casas fueron arrebatas por el torrente, y la inundación se hizo tanto más peligrosa para los almacenes, cuando la puerta de la ciudad, que únicamente podía dar salida a las aguas, se había cerrado accidentalmente. Fue menester abrir una brecha en una muralla del lado del mar. Más de treinta personas perecieron y los perjuicios fueron avaluados en medio millón de pesos. Las aguas estancadas que infectaban los almacenes, los sótanos y los calabozos de la cárcel pública esparcían sin duda miasmas en el aire, los cuales, como causas predisponentes, pueden haber acelerado el desarrollo de la fiebre amarilla».

¿Qué causó esta torrencial lluvia en ese febrero de 1798, normalmente un mes seco? Pudo haber sido La Niña, fenómeno macro-climático (de escala global o de gran escala). Según Joëlle L. Gergis & Anthony M. Fowler, en su trabajo de 2009 (“A history of ENSO events since A.D. 1525: implications for future climate change”, Climatic Change, vol. 92, pp. 343-387), un evento Niña, de intensidad moderada, ocurrió en 1797 extendiéndose hasta 1798 (de intensidad débil); pero, ¿cómo estar seguro de eso?

Antes de 1798, ¿qué ocurrió? Germán Pacheco Troconis en su Las Iras de la Serranía – Lluvias torrenciales, avenidas y deslaves en la Cordillera de la Costa, Venezuela: un enfoque histórico (Fondo Editorial Tropykos, Caracas, 2002; 169 pp. Ver cuadro I en p. 64) nos cuenta que en el lapso de 174 años, comprendido entre 1624 y 1798, siete fenómenos de este tipo ocurrieron en la jurisdicción de la provincia de Venezuela, siendo cuatro de ellos en la ciudad de Caracas; el promedio da como resultado un período de retorno de casi 25 años. Refiere este autor que en el siglo 17 solo se han encontrado reportes de dos deslaves (1624 y 1693) en fuentes secundarias, lo cual no se ha podido confirmar en la investigación documental; y agrega que incluso es posible que hayan ocurrido un número mayor.

Destaca que las escasas fuentes de información de aquella época y la baja densidad demográfica y limitada ocupación de las tierras de la provincia de Venezuela, podría haber determinado la falta de noticias al respecto dado el bajo impacto sobre bienes y personas. Nosotros agregamos, que esa información hay que buscarla con la ayuda de otras disciplinas como la paleo-climatología. Es interesante notar que entre 1622 y 1626 se desarrolló un fenómeno La Niña con diferentes grados de intensidad, como lo reportan Gergis & Fowler: 1622 (fuerte), 1623 (muy fuerte), 1624 (muy fuerte), 1625 (moderado) y 1626 (muy fuerte). ¿Pudo haber sido La Niña de 1624 la causa de la “vaguada de Vargas” de ese año?

El año de 1693 fue un año neutro de acuerdo a Gergis & Fowler, por lo que la “vaguada” de ese año no fue producida por La Niña; entonces, tuvo que haber sido un fenómeno de meso-escala o de escala regional, por ejemplo, tipo vaguada propiamente dicha, o de micro-escala o escala local, como una fuerte tormenta (que impactó al estado Aragua en Cagua). Llama la atención que Ricardo García-Herrera y colaboradores, en su trabajo “New records of Atlantic hurricanes from Spanish documentary sources” publicado en 2005 en Journal of Geophysical Research, vol. 110, refieren que en 1683 hubo un huracán que pasó por Venezuela y Curazao el 22 de octubre de ese año (ver su tabla 3); luego, ¿se confundió el año de 1693 con el de 1683 o estamos hablando de dos episodios diferentes de los cuales sólo el de 1693, si bien documentado, no lo ha sido lo suficiente de acuerdo con Pacheco Troconis?

A continuación, Pacheco Troconis señala que en el siglo XVIII hay referencias entre 1742 y 1798. En este lapso de 56 años al menos tuvieron lugar cinco episodios (1742, 1773, 1780, 1781 y 1798) lo cual, da como resultado, un período de retorno de 11,2 años. Observa que entre 1773 y 1798 se presentaron cuatro de ellos, lo cual … “podría hablar de un período de inestabilidad climática en estos años”. ¿A qué inestabilidad climática se estaba refiriendo Pacheco Troconis? Obviamente, no pudo haber sido al recalentamiento global antrópico porque en aquella época no existía. ¿Fue La Niña? En 1742 hubo un episodio La Niña de intensidad extrema; en 1773, hubo uno de intensidad débil; en 1780, hubo otro de intensidad fuerte; 1781 fue neutro y 1798 tuvo un episodio débil, según data tomada de Gergis & Fowler. ¿Fue La Niña la principal responsable de casi todas esas “vaguadas” siendo ella la inestabilidad climática a la que Pacheco Troconis se estaba refiriendo? No obstante, las lluvias de 1780 hay que dejarlas por fuera puesto que ocurrieron entre el 12 y el 14 de octubre y pudieran no estar relacionadas con La Niña sino con un huracán (ver Andrea Noria, “La travesía de San Calixto II: El gran huracán de 1780 en la Capitanía General de Venezuela”, Tiempo y Espacio, 2015, N° 64, 168-191).

En el cuadro III de su obra (p. 89) Pacheco Troconis presenta una relación de lluvias extraordinarias, avenidas, aludes torrenciales e inundaciones acaecidas en el siglo XIX, entre 1810 y 1899 (89 años).  Registra 32 episodios, todos ellos ocurridos entre los meses de mayo y diciembre, es decir, correspondientes a la temporada lluviosa normal, para un período de retorno de 3,56 años, especificando su ubicación (cuencas) y las zonas afectadas; se observa entonces una mayor frecuencia de este tipo de fenómeno en comparación con los siglos anteriores, ¿por qué? Aunque la Revolución Industrial ya estaba en marcha en ese siglo, no se podría decir que fue debido al recalentamiento global antrópico; los niveles de gases infrarrojos (dióxido de carbono, metano, CFC, etc) todavía no eran significativos. Es posible que la mayor disponibilidad de fuentes de información en comparación con los siglos anteriores sea la diferencia, como lo establece Pacheco Troconis. Según él, una distribución regional del fenómeno en el siglo XIX indica que 31,3% de ellos ocurrió en Caracas y valles aledaños; 21,9% ocurrió en el litoral de Vargas y 15,6% en Carabobo. Así, 53,2% correspondió a las dos primeras regiones. ¿Qué responsabilidad tuvo el fenómeno de La Niña en estos episodios del siglo XIX? Y, ¿los huracanes? Veamos.

Acudiendo a la cronología de Gengis & Fowler y al trabajo de Estatio J. Gutiérrez titulado “Actividades de los ciclones tropicales sobre Venezuela (1856-2006)” publicado en 2007 en Terra (vol. XXIII, N° 34, pp. 97-127; ver tabla 1 en p. 102), podemos cruzar la información de Pacheco Troconis con estos últimos autores para, por ejemplo, determinar que el evento de 1895 (año neutro), el cual afectó a Valencia, Santa Cruz de Aragua y La Guaira y alrededores en el mes de noviembre, pudo haberse debido al paso del huracán 5H-1. De estos 32 episodios, 10 podrían estar relacionado con La Niña; el resto, con otras causas.

Faltando un mes para cumplirse los 117 años de la «vaguada de Vargas» de 1798 (ver Carlos Duarte, “La catástrofe de La Guaria en 1798”, Boletín de la Academia Nacional de la Historia, 1999, tomo LXXXII, N° 328, pp. 161-162), otra descarga pluviométrica parecida ocurrió el 14 de enero de 1914 a 45 km al este de La Guaira, con enormes deslizamientos y derrumbes en cerros aledaños que arrasaron con plantaciones de cacao y viviendas, con un saldo de más de veinte víctimas fatales. Esta información la obtuvo Eduardo Röhl (1891-1959) de un testigo del evento llamado Gustavo Jahn, quien le dijo que el fenómeno duró de 5 a 6 horas y produjo una caída de agua de 1.200 mm, casi la caída anual media recogida en el sitio entre los años de 1914 y 1939 de 1.489 mm (ver Eduardo Röhl, “Climatología de Venezuela”, Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Caracas), 1945, Año 11, Tomo IX, N° 27, 169-243;  “Los diluvios en las montañas de la Cordillera de la Costa”,  Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Caracas), 1949, Año 15, Tomo XII, N° 38, 34-59). Este último autor reporta otros sucesos parecidos ocurridos en agosto de 1912, 30 de octubre de 1927, 25 de noviembre de 1938 y 15 de noviembre de 1944, cuyos detalles son discutidos en sus trabajos antes citados. ¿Cuáles de estos eventos pueden estar relacionados con La Niña, y cuáles no? Al final de su trabajo de 1949, Röhl, escribe:

«Estos apuntes en que se describen en parte los ocasionales diluvios de funestos efectos que ocurren en las regiones mencionadas, pueden servir de alerta o hacer recordar los graves peligros a que están expuestos los habitantes que construyen sus viviendas cerca de las riberas de los ríos y quebradas que se desprenden de las altas montañas de la cordillera descrita. Así mismo deberían las autoridades competentes, tomar las medidas del caso, prohibiendo la construcción de toda clase de edificios, viviendas, etc. que se planten a distancias de los cauces o en zonas que se consideren peligrosas de acuerdo con estudios que previamente se efectúen sobre el particular, e igualmente y como complemento de las medidas precautelativas, dragar y encauzar debida y suficientemente los principales ríos y quebradas que atraviesan los sitios principales y más poblados de aquellas regiones citadas.»

Como sabemos, las siguientes «vaguadas” de Vargas ocurrieron en 1951 y en diciembre de 1999, siendo esta última la peor de todas. A.W. Golbrüner, en su trabajo de 1963 sobre Las causas meteorológicas de las lluvias de extraordinaria magnitud en Venezuela, registra los eventos de 1904, 1910, 1927, 1928, 1932, 1938 y describe con detalle el producido entre los días 16 y 17 de febrero de 1951. Por su parte, F. Urbani en su trabajo La Cordillera de la Costa de Venezuela: evolución de su conocimiento geológico desde el siglo XVI al XXI (Caracas, 2012) hace una comparación entre el evento de 1951 y el de 1999 (pp. 167-168).

Röhl murió en diciembre de 1959; no sabemos su reacción a los resultados del evento de 1951, pero, ¿cómo hubiera reaccionado si se hubiera enterado de los de 1999, a sabiendas de que su recomendación fue ignorada y no tomada en cuenta 50 años después de que él la dio? Y, ¿cuándo será la próxima «vaguada de Vargas»? ¿Cuántas veces se tendrán que dar las mismas recomendaciones?

Cabe hacer notar que, según Gergis & Fowler, 1912, 1914, 1938, 1939, 1944, fueron años Niño (y no Niña), con intensidades de muy fuerte, muy fuerte, moderada, moderada y fuerte respectivamente; entonces, ¿qué originó esas abundantes lluvias del litoral central?

Según estos autores, 1904 fue un año tanto Niño como Niña con intensidades de débil ambos; 1927 y 1928 fueron años neutros; 1910 y 1932 fueron años Niña con intensidades de muy fuerte y débil respectivamente; y 1938 y 1951 fueron años Niño ambos con intensidad moderada. ¿Se relacionan estos fenómenos con los eventos citados por Golbrüner? En caso negativo, ¿qué otras causas entraron en juego?

Se ha podido conocer que en el siglo XX la “vaguada de Vargas” ha ocurrido en 1904, 1910, 1927, 1932, 1938 y, la penúltima, ocurrida entre los días 16 y 17 de febrero de 1951, repitiéndose en diciembre del mismo año. Nótese cómo entre los citados eventos hay por lo menos dos, el de 1798 y el de 1951, que ocurrieron en febrero, o sea, en época de verano. Recientemente, en un trabajo publicado en 2003 en una revista especializada de reconocido prestigio internacional, una explicación clara y definitiva sobre las causas de la “vaguada de Vargas” de diciembre de 1999 fue ofrecida por un investigador del Instituto de Investigación Internacional para la Predicción del Clima de la Universidad de Columbia en Nueva York. El autor, citando a otro, indica que la mayoría de estos eventos extremos en la costa central norte de Venezuela (5 de 8 registrados en la región) ocurren precisamente en el período noviembre-diciembre, por las mismas causas (ver B. Lyon, 2003, “Enhanced seasonal rainfall in Northern Venezuela and the extreme events of December 1999”. Journal of Climate, vol. 16, pp. 2302-2306). Un análisis adicional sobre el fenómeno ocurrido en el litoral venezolano en diciembre de 1999 fue ofrecido por Antonio Luis Cárdenas Colménter (Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Nº 213, 29 de febrero de 2000); también Sergio Foghin-Pillin hace algunas consideraciones meteorológicas acerca de la catástrofe del estado Vargas (Aula y Ambiente, Rev. Ambiental de Divulgación, Año 1, Nº 1, enero-junio 2001, 93-98).

Acudiendo otra vez a la cronología de Gengis & Fowler y cruzándola con la información de Pacheco Troconis (cuadro VII, p. 145) pareciera ser que de 27 episodios que registra entre 1900 y 2000, solo 3 podrían estar relacionados con La Niña; el resto, con otras causas. Se observa que 9 ocurrieron en años neutros y 16 en años Niño. En junio de 1933 un huracán pasó por el extremo oriental venezolano (ver José Grases G. “Trayectoria del huracán que afectó el oriente de Venezuela en junio de 1933”, Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Caracas), 2002, Vol. LXII, N° 2; pp. 9-30). Según Pacheco Troconis (Cuadro VII, p. 145) en 1933 un evento que afectó a la cuenca del río Aragua impactó a Cagua, pero sin dar fecha, por lo cual somos incapaces de relacionarlo con el mencionado huracán.

A 20 años de su última ocurrencia, y considerando la incerteza o imprecisión que hay en su período de retorno, no hay duda de que la “próxima vaguada de Vargas” seguirá siendo una amenaza natural que ahora está más cerca: ¿ocurrirá la misma tragedia o peor? Eso depende de la vulnerabilidad, la cual no debe confundirse con la amenaza natural.

No hay duda de que, en estas dos últimas décadas de gobierno chavista, Venezuela se ha transformado, más que nunca, en un país muy dependiente, débil y muy vulnerable. Pero los habladores de pendejadas, por ignorancia o manipulación política, trasladan la “carga de la prueba” a la naturaleza, en vez de reconocer que es un problema social de vulnerabilidad y no de amenaza natural (que siempre existirá).

En aquella oportunidad de 1999 se dijeron muchas tonterías sobre esta tragedia: por ejemplo, que hubo miles de muertos, que fue producto del cambio climático y de la contaminación atmosférica causada por Estados Unidos; que fue un desastre natural o culpa de la naturaleza, que “si la naturaleza se opone haremos que nos obedezca” y otras pamplinas y sandeces, etc. La climatología histórica, como lo hemos mostrado aquí con base en investigaciones científicas, indica que estos fenómenos naturales son de vieja data, por lo que nada tienen que ver con un cambio climático antropogénico (ver mis artículos: “Las vaguadas no están relacionadas con el recalentamiento global”, Frontera, Mérida, 19-09-2005; “Aportes sobre la discusión del cambio climático”, El Nacional, Caracas, 19-05-2005). Estos eventos extremos solo son manifestaciones de la variabilidad climática natural (ver Lars Bärring, 1993, “Climate – change or variation?”. Climatic Change, 25, pp. 1-13.) que se repetirán una y otra vez con o sin intervención de los seres humanos.

No nos dejemos sorprender por falta de conocimientos, no nos dejemos sorprender por ignorantes; aquí les estamos dando algunos aportes.

map4@williams.edu