Como todos los años, los venezolanos en su gran mayoría celebramos con emoción la histórica fecha en la que se produjo la caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez; y lo hacíamos, en un tiempo, aprovechando los espacios de libertad y democracia, a través de manifestaciones públicas en las que los asistentes expresaban sin restricciones su respaldo a la institucionalidad democrática para, más recientemente, pasar a conmemorar la fecha en publicaciones en las que se alude con lujo de detalles el nacimiento de lo que se conoce como la República Civil, que se fue al traste hace más de dos décadas.
Por su parte, los historiadores venezolanos registran el 23 de enero de 1958 como una fecha memorable y no solo no se circunscriben a marcar este hito, sino que se remontan a los acontecimientos ocurridos en los días previos; y, por esa razón, he querido poner un grano de arena a los hechos históricos revelando lo acontecido en aquel Madrid de la década de los cincuenta del siglo XX, donde los compatriotas exiliados -se autodenominaban la colonia venezolana en el exilio- habían sido aceptados como refugiados políticos por la dictadura del generalísimo Francisco Franco, sin ninguna restricción, más allá de no inmiscuirse en la política interna de España.
Para sorpresa de todos, el levantamiento del 1° de enero de 1958 llenó de alegría a la colonia al punto de que algunos de los exiliados empezaron a preparar sus maletas para retornar al país tan pronto les fuera posible; pero las lágrimas se fueron en suspiros porque el gobierno perezjimenista superó el intento de golpe de Estado iniciado por un grupo de militares bajo el liderazgo del teniente coronel Hugo Trejo.
Entre los exiliados surgió la polémica. Para unos, el intento de alzamiento militar había sido simplemente que unos oficiales de la Aviación habían estado celebrando la llegada del Año Nuevo y, pasados de tragos, habían tomado unos aviones como parte de la celebración, y que amonestados por el dictador, se habían escapado del país; para otros, se había iniciado el proceso de transición hacia la democracia.
Sin embargo, esperanzados, a partir del día 2 de enero y durante semanas se reunían en nuestro hogar -el de los Sarmiento Sosa- a escuchar un viejo radio “Telefunken” que tenía la potencia suficiente para captar las ondas de la criolla emisora Radio Continente.
A mí me correspondía sintonizar la emisora y cuando se lograba, solamente se escuchaba música instrumental, nada de informaciones, ni programas. “La cosa está mal, hay cadena, ¡esa vaina se cae ya!”, repetían los esperanzados expatriados, mientras que otros, menos optimistas, insistían en que “cara’e cochino está atornillado con los militares”.
Pero un día -quizás el 20 o 21 de enero- todos perdieron la esperanza y cesaron las reuniones. Se filtraban algunas noticias acerca de los movimientos que se gestaban en Caracas: de la Junta Patriótica, de los últimos detenidos -entre ellos Arturo Uslar Pietri, Miguel Ángel Capriles y Ramón J. Velásquez-, de una huelga general… pero una apatía general abrazaba a los exiliados y sus familias. “No va a pasar nada, todo fracasó”, se escuchaba decir con tristeza e indignación.
El 22 de enero mis padres habían salido, olvidados de los temas del país y de la periódica reunión que cada noche se llevaba a cabo. Estábamos los hijos solos en casa cuando sonó el timbre de la puerta. Abrí a un visitante que venía a la cita para escuchar la radio, elegantemente ataviado con un abrigo negro y sombrero del mismo color. Le tuve que decir que mis padres no se encontraban, que no habría reunión y sin alterarse en lo más mínimo, se marchó luego de despedirse con toda cortesía.
Al rato llegaron papá y mamá, y todos a descansar.
A media mañana, el silencio que cubre a los hogares donde reina la paz fue súbitamente interrumpido por la campana del teléfono y, pocos segundos después, escuché la emocionada voz de mi mamá, entrecortada por la emoción, que convertiría todo el momento y los posteriores en alegría: “¡Cayó Pérez Jiménez!”.
La espera en el exilio por el retorno a la democracia y al Estado de Derecho había tomado un poco más de 5 años, y la debacle de la dictadura se había producido en 23 días. Comenzaba la transición hacia la democracia, una democracia que tuvo la corta existencia de 40 años, durante los cuales muchos de aquellos exiliados y sus descendientes prestaron invaluables servicios a la patria.
65 años han transcurrido desde aquella inolvidable fecha, y un 23 de enero, pero de 2023, me he llenado de nuevo de júbilo: el gobierno español me ha concedido la nacionalidad española.