OPINIÓN

El 2024 electoral

por María Alejandra Aristeguieta María Alejandra Aristeguieta

El 2024 se presenta como un año particularmente cargado de procesos electorales parlamentarios, presidenciales o generales. Alrededor de 70 países, o bloque de países, como es el caso de la Unión Europea, o lo que es lo mismo, alrededor de cuatro mil millones de electores aproximadamente (la mitad de la población mundial), ejercerán su derecho a elegir o serán presentados como electores, aunque en realidad esos procesos sean una farsa, como ciertamente lo serán las elecciones legislativas de junio en Irán, o en presidenciales en Rusia en el mes de marzo, y más próximamente en Bielorrusia cuyas elecciones están también pautadas para este año en el mes de febrero.

En realidad, es sabido que las democracias enfrentan desafíos significativos en el mundo contemporáneo, luego de su espectacular expansión como sistema de gobierno por buena parte del mundo durante los veinte años posteriores a la caída del muro de Berlín marcando el fin de la Guerra Fría. Estudios recientes del V-Dem Institute indican que el nivel de democracia ha disminuido considerablemente, con aproximadamente 70% de la población global viviendo bajo regímenes autocráticos. Por su parte, el think tank Freedom House reportó un nuevo retroceso de países regidos por sistemas democráticos en 2023. Según sus investigaciones, este deterioro ha prosperado de manera sostenida desde hace casi dos décadas.

Generalmente, tanto los cambios internos como externos afectan la salud de las democracias, provocando golpes de Estado e instalación de gobiernos de facto, o permitiendo que enemigos de la democracia sean elegidos democráticamente, como lo fue el caso de Hitler en su momento, o Putin y Chávez más recientemente, y desde el poder socaven sus instituciones, su economía y el tejido social en general.

Entre los problemas internos que afectan la solidez y estabilidad democrática, con frecuencia se señala el poder adquisitivo, los problemas socioeconómicos, el acceso al trabajo digno y la inclusión social, o la educación, la seguridad, o la migración, y, aunque muchos de ellos se relacionan con el hecho de que la democracia no ha cumplido con los ciudadanos, se deja de lado un componente externo importante, pues estas fallas, si bien están ligadas a un gran número de situaciones como la corrupción, la ausencia o el agotamiento de políticas públicas, o incluso a los cambios demográficos, también lo están al deterioro en los términos de intercambio producto de la globalización, y a la penetración de la desinformación en la era de las tecnologías.

En este punto en particular, el profesor francés Dominique Reynier nos dice en su crónica de fin de año al analizar algunos de los procesos electorales previstos para el 2024, que nunca ha sido tan fácil para los regímenes tiránicos influir en países democráticos a través de la propaganda, la desinformación y la interferencia en los asuntos internos y así perturbar su funcionamiento, piratear sus organizaciones, o intrigar y agitar el debate público. Por su parte, el filósofo y pensador Michel Onfray, sugiere que se ha establecido una nueva dictadura en los países democráticos, impulsada por un progresismo alejado de sus orígenes históricos que busca destruir la libertad, empobrecer la lengua, abolir la verdad, reescribir la historia y propagar el odio, afectando así la capacidad de pensar de manera independiente y haciéndole el juego a estas fuerzas externas.

Por lo tanto,  en un momento histórico en que lo externo y lo interno están íntimamente entrelazados, y en que los países occidentales que construyeron el actual sistema están siendo desafiados por una entente conformada por China, Rusia e Irán, el año 2024 puede resultar decisivo en el fortalecimiento de los valores democráticos y las alianzas entre quienes creen en la Constitución, los derechos humanos y el Estado de derecho como la forma ideal de gobernar nuestros países, o convertirse en un nuevo escalón de la deconstrucción y destrucción de la democracia y las instituciones que la cementan, para acabar con Occidente, como escribía recientemente el profesor chileno Fernando Mires. En 2024 nos podemos estar jugando el signo hegemónico del siglo XXI.

Porque, mientras estos problemas internos y externos fortalecen a las dictaduras al empobrecer a sus ciudadanos en todos los sentidos, en el caso de las democracias las convierten en caldo de cultivo para que con la anuencia de los propios ciudadanos surjan gobiernos extremistas o definitivamente al margen de las leyes. Para muestra la reciente encuesta citada por el Washington Post, según la cual, en la aún joven democracia de Suráfrica, ante sus comicios de este año, tres cuartos de la población podría preferir sacrificar la democracia si el líder que surge garantiza un aumento del empleo y una disminución de la criminalidad. El resultado de esta encuesta recuerda lo que escuchamos en Venezuela en 1992 durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez cuando se justificó el golpe de Estado y la ulterior destitución del presidente, y posteriormente, la elección de un líder autoritario como Chávez en 1998, con las consecuencias que hoy en día todos padecemos.

En el año 2024 que acabamos de estrenar, veremos elecciones en todos los continentes:

Por ejemplo, en Asia, Taiwán se juega su futuro político tanto como la paz y la estabilidad de la región el próximo 13 de enero. Indonesia, un país de 200 millones de personas que trata de no alterar su estatus de no confrontación con China ve muy probable el triunfo del partido de gobierno a mediados de febrero, en lo que seguramente será el proceso electoral más grande del planeta a llevarse a cabo en un solo día. También en Asia veremos elecciones en Bangladesh pautadas para el 7 de enero, las Islas Salomón, Corea del Sur, Sri Lanka, Pakistán, y, en abril y mayo en la India, la democracia más grande del mundo, donde un cada vez más nacionalista Modi parece llevar la delantera.

Asimismo, se esperan votaciones en 13 países–incluidos Etiopía, Argelia, Sudán, Ghana y Suráfrica– en África, un continente particularmente complicado debido a las guerras civiles, étnicas o religiosas, golpes de Estado y una economía muy volátil. En buena parte de ellos se espera que el triunfo pase a manos de los candidatos de oposición, aunque con la creciente influencia de Rusia y China en muchos de los países de la región y la disminución de la influencia occidental, la democracia ha perdido fuerza, o en todo caso, es muy lenta su profundización.

Más cerca de los intereses de los venezolanos, entre el 6 y el 9 de junio veremos elecciones supranacionales en Europa, para elegir el Parlamento Europeo, y definir las autoridades tanto de la Comisión como el Consejo. Se espera que en este proceso los grandes ganadores sean los partidos conservadores, algunos considerados populistas, antinmigración y euroescépticos. Más allá de las dudas expresadas en los medios de comunicación europeos, acerca de los peligros de que estos partidos tengan mayoría y puedan dinamitar el proyecto europeo o tener un mayor acercamiento con Putin, las razones subyacentes que están llevando a los 400 millones de votantes a participar en estos comicios, tienen mucho que ver con el deterioro económico de la región, la migración indiscriminada y sostenida, y la reciente ola de atentados perpetrados por el extremismo islámico. Los partidos conservadores o de derecha, también tienen muchas posibilidades de ganar en Portugal, en Austria en el mes de junio, e incluso en el Reino Unido donde se espera que los sufragios se lleven a cabo a finales de año. Sólo en Ucrania no se realizarán las votaciones previstas para el 2024, debido a la guerra por la invasión de Rusia en el 2022.

En nuestro hemisferio, aparte de la elección presidencial de Estados Unidos el 5 de noviembre de este año, donde se espera que Trump sea el candidato republicano (con muy altas probabilidades de ganar si logra competir) y Biden el candidato demócrata, también tendremos procesos comiciales en varios países al sur del Río Bravo. En El Salvador, la reelección de Nayib Bukele el 4 de febrero parece ser inminente, en cambio, existen fuertes dudas de que el actual vicepresidente de Panamá llegue a la presidencia en las elecciones de mayo, debido, entre otras cosas, a la rampante corrupción que impera en este momento, y las violaciones de los derechos humanos en ese país. También en mayo, se espera que repita el actual presidente de República Dominicana, Luis Abidaner, a pesar de ser considerado por la gente de a pie como un personaje elitista y algo cercano a Maduro. Por otra parte, en México, López Obrador con toda la maquinaria y desde el poder, intenta imponer su candidata Claudia Sheinbaum frente a la candidata de la coalición opositora, Xóchitl Gálvez, para las elecciones del 2 de junio, mientras que en Uruguay, cuyas elecciones serán el 27 de octubre, las dos opciones principales, el Frente Amplio y el Partido Nacional (PN) van cabeza a cabeza, y, aunque en la primera vuelta es muy probable que gane el Frente Amplio, se espera una coalición de partidos como la Coalición Multicolor que llevó al triunfo a Luis Alberto Lacalle, se unan al PN en la segunda vuelta.

De los 74 países, sólo en Venezuela estamos pendientes de que se fije una fecha por el no-independiente órgano electoral, y a la espera de una respuesta de un Tribunal Supremo írrito. Los electores venezolanos no queremos acompañar a Rusia, Bielorrusia o Irán en su farsa, ni creemos que la democracia se debe volver a sacrificar ante el altar de mesianismos. Tampoco creemos en una suspensión de las elecciones debido a una invasión prêt-à-porter. Queremos elegir de manera directa, transparente y verificable, como hicimos en la primaria cuando elegimos a María Corina Machado con más de 90% de los votos, y como va a suceder en la mayoría de los países del mundo, que saben que se juegan su futuro, y el futuro del orden mundial.